¿Volvemos al juego de las tres palabras? Como propuesta para hoy, escribe un relato que contenga: cobarde, tornado, ruido
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis. ¡Escritura libre y creativa!
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (29):
Amilcar Barça
27/03/2020 a las 13:08
Como no puede ser de otra manera, hoy es imposible de abstraerse a la tragedia que nos invade. Comenzó sin mucho ruido hasta convertirse en un tornado que arrasa vidas y haciendas. Los políticos, esas sabandijas (unos más que otros, todo hay que decirlo), reprimieron y sancionaron al médico chino que alertó de lo que se venía encima. Él murió contagiado.
Esos miserables españoles que después de dejar la sanidad patria desvencijada para entregarla a perros advenedizos en busca de rentabilidad sin importar la salud de los ciudadanos, esos políticos miserables, en una actitud cobarde -no pueden negar la evidencia- se dedican en vez de reconocer su mala praxis, se dedican a despotricar contra todo lo que se menea. Todo menos arrimar el hombro, no se que se den cuenta los ciudadanos de que aquellos polvos, trajeron estos lodos. Malditos sean.
María Jesús
27/03/2020 a las 13:44
Cuando pase este tornado, y volvamos a vivir rodeados del ruido que siempre ha reinado en nuestras vidas, seremos capaces de distinguir al cobarde.
Amilcar Barça
27/03/2020 a las 14:20
Muy bueno, María Jesús.
Teresa Fernández
27/03/2020 a las 16:58
Como buen cobarde, al menor ruido se metió dentro del tornado. Prefirió vivir arremolinado. Nadie lo ha vuelto a ver desde entonces.
Esther
27/03/2020 a las 18:23
Se puede hacer mucho ruido y luego ser un cobarde cuando a uno le pilla un tornado de esos que atraviesan la vida. Prefiero la gente que pasa en silencio, llenando los vacíos con cálidas sonrisas y obras reconfortantes.
Anawim
27/03/2020 a las 18:24
El tornado asoló la aldea con un ruido ensordecedor. Un insensato pensó que el que se protegía era un cobarde. Fue su último pensamiento.
fran
27/03/2020 a las 18:28
El ruido del tornado lo dejó sin poder moverse, todo se había detenido en ese instante, todo, menos sus recuerdos, imágenes que aparecían en esa pantalla infinita en que se había convertido su mente. Imágenes en las que se veía como lo que había sido: un cobarde.
Nox
27/03/2020 a las 20:06
Acostumbrados al gran tornado de lo que eran nuestras vidas, ahora deberemos dejar de lado nuestro lado cobarde para escuchar el ruido aturdidor del silencio que nos rodea. Tal vez así, entre tantas almas en miseria podamos encontrar de nuevo algo de humanidad.
CassiaLaReco
27/03/2020 a las 20:23
como un tornado que se lleva
todo a su paso
nuestras vidas giran
vamos directos al ocaso,
sin retraso
extendiéndose,
sin hacer ruido,
transmitido por fluidos,
silenciando los aullidos,
pronto serás sometido
por quienes no son cobardes
aunque sea un poco tarde
y sin hacer mucho alarde
MARÍA LUCRECIA
27/03/2020 a las 21:25
Siempre lo juzgué mal. Llegué a creer que era un cobarde. El tornado llegó de repente, antes de la luz del día y él, olvidándose de sí mismo y en medio de aquel ruido que se hacía más grande al juntarse con el miedo, salió a ofrecer albergue a los indefensos caminantes. Desde entonces, él puede ver en mis ojos cuánto le admiro.
@libroslados
27/03/2020 a las 21:35
Mis pasos iban tras las sombras que no dejaban de mortificarme. Como un cobarde, me enfrenté a ellas aun sabiendo que estaban en desventaja. Aceleré mi marcha para dar el golpe definitivo. Cuando estaba a punto de alcanzarlas se escurrieron por la bocacalle. Decidí correr sin miedo a que el ruido alertara a mis demás temores. Empecé a quedarme sin aliento, pero corrí como nunca lo había hecho. En cada esquina, se escabullían en una clara burla a mi ataque. Sin darme cuenta había salido de la ciudad corriendo tras ellas. Nos dirigíamos en plena contienda hacia el espigón. Las olas se elevaban por encima del malecón, pero ya estaba comprometido en una lucha a muerte. O ellas o yo. La victoria o el fondo del mar. El fuerte viento apartaba el sudor de mi rostro, pero el agua salada empezaba a colarse en mis ojos como un colirio diabólico. Ya las tenía a mano. Un último esfuerzo y las atraparía. Calculaba el momento de tirarme a por ellas. Era un todo o nada. O eran mías o se escaparían para siempre. Aquella duda me hizo correr un poco más por el espigón. El mar embravecido a ambos lados. Ganar o morir como un valiente. Vida o muerte. Ya son mías. De pronto, dejé de oír mar, cielo y tierra. Solo vi, durante un segundo, cómo el tornado me había elevado por encima de la ciudad y las sombras seguían allí. En el espigón. Vanidosas. Soberbias. Triunfantes.
De vuelto.
27/03/2020 a las 22:59
AL ACECHO
No uso sombrero y traje caqui, y sin embargo me considero un cazador a la antigua. Viajo grandes distancias para llegar hasta el hábitat de mi presa. Aunque el tiempo sea relativo, llevo mucho persiguiendo a este animal descomunal. Es que la cacería se trata de la espera. De la espera y el conocimiento, porque tienes que conocer a tu enemigo aún mejor que a ti mismo. Por eso lo admiro: a pesar de su tamaño tiene movimientos muy precisos. Cuando condensa todo su poder, estás acabado. Aún dormido representa un peligro inminente si te acercas. Me emociona jugarme la vida.
Intenté hacer el menor ruido pero el animal ya sabe que voy por él. ¡El muy cobarde trata de esconderse! El cielo se ha tornado negro de sopetón, pero la oscuridad es amiga del cazador. Se mantiene quieto, en una tensa calma. Me decepciona un poco: esperaba que diera más batalla. Preparo el ataque con mi arma bien afilada. Alcanzo a percibir que sus vellos se erizan. Ya no puedo hacer ningún movimiento que me delate. Tendrá que ser una incisión muy limpia.
– ¿Cómo dormiste anoche?
– Bien, pero me picaron los mosquitos.
Pd: Puedes enviar tus comentarios a mi blog http://escribeburitica.blogspot.com/ o a mi correo zelfus@gmail.com
Inma
27/03/2020 a las 23:18
Y allí se sintió cobarde, impotente. Huérfano. Aquel tornado irrefrenable en forma de virus letal le había arrebatado lo que más quería. Él, mero espectador desde el otro lado de la verja, donde el único ruido que reinaba era el del silencio, donde el único escenario era mármol frío y flores marchitas. Allí,bajo la lluvia, veía marchar a aquellos que le dieron la vida. En su corazón habría después cálidos recuerdos, pero esa tarde, todo se congelaba ante sus ojos.
Pánfilo Gil
28/03/2020 a las 01:48
-¡Un tornado mami, yo quiero un tornado¡ me gusta mucho ese helado por cremoso, sabroso y por su forma. El de chocolate es una delicia, tentador y adictivo.- Así le hablaba Rodolfo, el niño del apartamento 5-B, a su mamá cuando bajaban por las escaleras, como siempre lo hacían, para dirigirse a la heladería a satisfacer sus antojos. con ellos venía ella, hermosa, elegante y segura de si misma. Era la chica más codiciada y envidiada del edificio, porque tenía los atributos para serlo. La vi y me sentí cobarde porque no tenía el valor de mirarle a la cara y decirle Hola; consideraba que era un mujerón y tratar de conquistarla era como escalar El Everest en bicicleta. Pasó a mi lado sin mirarme, pero el olor de su perfume se quedó en el ambiente y conmigo. Me quedé un rato en la escalera hasta llegó a la puerta y se perdió en la bulliciosa calle. Permanecí un rato oliendo el aroma de mujer bella, poco a poco subí a mi apartamento del tercer piso. Cansado de la jornada laboral y con mi cobardía a cuestas me quedé dormido. Un ruido confuso y ensordecedor me despertó, me asomé a la ventana, un desfile de autos, motos y bicicletas ocupaba toda la avenida festejaban la llegada del carnaval. Cerré la ventana y pensé en ella y con ilusiones y fantasías me volví a dormir.
Mava
28/03/2020 a las 03:42
Todo el mundo me considera un temerario, me fascinan los deportes de riesgo. Sin embargo, aunque nadie lo sepa, tengo mi talón de Aquiles.
Cuando tenía seis años y vivía en los Estados Unidos, un tornado arrasó con mi casa. Salvé milagrosamente mi vida pero jamás lo pude superar. Cada vez que se desata una tormenta, y escucho el viento, el ruido de algún portazo, huyo como un cobarde y me escondo, temblando de miedo, debajo de la cama.
MT Andrade
28/03/2020 a las 04:30
TORNADO
Como un tornado llegó la niña gritando que su padre tenía que asistir a un enfermo.
—¿Quién lo dice? Nunca quise, ni tengo nada que ver con la salud, ni con enfermos, ni enfermedades, nada de eso.
—No sé, ahí afuera hay un vehículo policial esperando por ti —insistió.
—Pues que esperen… Analizaré primero las medidas de seguridad que debo tomar. La prensa y las redes han dicho tantas cosas disímiles. Tomó la mascarilla, los guantes, alcohol en gel… y salió.
Se escucharon golpes en la puerta. —Es la policía. Abran, por favor.
Todos en la casa permanecieren expectantes esperando el regreso de su padre, de modo que escucharon el leve ruido de la puerta al abrirse.
—¿Y cómo te ha ido cobarde, has podido arreglar algo? —preguntó su esposa.
—Por supuesto, pero tomar precauciones no es ser miedoso, es no ser inconsciente. No era nada demasiado complicado, no sé por qué no consultaron por internet. En fin. Solo necesitaban que les tradujera un manual.
NadiTti
28/03/2020 a las 06:18
Hoy el silencio es mas incómodo que el ruido.
Estaba en la terraza, colgando ropa y me abrumaba. Lo que pensé fue que esta es la calma que antecede a un tornado. Estamos en guerra ante un enemigo invisible. En nuestros líderes está la desición de ser cobardes y anteponer la economía ante la salud. Solo espero que luego de esto se caigan todas las coronas
NadiTti
28/03/2020 a las 06:19
Hoy el silencio es mas incómodo que el ruido.
Estaba en la terraza, colgando ropa y me abrumaba. Lo que pensé fue que esta es la calma que antecede a un tornado. Estamos en guerra ante un enemigo invisible. En nuestros líderes está la desición de ser cobardes y anteponer la economía ante la salud. Solo espero que luego de esto se caigan todas las coronas y sane el dolor.
Mery
28/03/2020 a las 11:27
Desde mi ventana observo con serenidad el despertar del alba. Son comienzos de primavera, en otras, el pueblo se veía como un tornado envuelto de ruido y colorido.
Hoy silencio, temor hasta de nosotros mismos, y si salimos por cosas extremas caminamos a toda prisa gachos, envueltos como astronautas y al llegar a casa asepsia de pies a cabeza, la sugestión nos invade.
Y los cobardes, ¡no pasa nada, todo está controlado!
Alicia Commisso
28/03/2020 a las 23:39
El color que faltaba
Éramos muy jóvenes, ella no pudo detener mi espíritu bohemio, me gritó “¡Cobarde!”, y me alejé tan lejos que me olvidé de su aroma, su resplandor, su cabello dorado. Ya no era la princesa de mis fantasías ni la que irrumpía mis pensamientos nocturnos. Sabía que algún día volvería y ella estaría allí, enamorada, paciente, esperándome; hasta que la mirada de otros ojos no perturbara los míos, y los besos de otras bocas perdieran su sabor. Recorrí calles y pueblos, viví mi aventura a pleno. Y fue ese día, en aquella peatonal, que vi rostros de extraños; desolados, indiferentes, grises, sin norte ni sur, ruidos ensordecedores y olores de ciudad apestosa. La tétrica estampa me devolvió mi propia imagen; yo era un trotamundos como ellos. Me asusté. De repente pensé en Ángeles. Me pareció verla entre la multitud envuelta en su propio brillo, reclamándome. Huí angustiado. Tomé otro camino. Los pasos me llevaron a un parque. Sentí que los colores de la naturaleza despertaban mis sentidos, el sol filtrándose a través de los árboles sorprendió mi andar, jugando entre la luz y la sombra. La extrañé. Recordé nuestros paseos y el primer beso de ambos. Esa misma noche fui en busca de ella. Pensé que aún estaría allí, enamorada, paciente, esperándome; y la luna se volvió poesía, al fin encontraría el resplandor de su color; el que faltaba para completar el paisaje de nuestro amor. Llamé a su puerta, nadie respondió. Una vecina se asomó por la ventana, “¿vos sos Lucas, el novio de Ángeles?”. “Sí, ¿qué sabe de ella?”, pregunté, temeroso a su respuesta. “Pasaron siete años…” dijo la anciana“. Sí, sí, pero… ¿qué sabe de ella, dónde la puedo encontrar?” La mirada de la mujer decía lo que sus palabras no podían pronunciar. Luego me entregó una carta. “La dejó para vos”, me dijo con voz entrecortada mientras cortaba unas rosas rojas de su jardín. “Su flor favorita, lleváselas, detrás de las vías esta el…” De repente un temblor atravesó mi cuerpo y un vacío invadió mi corazón; como si un tornado se hubiese llevado mis sueños.
Fernando
29/03/2020 a las 07:17
Cobarde, al escuchar el ruido silbante y ensordecedor, corrió a refugiarse en el sótano. Cuando reinó el silencio, salió. El tornado se había llevado la casa, y a su familia también.
Pablo Jesús Sesma
29/03/2020 a las 12:04
El día menos esperado.
Un pueblo de unos trescientos habitantes de la llanura fértil, pero regándola. Una red de canales hacían que los frutales, los cereales sembrados, hierbas exóticas, etc. se mantenga a pesar de la sequía que padecía los sucesivos veranos. Tras acercarse el otoño, los calores empezaron a hacerse insoportables. Un día fatídico que no esperaba nadie, oía la radio informándonos acerca de una mancha aproximándose a la zona donde vivíamos. Anunciaba que una masa de aire giratoria estaba cerca. Le comunique a los aldeanos ante el nubarrón que se avecinaba, y todos lo tomaron a broma llamándome cobarde. Los deje y me refugié en el sótano de la maciza casa en las afueras y en la pequeña meseta de unos doscientos metros sobre el nivel del mar. Las demás casas estaban distantes no superior a unos ciento cincuenta metros. Apenas había gente por todos los lados mirando como las nubes empiezan a formarse un embudo. Nadie lo supo, se inició el remolino algo lejos, viendo ese tornado a toda prisa bajamos al refugio construido tiempo atrás como bodega para las cubas del vino y otros licores. Cerré la maciza puerta desde dentro, pero ya todo bien amarrado y sujetado para evitar que el ímpetu del huracán arrase el interior de nuestra casa. Esperabamos a que el ruido de la tormenta desapareciese. Tras la tensa calma salíamos del subsuelo y el panorama era idílico casas sin techo con las puertas y ventanas arrancadas, desparramadas por todos los lados, arboles, tejas, adoquines, piedras, objetos metálicos, cuerpos desfigurados sin vida, etc.
Gladys Moreno
01/04/2020 a las 23:40
¡Hola hija! Contéstame, por favor. Recien me llamó Isabel, me contó del tornado que hubo en la ciudad. ¿tú estas bien? ¿cómo esta el niño?; él que con cualquier ruido se asusta, no quiero decir que es cobarde, pero yo también tendría miedo con este remolino gigantesco que saco varias techumbres
Hija, llàmame estoy preocupada
Inés
03/04/2020 a las 12:06
La vida les presentó y les puso del revés. Como un tornado. Supieron que esa energía los arrastraría sin remedio y les dio igual llegar a Oz o a ningún sitio. Pero un día, él se fue, sin hacer ruido.
Desde entonces, ella consulta el tiempo, anhelando turbulencias. Él, más cobarde, se conforma con pensarla cuando mira el cielo.
Mercedes
03/04/2020 a las 12:06
Nunca fue un cobarde. Y ese día de tornado lo demostró una vez más. Entró de lleno en el peligro, salvó varias vidas y se fue de este mundo sin hacer ruido
Andrea
11/04/2020 a las 15:58
«Cobarde»
A su alrededor todo estaba en calma. No se escuchaba ningún ruido. Aún así, se cubriólasorejas con las manos como si una bomba hubiera estallado a su lado.
Quería detener el tornado de sentimientos que amenazaba con asfixiarle, pero era difícil. Muy difícil. Era un cobarde. Nunca más podría negarlo.
Se estremeció. Había huido como un miserable. Había dejado a todos atrás, a su suerte. Ahora sólo había silencio.
Perla preciosa
17/04/2020 a las 16:34
20/09/2017
Los días son tranquilos, cálidos y apasionantes junto a él. Hace poco vinieron vecinos nuevos al portal y ya nos hemos hecho amigos. Él, que de todo saca provecho y en todas partes encuentra amistades, ha comenzado un proyecto con uno de ellos, que consiste en casar a una mujer del cuarto con cualquier pretendiente que le convenga. Le digo que no se meta en esos entramados, pero a él le resulta muy divertido y se pasa el día pendiente del teléfono de dicha vecina.
21/11/2017
¡Estoy empezando a dudar de la conducta de este hombre!: creía que me amaba, pero actitudes como éstas me ponen en jaque: sigue pendiente de la vecina del cuarto, y ya no sé qué pensar: ¿habrá cambiado de idea y será a ella a quien ama? Tiene además la ventaja de que no encuentra trabajo.
20/12/2017
Ya lo tengo claro: ya no me ama y busca pretextos para evadirse de mí: si no consigue nada con la vecina del cuarto, vuelve malhumorado a casa; si le pido caricias, está cansado; si quiero dar una vuelta, no puede con su alma; si le digo que prepare el desayuno de los domingos como otras veces, no había chocolate y / o café. Lo tomamos con leche, y tras esto descubro que me ha mentido: le da pereza hacerlo. Tras esto, se marcha de casa y vuelve a la hora de comer. Ya me han dicho las vecinas que va de flor en flor… ¿Dónde fueron los días mágicos con sus noches apasionantes, caballero? ¿En qué te he decepcionado? ¿por qué no celebramos como antes las veladas de ensueño en las que te vestías de gala y eras el rey del portal!
Servanda es una mujer de edad mediana, muy coqueta, que trabaja de intérprete en Cruz Roja y de voluntaria en Médicos sin fronteras. Es una gran aficionada a lo exótico, hasta el punto en que siempre se la ve, incluso fuera de su trabajo, paseando, muy alegre y jovial, con personas de todas las procedencias: bengalíes, marroquíes, árabes, senegaleses… Sin embargo, hoy por primera vez, los vecinos la han visto destrozada: su marido, un joven senegalés muy trabajador, marchó anoche sin dejar señas ni dar otra razón, salvo una escueta despedida: “que te vaya bien en la vida.”
Ha perdido el apetito y apenas sale de casa. Una amiga, vecina suya, cuenta que se la oye llorar muy a menudo, y que, además de estar quedándose muy demacrada, está perdiendo facultades. Ya hace un mes de lo ocurrido, y Servanda sólo sale a sacar a las mascotas a pasear, como si fueran lo único que le importara en la vida en la actualidad, y aprovecha estas ocasiones para agredir a los vecinos y ofenderlos de distintas maneras: un día le lanzó a la cabeza los excrementos de una de las perras a una vecina, otro día le pegó en plena calle, delante de mucha gente, ayudada por un maleante y granuja del barrio. Cuando ésta y otras, junto con la policía, le pidieron explicaciones, alegó que había sido ella quien le había robado a su esposo; a otra le pinchó el teléfono, y fue tras ella la primera vez que la oyó hablar con un hombre.
De noche se levanta sonámbula y sale de casa como un tornado: comienza a llamar a las puertas de los vecinos, despertando a todos. La mayoría se asoma a la ventana, y al verla le sugieren, sin hacer demasiado ruido, que se marche para casa, amenazándola con llamar a la policía si no lo hace. Entra entonces en su guarida (que es en lo que se ha convertido su casa a fuerza de no limpiar) y comienza a golpear las paredes y el suelo.
De locura en locura y de extravagancia en extravagancia, una noche salió de casa muy decidida; se apoyó en el balcón, y llorando a moco tendido comenzó a pronunciar el siguiente discurso:
—¡Ay, Mómar de mi vida,
Ven corriendo que mi cama está muy fría!
¡Ay, mómar de mi vida,
Qué falta me hace de nhoche tu compañía!
¡Ay, Mómar de mi vida,
Fui tan feliz contigo
Que ni por todo el oro del mundo te cambiaría!
Impotentes por no poder calmarla, pues en verdad no sabían dónde estaba Mómar, decidieron llamar al SAMUR, más que por que les molestaran sus lamentos, por cuidar su salud. Llegó pues una ambulancia, en cuyo asiento trasero iban dos policías, que bajaron enseguida a esposarla; tras esto, la introdujeron en el vehículo y la tumbaron en una camilla. Tenía fiebre y el pulso a la velocidad de un rayo. Allí mismo le pincharon un transilium y se la llevaron al psiquiátrico más próximo.
A la mañana siguiente, los vecinos comentaban sus impresiones y especulaban sobre su posible enfermedad:
—¿Has oído esta noche a servanda?
—No. ¿Por qué?
—¡Duermes enntonces como las mantas, querida! ¡Si vieras qué gritos daba llamando a su marido, y rogándole, por lo más querido del mundo, que viniera a hacerle compañía!
—¿Y no se sabe dónde está Mómar?
—Al parecer, volvió a Senegal, sin que se sepa por qué.
—¿Qué te parece si encargamos a ese pobre parias de Felipe que haga las veces de Mómar?
—¿Tú crees? –dijo la otra interlocutora muy asustada-. ¿Y cómo piensas hacerlo?
—Hay que ser solidaria con las vecinas, hermana: si la enfermedad de esta mujer es la falta de compañía de noche, el remedio no es tan difícil: en la calle hay muchas personas deseando compartir techo con alguien, y por supuesto, un rato de pasión si hace falta. ¿Qué te parece la idea, David? –preguntó volviéndose al camarero, cuando no había mucha gente-. ¿Tú estarías dispuesto a encargar a Felipe el gitano acompañar a Servanda en la habitación de noche?
—Si lo tenéis tan claro… se lo digo; pero no estoy seguro de que sea lo más apropiado. Esto es una cosa muy seria, hermanas: hay que cuidar a la pobre Servanda indudabelmente; pero, de ahí a hacerle eso… ¡Bueno, yo se lo digo!
Quedaron las dos mujeres casi solas en el bar. David llamó a Felipe y ambos se sentaron en un banco.
—¡Ten compasión, querido Felipe, por lo más querido del mundo! Fuiste amiga de Servanda cuando estaba su marido. ¿Por qué no lo eres ahora que está sola?
—No somos enemigos, que yo sepa, david. Al menos por mi parte. ¿A qué viene esa observación?
—¿No la oíste gritar la otra noche?
—Sí. Creo que se ha vuelto loca.
—Unas cuantas vecinas han decidido que, para cuidar su salud, se la haga compañía de noche, como pedía en su súplica a Mómar…. Dicen que empieces tú, y a mí también me parece apropiado: ¡figúrate que pasas una noche en grande con ella, y luego de día estás más relajado, que también patinas de vez en cuando! ¡Anda, sé bueno, hermano! ¡Sé solidaria con tu amiga, no vaya a morirse sola! Los amigos están para todo; Felipe: para lo bueno y para lo malo. ¡No seas cobarde cuando te necesitan! ¡Luego nos cuentas qué tal, y te invitamos a desayunar!
Tres días después, apareció Servanda, adormilada. Los policías la introdujeron de nuevo en casa. Traía diversas medicinas para relajarse y dormir de noche, que le habían mandado los médicos.
—No la molesten –sugirieron a los vecinos-. Está cansada y ha perdido un poco la memoria.
A la noche siguiente, Felipe subió a su casa y llamó al timbre. Ella abrió la puerta sin contemplaciones.
—¿Cómo estás, querida Servanda? ¿Te acuerdas de mí?
Servanda lo miraba sin hablar. Parecía no reconocerlo.
—¿Y de Mómar?
Entonces se le iluminaron un poco más los ojos, y recuperó un poco de color también en la cara.
—¿Quién era Mómar?
Quería hablar, pero se le iba la voz. Felipe la abrazó:
—¡Mómar soy yo, querida! ¡He vuelto en tu busca, al enterarme de que me necesitabas demasiado. Voy a hacerte pasar la noche más bella que has conocido en tu vida, y a hacer las veces de Tranquimacín.
Con sus manos y sus uñas felinas, Felipe desnudó a Servanda sin hacer demasiado ruido bpara no despertar a los vecinos, y al contemplarla quedó extasiado.
—¡Cómo te han crecido los pechos desde que no te veo! ¡Estás mejor que nunca!
Pasaron una noche loca, y ya en el clímax de la pasión, Servanda le pidió que la penetrara por detrás, como solía hacer Mómar.
—Duele un poco, pero es muy divertido: me transporta a un mundo mágico, en el que toco la belleza con las manos; donde el dolor no existe y los gemidos son cantos de sirena que seducen a las piedras. ¡Mucho mejor que por delante!
¡Adiós Tranquimacín y antidepresivos de todo tipo! Nuestra amiga se levantó a la mañana siguiente. Ya no estaba tan irascible como otras veces, ni pegaba a la gente que se encontraba a cada paso. Seguro pues de haber cumplido su deber, Felipe se marchó a desayunar y a relajarse. Al volver por la noche, le propuso un juego:
—Dice David que quiere conocerte.
—Despacio, hermano, no la vayamos a asustar! Empieza tú primero, y yo te sigo.
Hecha un ovillo entre los dos, Servanda gemía de gusto; cuando le acariciaron el clítorias (tarea que quedó pendiente la noche anterior), tuvieron que taparle la boca, para que el nuevo orgasmo no los delatara.
—¡Chúpamelo también, que me tengo que morir de placer! Si es con Mómar, mejor –añadió bajando un poco la voz.
Al cuarto día, felipe y sus amigos descansaron, con el fin de comprobar si había mejorado, y Mómar había pasado a la historia. Por la mañana, volvió a levantarse con greñas y a destrozar todo lo que encontraba a su paso en la calle.
Días después, las vecinas volvieron a reunirse:
—¿Qué tal Servanda? ¿La habéis vuelto a ver desde la última vez que hablamos?
—Está mucho mejor. Ha cambiado una barbaridad de la noche a la mañana. Parece otra.
—¿Fue al médico al final? –dijo una nueva.
—Está enferma de amor, hermana. Hay que acompañarla de noche.
—¿Por qué no vas tú hoY, Gabi, ahora que te ha dejado Natacha? Así comprobamos qué tipo de compañía prefiere. Dile al pobre Felipe que descanse esta noche, que estará hartito. Sin embargo, Felipe se opuso, alegando que era imprescindible su compañía para Servanda, a quien ya había logrado, casi por completo, convencerla de que era Mómar.
—¡Mejor entonces –dijo Gabi para sus adentros-. Así nos ahorramos un día, y no tenemos que ir Elena y yo, como habíamos pensado.
Así pues, acudieron a la cita Gabi y Felipe.
—¡Primero yo, hermana, que para eso soy hombre, y ya el único en su vida!
Ante tal gesto de vanidad, Gabi cedió: al fin y al cabo, Servanda no era demasiado guapa. ¡Otra cosa es que probemos suerte!
Celoso por el primer puesto y ante la idea de disputárselo con una mujer, felipe se portó esta vez de manera excepcional: penetró a Servanda por delante y por detrás, y la masturbó hasta dejarla extenuada de placer. Gabi le masajeó la espalda y los pechos, pero ella apenas rechistaba. Se aseguró de que estaba despierta, y ante la comprobación afirmativa, devolvió el puesto a Felipe y se marchó a casa. Durmieron abrazados toda la noche, y de mañana se marchó.
—Creo que está embarazada –comentó a unas vecinas-: desde hace algún tiempo se pone ropa muy holgada y está más gorda que de costumbre. Le pregunto qué ha comido y me contesta que no toma más que líquidos porque no tiene hambre. Las perras empiezan a molestarla, pero ella sigue prefiriendo noches pasionales. Le he propuesto probar con ellas también, y me dice que eso ya es demasiado. Y es que, cuando le decimos que nos la chupe, se niega en rotundo, sea a quien sea; en este sentido, sólo quiere recibir.
¡Ya tenían las vecinas otro quebradero de cabeza con la pobre Servanda:
—¿Qué hacemos con la criatura?
—¿Y de quién es más probable que sea? ¿De Felipe quizá?
—Eso es lo de menos: no me parece conveniente que la pobre, según está, asuma tan onerosa carga.
Pasaban los días y los meses, y Servanda engordaba de manera inevitable. Nadie se explicaba cómo era posible que no abortara, pues parecía un alfiler de cabeza prominente. Estaba esquelética. De común acuerdo, los vecinos decidieron dejarle descansar de noche. Una de tantas, salió de nuevo al balcón, diciendo de nuevo a media voz:
—¡Mómar, me has abandonado de nuevo, ahora que llevo dentro lo mejor de ti!
Segúnh avanzaba el embarazo, prefería las caricias y los besos al coito, y cuando éste tenía lugar, lo hacía sentada y muy alegre, con una risa hilarante, aunque algo más segura de sí misma.
Una noche volvió a gemir como otrora, llamando a Mómar con todas sus fuerzas, aunque desde la cama donde se hallaba acostada, pues lo necesitaba con urgencia.
—¡Ven corriendo, Mómar de mi vida,
Que estoy a punto de parir tu semilla!
¡Ven corriendo, que estoy extasiada,
Deseando que conozcas
T presente y tu mñana!
Vinieron de nuevo los servicios médicos y la condujeron al hospital, donde dio a luz a una niña preciosa. Por deliberación de los vecinos, Servanda ingresó de nuevo en el psiquiátrico, con el fin de recibir un tratamiento más fuerte que asegurara su estabilidad emocional, y su hija fue cedida a la vecina del cuarto.
Perla preciosa
17/04/2020 a las 16:39
20/09/2017
Los días son tranquilos, cálidos y apasionantes junto a él. Hace poco vinieron vecinos nuevos al portal y ya nos hemos hecho amigos. Él, que de todo saca provecho y en todas partes encuentra amistades, ha comenzado un proyecto con uno de ellos, que consiste en casar a una mujer del cuarto con cualquier pretendiente que le convenga. Le digo que no se meta en esos entramados, pero a él le resulta muy divertido y se pasa el día pendiente del teléfono de dicha vecina.
21/11/2017
¡Estoy empezando a dudar de la conducta de este hombre!: creía que me amaba, pero actitudes como éstas me ponen en jaque: sigue pendiente de la vecina del cuarto, y ya no sé qué pensar: ¿habrá cambiado de idea y será a ella a quien ama? Tiene además la ventaja de que no encuentra trabajo.
20/12/2017
Ya lo tengo claro: ya no me ama y busca pretextos para evadirse de mí: si no consigue nada con la vecina del cuarto, vuelve malhumorado a casa; si le pido caricias, está cansado; si quiero dar una vuelta, no puede con su alma; si le digo que prepare el desayuno de los domingos como otras veces, no había chocolate y / o café. Lo tomamos con leche, y tras esto descubro que me ha mentido: le da pereza hacerlo. Tras esto, se marcha de casa y vuelve a la hora de comer. Ya me han dicho las vecinas que va de flor en flor… ¿Dónde fueron los días mágicos con sus noches apasionantes, caballero? ¿En qué te he decepcionado? ¿por qué no celebramos como antes las veladas de ensueño en las que te vestías de gala y eras el rey del portal!
Servanda es una mujer de edad mediana, muy coqueta, que trabaja de intérprete en Cruz Roja y de voluntaria en Médicos sin fronteras. Es una gran aficionada a lo exótico, hasta el punto en que siempre se la ve, incluso fuera de su trabajo, paseando, muy alegre y jovial, con personas de todas las procedencias: bengalíes, marroquíes, árabes, senegaleses… Sin embargo, hoy por primera vez, los vecinos la han visto destrozada: su marido, un joven senegalés muy trabajador, marchó anoche sin dejar señas ni dar otra razón, salvo una escueta despedida: “que te vaya bien en la vida.”
Ha perdido el apetito y apenas sale de casa. Una amiga, vecina suya, cuenta que se la oye llorar muy a menudo, y que, además de estar quedándose muy demacrada, está perdiendo facultades. Ya hace un mes de lo ocurrido, y Servanda sólo sale a sacar a las mascotas a pasear, como si fueran lo único que le importara en la vida en la actualidad, y aprovecha estas ocasiones para agredir a los vecinos y ofenderlos de distintas maneras: un día le lanzó a la cabeza los excrementos de una de las perras a una vecina, otro día le pegó en plena calle, delante de mucha gente, ayudada por un maleante y granuja del barrio. Cuando ésta y otras, junto con la policía, le pidieron explicaciones, alegó que había sido ella quien le había robado a su esposo; a otra le pinchó el teléfono, y fue tras ella la primera vez que la oyó hablar con un hombre.
De noche se levanta sonámbula y sale de casa como un tornado: comienza a llamar a las puertas de los vecinos, despertando a todos. La mayoría se asoma a la ventana, y al verla le sugieren, sin hacer demasiado ruido, que se marche para casa, amenazándola con llamar a la policía si no lo hace. Entra entonces en su guarida (que es en lo que se ha convertido su casa a fuerza de no limpiar) y comienza a golpear las paredes y el suelo.
De locura en locura y de extravagancia en extravagancia, una noche salió de casa muy decidida; se apoyó en el balcón, y llorando a moco tendido comenzó a pronunciar el siguiente discurso:
—¡Ay, Mómar de mi vida,
Ven corriendo que mi cama está muy fría!
¡Ay, mómar de mi vida,
Qué falta me hace de nhoche tu compañía!
¡Ay, Mómar de mi vida,
Fui tan feliz contigo
Que ni por todo el oro del mundo te cambiaría!
Impotentes por no poder calmarla, pues en verdad no sabían dónde estaba Mómar, decidieron llamar al SAMUR, más que por que les molestaran sus lamentos, por cuidar su salud. Llegó pues una ambulancia, en cuyo asiento trasero iban dos policías, que bajaron enseguida a esposarla; tras esto, la introdujeron en el vehículo y la tumbaron en una camilla. Tenía fiebre y el pulso a la velocidad de un rayo. Allí mismo le pincharon un transilium y se la llevaron al psiquiátrico más próximo.
A la mañana siguiente, los vecinos comentaban sus impresiones y especulaban sobre su posible enfermedad:
—¿Has oído esta noche a servanda?
—No. ¿Por qué?
—¡Duermes enntonces como las mantas, querida! ¡Si vieras qué gritos daba llamando a su marido, y rogándole, por lo más querido del mundo, que viniera a hacerle compañía!
—¿Y no se sabe dónde está Mómar?
—Al parecer, volvió a Senegal, sin que se sepa por qué.
—¿Qué te parece si encargamos a ese pobre parias de Felipe que haga las veces de Mómar?
—¿Tú crees? –dijo la otra interlocutora muy asustada-. ¿Y cómo piensas hacerlo?
—Hay que ser solidaria con las vecinas, hermana: si la enfermedad de esta mujer es la falta de compañía de noche, el remedio no es tan difícil: en la calle hay muchas personas deseando compartir techo con alguien, y por supuesto, un rato de pasión si hace falta. ¿Qué te parece la idea, David? –preguntó volviéndose al camarero, cuando no había mucha gente-. ¿Tú estarías dispuesto a encargar a Felipe el gitano acompañar a Servanda en la habitación de noche?
—Si lo tenéis tan claro… se lo digo; pero no estoy seguro de que sea lo más apropiado. Esto es una cosa muy seria, hermanas: hay que cuidar a la pobre Servanda indudabelmente; pero, de ahí a hacerle eso… ¡Bueno, yo se lo digo!
Quedaron las dos mujeres casi solas en el bar. David llamó a Felipe y ambos se sentaron en un banco.
—¡Ten compasión, querido Felipe, por lo más querido del mundo! Fuiste amiga de Servanda cuando estaba su marido. ¿Por qué no lo eres ahora que está sola?
—No somos enemigos, que yo sepa, david. Al menos por mi parte. ¿A qué viene esa observación?
—¿No la oíste gritar la otra noche?
—Sí. Creo que se ha vuelto loca.
—Unas cuantas vecinas han decidido que, para cuidar su salud, se la haga compañía de noche, como pedía en su súplica a Mómar…. Dicen que empieces tú, y a mí también me parece apropiado: ¡figúrate que pasas una noche en grande con ella, y luego de día estás más relajado, que también patinas de vez en cuando! ¡Anda, sé bueno, hermano! ¡Sé solidaria con tu amiga, no vaya a morirse sola! Los amigos están para todo; Felipe: para lo bueno y para lo malo. ¡No seas cobarde cuando te necesitan! ¡Luego nos cuentas qué tal, y te invitamos a desayunar!
Tres días después, apareció Servanda, adormilada. Los policías la introdujeron de nuevo en casa. Traía diversas medicinas para relajarse y dormir de noche, que le habían mandado los médicos.
—No la molesten –sugirieron a los vecinos-. Está cansada y ha perdido un poco la memoria.
A la noche siguiente, Felipe subió a su casa y llamó al timbre. Ella abrió la puerta sin contemplaciones.
—¿Cómo estás, querida Servanda? ¿Te acuerdas de mí?
Servanda lo miraba sin hablar. Parecía no reconocerlo.
—¿Y de Mómar?
Entonces se le iluminaron un poco más los ojos, y recuperó un poco de color también en la cara.
—¿Quién era Mómar?
Quería hablar, pero se le iba la voz. Felipe la abrazó:
—¡Mómar soy yo, querida! ¡He vuelto en tu busca, al enterarme de que me necesitabas demasiado. Voy a hacerte pasar la noche más bella que has conocido en tu vida, y a hacer las veces de Tranquimacín.
Con sus manos y sus uñas felinas, Felipe desnudó a Servanda sin hacer demasiado ruido bpara no despertar a los vecinos, y al contemplarla quedó extasiado.
—¡Cómo te han crecido los pechos desde que no te veo! ¡Estás mejor que nunca!
Pasaron una noche loca, y ya en el clímax de la pasión, Servanda le pidió que la penetrara por detrás, como solía hacer Mómar.
—Duele un poco, pero es muy divertido: me transporta a un mundo mágico, en el que toco la belleza con las manos; donde el dolor no existe y los gemidos son cantos de sirena que seducen a las piedras. ¡Mucho mejor que por delante!
¡Adiós Tranquimacín y antidepresivos de todo tipo! Nuestra amiga se levantó a la mañana siguiente. Ya no estaba tan irascible como otras veces, ni pegaba a la gente que se encontraba a cada paso. Seguro pues de haber cumplido su deber, Felipe se marchó a desayunar y a relajarse. Al volver por la noche, le propuso un juego:
—Dice David que quiere conocerte.
—Despacio, hermano, no la vayamos a asustar! Empieza tú primero, y yo te sigo.
Hecha un ovillo entre los dos, Servanda gemía de gusto; cuando le acariciaron el clítorias (tarea que quedó pendiente la noche anterior), tuvieron que taparle la boca, para que el nuevo orgasmo no los delatara.
—¡Chúpamelo también, que me tengo que morir de placer! Si es con Mómar, mejor –añadió bajando un poco la voz.
Al cuarto día, felipe y sus amigos descansaron, con el fin de comprobar si había mejorado, y Mómar había pasado a la historia. Por la mañana, volvió a levantarse con greñas y a destrozar todo lo que encontraba a su paso en la calle.
Días después, las vecinas volvieron a reunirse:
—¿Qué tal Servanda? ¿La habéis vuelto a ver desde la última vez que hablamos?
—Está mucho mejor. Ha cambiado una barbaridad de la noche a la mañana. Parece otra.
—¿Fue al médico al final? –dijo una nueva.
—Está enferma de amor, hermana. Hay que acompañarla de noche.
—¿Por qué no vas tú hoY, Gabi, ahora que te ha dejado Natacha? Así comprobamos qué tipo de compañía prefiere. Dile al pobre Felipe que descanse esta noche, que estará hartito. Sin embargo, Felipe se opuso, alegando que era imprescindible su compañía para Servanda, a quien ya había logrado, casi por completo, convencerla de que era Mómar.
—¡Mejor entonces –dijo Gabi para sus adentros-. Así nos ahorramos un día, y no tenemos que ir Elena y yo, como habíamos pensado.
Así pues, acudieron a la cita Gabi y Felipe.
—¡Primero yo, hermana, que para eso soy hombre, y ya el único en su vida!
Ante tal gesto de vanidad, Gabi cedió: al fin y al cabo, Servanda no era demasiado guapa. ¡Otra cosa es que probemos suerte!
Celoso por el primer puesto y ante la idea de disputárselo con una mujer, felipe se portó esta vez de manera excepcional: penetró a Servanda por delante y por detrás, y la masturbó hasta dejarla extenuada de placer. Gabi le masajeó la espalda y los pechos, pero ella apenas rechistaba. Se aseguró de que estaba despierta, y ante la comprobación afirmativa, devolvió el puesto a Felipe y se marchó a casa. Durmieron abrazados toda la noche, y de mañana se marchó.
—Creo que está embarazada –comentó a unas vecinas-: desde hace algún tiempo se pone ropa muy holgada y está más gorda que de costumbre. Le pregunto qué ha comido y me contesta que no toma más que líquidos porque no tiene hambre. Las perras empiezan a molestarla, pero ella sigue prefiriendo noches pasionales. Le he propuesto probar con ellas también, y me dice que eso ya es demasiado. Y es que, cuando le decimos que nos la chupe, se niega en rotundo, sea a quien sea; en este sentido, sólo quiere recibir.
¡Ya tenían las vecinas otro quebradero de cabeza con la pobre Servanda:
—¿Qué hacemos con la criatura?
—¿Y de quién es más probable que sea? ¿De Felipe quizá?
—Eso es lo de menos: no me parece conveniente que la pobre, según está, asuma tan onerosa carga.
Pasaban los días y los meses, y Servanda engordaba de manera inevitable. Nadie se explicaba cómo era posible que no abortara, pues parecía un alfiler de cabeza prominente. Estaba esquelética. De común acuerdo, los vecinos decidieron dejarle descansar de noche. Una de tantas, salió de nuevo al balcón, diciendo de nuevo a media voz:
—¡Mómar, me has abandonado de nuevo, ahora que llevo dentro lo mejor de ti!
Segúnh avanzaba el embarazo, prefería las caricias y los besos al coito, y cuando éste tenía lugar, lo hacía sentada y muy alegre, con una risa hilarante, aunque algo más segura de sí misma.
Una noche volvió a gemir como otrora, llamando a Mómar con todas sus fuerzas, aunque desde la cama donde se hallaba acostada, pues lo necesitaba con urgencia.
—¡Ven corriendo, Mómar de mi vida,
Que estoy a punto de parir tu semilla!
20/09/2017
Los días son tranquilos, cálidos y apasionantes junto a él. Hace poco vinieron vecinos nuevos al portal y ya nos hemos hecho amigos. Él, que de todo saca provecho y en todas partes encuentra amistades, ha comenzado un proyecto con uno de ellos, que consiste en casar a una mujer del cuarto con cualquier pretendiente que le convenga. Le digo que no se meta en esos entramados, pero a él le resulta muy divertido y se pasa el día pendiente del teléfono de dicha vecina.
21/11/2017
¡Estoy empezando a dudar de la conducta de este hombre!: creía que me amaba, pero actitudes como éstas me ponen en jaque: sigue pendiente de la vecina del cuarto, y ya no sé qué pensar: ¿habrá cambiado de idea y será a ella a quien ama? Tiene además la ventaja de que no encuentra trabajo.
20/12/2017
Ya lo tengo claro: ya no me ama y busca pretextos para evadirse de mí: si no consigue nada con la vecina del cuarto, vuelve malhumorado a casa; si le pido caricias, está cansado; si quiero dar una vuelta, no puede con su alma; si le digo que prepare el desayuno de los domingos como otras veces, no había chocolate y / o café. Lo tomamos con leche, y tras esto descubro que me ha mentido: le da pereza hacerlo. Tras esto, se marcha de casa y vuelve a la hora de comer. Ya me han dicho las vecinas que va de flor en flor… ¿Dónde fueron los días mágicos con sus noches apasionantes, caballero? ¿En qué te he decepcionado? ¿por qué no celebramos como antes las veladas de ensueño en las que te vestías de gala y eras el rey del portal!
Servanda es una mujer de edad mediana, muy coqueta, que trabaja de intérprete en Cruz Roja y de voluntaria en Médicos sin fronteras. Es una gran aficionada a lo exótico, hasta el punto en que siempre se la ve, incluso fuera de su trabajo, paseando, muy alegre y jovial, con personas de todas las procedencias: bengalíes, marroquíes, árabes, senegaleses… Sin embargo, hoy por primera vez, los vecinos la han visto destrozada: su marido, un joven senegalés muy trabajador, marchó anoche sin dejar señas ni dar otra razón, salvo una escueta despedida: “que te vaya bien en la vida.”
Ha perdido el apetito y apenas sale de casa. Una amiga, vecina suya, cuenta que se la oye llorar muy a menudo, y que, además de estar quedándose muy demacrada, está perdiendo facultades. Ya hace un mes de lo ocurrido, y Servanda sólo sale a sacar a las mascotas a pasear, como si fueran lo único que le importara en la vida en la actualidad, y aprovecha estas ocasiones para agredir a los vecinos y ofenderlos de distintas maneras: un día le lanzó a la cabeza los excrementos de una de las perras a una vecina, otro día le pegó en plena calle, delante de mucha gente, ayudada por un maleante y granuja del barrio. Cuando ésta y otras, junto con la policía, le pidieron explicaciones, alegó que había sido ella quien le había robado a su esposo; a otra le pinchó el teléfono, y fue tras ella la primera vez que la oyó hablar con un hombre.
De noche se levanta sonámbula y sale de casa como un tornado: comienza a llamar a las puertas de los vecinos, despertando a todos. La mayoría se asoma a la ventana, y al verla le sugieren, sin hacer demasiado ruido, que se marche para casa, amenazándola con llamar a la policía si no lo hace. Entra entonces en su guarida (que es en lo que se ha convertido su casa a fuerza de no limpiar) y comienza a golpear las paredes y el suelo.
De locura en locura y de extravagancia en extravagancia, una noche salió de casa muy decidida; se apoyó en el balcón, y llorando a moco tendido comenzó a pronunciar el siguiente discurso:
—¡Ay, Mómar de mi vida,
Ven corriendo que mi cama está muy fría!
¡Ay, mómar de mi vida,
Qué falta me hace de nhoche tu compañía!
¡Ay, Mómar de mi vida,
Fui tan feliz contigo
Que ni por todo el oro del mundo te cambiaría!
Impotentes por no poder calmarla, pues en verdad no sabían dónde estaba Mómar, decidieron llamar al SAMUR, más que por que les molestaran sus lamentos, por cuidar su salud. Llegó pues una ambulancia, en cuyo asiento trasero iban dos policías, que bajaron enseguida a esposarla; tras esto, la introdujeron en el vehículo y la tumbaron en una camilla. Tenía fiebre y el pulso a la velocidad de un rayo. Allí mismo le pincharon un transilium y se la llevaron al psiquiátrico más próximo.
A la mañana siguiente, los vecinos comentaban sus impresiones y especulaban sobre su posible enfermedad:
—¿Has oído esta noche a servanda?
—No. ¿Por qué?
—¡Duermes enntonces como las mantas, querida! ¡Si vieras qué gritos daba llamando a su marido, y rogándole, por lo más querido del mundo, que viniera a hacerle compañía!
—¿Y no se sabe dónde está Mómar?
—Al parecer, volvió a Senegal, sin que se sepa por qué.
—¿Qué te parece si encargamos a ese pobre parias de Felipe que haga las veces de Mómar?
—¿Tú crees? –dijo la otra interlocutora muy asustada-. ¿Y cómo piensas hacerlo?
—Hay que ser solidaria con las vecinas, hermana: si la enfermedad de esta mujer es la falta de compañía de noche, el remedio no es tan difícil: en la calle hay muchas personas deseando compartir techo con alguien, y por supuesto, un rato de pasión si hace falta. ¿Qué te parece la idea, David? –preguntó volviéndose al camarero, cuando no había mucha gente-. ¿Tú estarías dispuesto a encargar a Felipe el gitano acompañar a Servanda en la habitación de noche?
—Si lo tenéis tan claro… se lo digo; pero no estoy seguro de que sea lo más apropiado. Esto es una cosa muy seria, hermanas: hay que cuidar a la pobre Servanda indudabelmente; pero, de ahí a hacerle eso… ¡Bueno, yo se lo digo!
Quedaron las dos mujeres casi solas en el bar. David llamó a Felipe y ambos se sentaron en un banco.
—¡Ten compasión, querido Felipe, por lo más querido del mundo! Fuiste amiga de Servanda cuando estaba su marido. ¿Por qué no lo eres ahora que está sola?
—No somos enemigos, que yo sepa, david. Al menos por mi parte. ¿A qué viene esa observación?
—¿No la oíste gritar la otra noche?
—Sí. Creo que se ha vuelto loca.
—Unas cuantas vecinas han decidido que, para cuidar su salud, se la haga compañía de noche, como pedía en su súplica a Mómar…. Dicen que empieces tú, y a mí también me parece apropiado: ¡figúrate que pasas una noche en grande con ella, y luego de día estás más relajado, que también patinas de vez en cuando! ¡Anda, sé bueno, hermano! ¡Sé solidaria con tu amiga, no vaya a morirse sola! Los amigos están para todo; Felipe: para lo bueno y para lo malo. ¡No seas cobarde cuando te necesitan! ¡Luego nos cuentas qué tal, y te invitamos a desayunar!
Tres días después, apareció Servanda, adormilada. Los policías la introdujeron de nuevo en casa. Traía diversas medicinas para relajarse y dormir de noche, que le habían mandado los médicos.
—No la molesten –sugirieron a los vecinos-. Está cansada y ha perdido un poco la memoria.
A la noche siguiente, Felipe subió a su casa y llamó al timbre. Ella abrió la puerta sin contemplaciones.
—¿Cómo estás, querida Servanda? ¿Te acuerdas de mí?
Servanda lo miraba sin hablar. Parecía no reconocerlo.
—¿Y de Mómar?
Entonces se le iluminaron un poco más los ojos, y recuperó un poco de color también en la cara.
—¿Quién era Mómar?
Quería hablar, pero se le iba la voz. Felipe la abrazó:
—¡Mómar soy yo, querida! ¡He vuelto en tu busca, al enterarme de que me necesitabas demasiado. Voy a hacerte pasar la noche más bella que has conocido en tu vida, y a hacer las veces de Tranquimacín.
Con sus manos y sus uñas felinas, Felipe desnudó a Servanda sin hacer demasiado ruido bpara no despertar a los vecinos, y al contemplarla quedó extasiado.
—¡Cómo te han crecido los pechos desde que no te veo! ¡Estás mejor que nunca!
Pasaron una noche loca, y ya en el clímax de la pasión, Servanda le pidió que la penetrara por detrás, como solía hacer Mómar.
—Duele un poco, pero es muy divertido: me transporta a un mundo mágico, en el que toco la belleza con las manos; donde el dolor no existe y los gemidos son cantos de sirena que seducen a las piedras. ¡Mucho mejor que por delante!
¡Adiós Tranquimacín y antidepresivos de todo tipo! Nuestra amiga se levantó a la mañana siguiente. Ya no estaba tan irascible como otras veces, ni pegaba a la gente que se encontraba a cada paso. Seguro pues de haber cumplido su deber, Felipe se marchó a desayunar y a relajarse. Al volver por la noche, le propuso un juego:
—Dice David que quiere conocerte.
—Despacio, hermano, no la vayamos a asustar! Empieza tú primero, y yo te sigo.
Hecha un ovillo entre los dos, Servanda gemía de gusto; cuando le acariciaron el clítorias (tarea que quedó pendiente la noche anterior), tuvieron que taparle la boca, para que el nuevo orgasmo no los delatara.
—¡Chúpamelo también, que me tengo que morir de placer! Si es con Mómar, mejor –añadió bajando un poco la voz.
Al cuarto día, felipe y sus amigos descansaron, con el fin de comprobar si había mejorado, y Mómar había pasado a la historia. Por la mañana, volvió a levantarse con greñas y a destrozar todo lo que encontraba a su paso en la calle.
Días después, las vecinas volvieron a reunirse:
—¿Qué tal Servanda? ¿La habéis vuelto a ver desde la última vez que hablamos?
—Está mucho mejor. Ha cambiado una barbaridad de la noche a la mañana. Parece otra.
—¿Fue al médico al final? –dijo una nueva.
—Está enferma de amor, hermana. Hay que acompañarla de noche.
—¿Por qué no vas tú hoY, Gabi, ahora que te ha dejado Natacha? Así comprobamos qué tipo de compañía prefiere. Dile al pobre Felipe que descanse esta noche, que estará hartito. Sin embargo, Felipe se opuso, alegando que era imprescindible su compañía para Servanda, a quien ya había logrado, casi por completo, convencerla de que era Mómar.
—¡Mejor entonces –dijo Gabi para sus adentros-. Así nos ahorramos un día, y no tenemos que ir Elena y yo, como habíamos pensado.
Así pues, acudieron a la cita Gabi y Felipe.
—¡Primero yo, hermana, que para eso soy hombre, y ya el único en su vida!
Ante tal gesto de vanidad, Gabi cedió: al fin y al cabo, Servanda no era demasiado guapa. ¡Otra cosa es que probemos suerte!
Celoso por el primer puesto y ante la idea de disputárselo con una mujer, felipe se portó esta vez de manera excepcional: penetró a Servanda por delante y por detrás, y la masturbó hasta dejarla extenuada de placer. Gabi le masajeó la espalda y los pechos, pero ella apenas rechistaba. Se aseguró de que estaba despierta, y ante la comprobación afirmativa, devolvió el puesto a Felipe y se marchó a casa. Durmieron abrazados toda la noche, y de mañana se marchó.
—Creo que está embarazada –comentó a unas vecinas-: desde hace algún tiempo se pone ropa muy holgada y está más gorda que de costumbre. Le pregunto qué ha comido y me contesta que no toma más que líquidos porque no tiene hambre. Las perras empiezan a molestarla, pero ella sigue prefiriendo noches pasionales. Le he propuesto probar con ellas también, y me dice que eso ya es demasiado. Y es que, cuando le decimos que nos la chupe, se niega en rotundo, sea a quien sea; en este sentido, sólo quiere recibir.
¡Ya tenían las vecinas otro quebradero de cabeza con la pobre Servanda:
—¿Qué hacemos con la criatura?
—¿Y de quién es más probable que sea? ¿De Felipe quizá?
—Eso es lo de menos: no me parece conveniente que la pobre, según está, asuma tan onerosa carga.
Pasaban los días y los meses, y Servanda engordaba de manera inevitable. Nadie se explicaba cómo era posible que no abortara, pues parecía un alfiler de cabeza prominente. Estaba esquelética. De común acuerdo, los vecinos decidieron dejarle descansar de noche. Una de tantas, salió de nuevo al balcón, diciendo de nuevo a media voz:
—¡Mómar, me has abandonado de nuevo, ahora que llevo dentro lo mejor de ti!
Segúnh avanzaba el embarazo, prefería las caricias y los besos al coito, y cuando éste tenía lugar, lo hacía sentada y muy alegre, con una risa hilarante, aunque algo más segura de sí misma.
Una noche volvió a gemir como otrora, llamando a Mómar con todas sus fuerzas, aunque desde la cama donde se hallaba acostada, pues lo necesitaba con urgencia.
—¡Ven corriendo, Mómar de mi vida,
Que estoy a punto de parir tu semilla!
¡Ven corriendo, que estoy extasiada,
Deseando que conozcas
T presente y tu mñana!
Vinieron de nuevo los servicios médicos y la condujeron al hospital, donde dio a luz a una niña preciosa. Por deliberación de los vecinos, Servanda ingresó de nuevo en el psiquiátrico, con el fin de recibir un tratamiento más fuerte que asegurara su estabilidad emocional, y su hija fue cedida a la vecina del cuarto.
¡Ven corriendo, que estoy extasiada,
Deseando que conozcas
T presente y tu mñana!
Vinieron de nuevo los servicios médicos y la condujeron al hospital, donde dio a luz a una niña preciosa. Por deliberación de los vecinos, Servanda ingresó de nuevo en el psiquiátrico, con el fin de recibir un tratamiento más fuerte que asegurara su cuarto.
Jaime Salcedo Muñoz
05/05/2020 a las 07:25
Me encontraba tirado sobre el sofá, tenía intenciones de dormir. Pues había pasado muy mal la noche. La casa había estado sin electricidad toda la madrugada y el calor era insoportable. Como si mi desgracia no fuese suficiente, en el momento en que intento dormir, empiezo a escuchar un ruido tremendo, desomunal. Traté de ignorarlo todo lo que pude. Mantuve los ojos cerrados y contaba gatos en mi mente, pero todo fue inútil. También se empezaron a escuchar gritos, horridos gritos tanto masculinos como femeninos. Fue entonces cuando decidí levantarme y corrí hacia la ventana. Lo que vi fue terrorífico y traumático. Un gran tornado azotaba la ciudad y lentamente se acercaba hacia mi casa. Empecé a ingeniar ideas para enfrentarme al enemigo, pero recordé que soy un completo cobarde.