Para el reto de hoy, os propongo escribir un relato que tenga lugar en un pueblo abandonado y que contenga la palabra mantel.
Al contrario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis. ¡Escritura libre y creativa!
Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (22):
mar
25/03/2020 a las 11:21
Me encantaba andar por las calles vacias de aquel pueblo abandonado.Los suelos de adoquines y musgo, abrir puertas de madera carcomidas y desvencijadas, miles de ruidos desconocidos para mi ,una urbanita de pro. El único miedo que tenia es que cayese algún suelo o algún techo al entrar a cotillear las casa abandonadas.
No se qué había pasado, pero esta claro que la gente había tenido que salir precipitadamente.Los platos aún estaban encima de la mesa, los manteles de cuadritos rojos y blancos, tipo vichy, sin quitar.Habían abandonado todo.Imaginaba que habían salvado la vida dejando todos los lastres.
María Jesús
25/03/2020 a las 12:59
Aurelia se resistía a salir del que había sido su hogar durante 48 años, pero su hija la apremiaba.
-¡Vamos mamá que no tengo todo el día!
Salió con pesar de la casa y haciendo caso omiso a su hija encaminó sus pasos a la plaza del pueblo que después de su marcha quedaría abandonado. Sus pensamientos le trajeron a la memoria sus calles bulliciosas, la verbena de los domingos,las Misas abarrotadas de fieles, la escuela con niños aplicados y otro no tanto, la fragua, la matanza de diciembre, la cosecha del trigo, la vendimia, el olor de la encina quemada, el tomillo del monte, las abejas recolectoras de polen, los grillos de las noches de verano, el rumor del rio…olores y sensaciones que no volvería a percibir.
Su hija le sacó de sus ensoñaciones.
-Te dejabas esto en la cómoda.
Aurelia miro el objeto, era un mantel de tela panamá bordado a punto de cruz, lo había hecho en la escuela, en la clase de costura para el día de la madre.
Lloró acariciando la tela mientras el coche arrancaba dejando atrás toda una vida.
Esther
25/03/2020 a las 15:06
Después de tantos años, Amelia puso el pie, de nuevo, en el pueblo de sus padres. Aunque era septiembre y coincidía con las fiestas, sin embargo, no se veía ni un alma por aquellas callejuelas polvorientas, de aquel color rojizo tan característico. Desde su hogar en Estocolmo había leído noticias sobre la despoblación de muchos pueblos en España, y uno de ellos era el de sus progenitores. Ellos murieron allí, como era su deseo, a pesar de la insistencia de su hija con que estuvieran en una buena residencia de ancianos. Amelia sugirió llevárselos a Suecia y allí los habría cuidado con esmero, pero no quisieron. “La tierra es la tierra, aquí tenemos nuestras raíces y aquí nos quedaremos”. Y así fue.
Amelia no quiso sucumbir al dolor que le producía recordar tantos momentos entrañables, no solo con sus padres sino con sus amigas, el primer novio, aquellas gentes tan abiertas, entrando y saliendo de las casas, con la merienda en la mano, la cosecha, los animales en el huerto, el olor a leña ardiendo mientras afuera estaba helando… Ella intentaba mantenerse en el presente, ¡qué difícil era! Una mujer hecha y derecha, que salió de allí apenas cumplidos los dieciocho y dispuesta a comerse el mundo, y lo consiguió. Viajó por todas partes, se casó, se divorció, se volvió a casar y formó una familia con un marido que la adoraba y tres hijos estupendos. Todos ellos, suecos. Ajenos a la historia que concernía al pueblo.
Por fin, llegó el momento de arreglar los temas de herencia, y Amelia no pudo retrasar más “esta gestión”. Es lo que se decía a ella misma, “esto es una gestión, firmo y me vuelvo a casa”. A punto de entrar por aquella puerta casi desvencijada, una brisa le trajo el aroma del campo en un instante, a tomillo y lavanda. Tuvo que cerrar los ojos para sobreponerse. Más erguida aún si cabe, abrió la puerta con una mezcla de temor y curiosidad a la vez. Y allí estaba el mantel de hule, como ella lo recordaba, aunque con un verdor descolorido. La gran mesa redonda había resistido bien el paso del tiempo, al igual que el mantel. Testigo de tantas comidas, charlas distendidas, libros, discusiones y algún puñetazo en la mesa… De lágrimas, cartas escritas, unas enviadas después y otras rotas en pedazos. Testigo de medicamentos, de enfermedad y muerte.
Amelia buscó una silla de inmediato, la mente cedió al corazón y, con la cabeza hundida entre las manos, reposó, vencida, sobre el humilde mantel.
@libroslados
25/03/2020 a las 15:13
La invitación
Se habían perdido. La maleza fue cerrándose sobre el coche hasta que el camino desapareció de repente ante sus ojos. No pudieron calcular cuánto tiempo hacía que habían salido de la ciudad, porque confundieron un bosque de galería con la noche. Y porque amaban con los ojos cerrados. Habían parado tantas veces para hacerlo que perdieron la noción del tiempo. Y la del espacio.
La desorientación, lejos de hacer brotar la angustia, supuso un aliciente para la evasión furtiva. Se excitaban con la incomunicación de la que disfrutaban y con la idea de que nadie podría saber adónde estaban. El mundo se reducía al castañal que tenían por delante. Un paraje con la belleza de los lugares malditos.
La lluvia recién caída inflamó de un verde provocador toda la ladera. Sin decirse nada, rodaron con sus cuerpos enmadejados por la falda del cerro sintiendo lo mismo que la primera vez. Terminaron justo cuando llegaron abajo.
Mientras se sonreían con lágrimas en los ojos, algo llamó la atención de la pareja. Se levantaron y siguieron su intuición por entre los matorrales. Al otro lado de un pequeño arroyuelo había un villorrio con sus casas desvencijadas y violadas por la naturaleza. Pasearon con fascinación por el pueblo fantasma hasta que vieron una puerta abierta.
En la mesa del salón, un mantel sostenía dos cubiertos y pan recién horneado. Se miraron mientras buscaban una explicación. Una olla exhalaba a borbotones aromas de madre. Allí no veían a nadie. Recorrieron la casa llamando y nadie contestó. De nuevo en el salón, observaron que la puerta de lo que parecía una despensa estaba entreabierta. Se acercaron conteniendo la respiración.
—¿Hola?
Oyeron un sollozo contenido.
—¿Hola? ¿Podemos ayudarle?
Abrieron la puerta con mucho cuidado y estaba allí, como un feto gigante, gimiendo como un perro apaleado.
—Disculpe…
—Ya salgo, ya salgo. No quería que nadie me viera en estas circunstancias —justificó aquel hombre canoso con el rostro agrietado que lloriqueaba como un bebé.
—¿Está solo?
—Solo he venido como cada año a comer con ella.
—¿Quién es ella?
—Ella ya no está. Solo está aquí conmigo, cada año que vengo a que comamos juntos.
El hombre sintió que debía explicarse, pues aquellas personas no tenían cara de entender lo que estaba pasando.
—Fue hace mucho tiempo. Éramos amantes. Un día que escapamos de todas las miradas y de todos los pareceres nuestro coche llegó a un lugar por donde no podía avanzar más. Estábamos muy felices y emocionados con la aventura. Nos abrazamos y caimos rodando desde lo alto del cerro de ahí detrás, por entre los castaños, mientras nos besábamos. Al poco, algo nos llamó la atención y descubrimos este poblado abandonado y arruinado. Esta casa estaba abierta y entramos a curiosear —El hombre se echó a llorar y apenas pudo articular palabra, más allá de intentar explicar que ellos forzaron a su amante en su presencia con múltiples aberraciones.
Ellos.
¿Quiénes serían ellos?
El silencio era aplastante y se presentía eterno. De repente, sintieron la presencia de más gente en el zaguán. Pero ya no se atrevieron a mirar.
Nox
25/03/2020 a las 18:30
Y después de todo, lo único que sobrevivió en aquel pueblo abandonado fue ese mantel blanco de puntillas. Flameó incansable al viento como una bandera de paz.
Ana Yacoel
25/03/2020 a las 19:33
Federico y el lago
Después de 20 años de que la inundación provocada por una crecida del lago sumergiera al pueblo completamente, las aguas comenzaron a retirarse y aparecieron en el paisaje el antiguo matadero, viviendas y hoteles en ruinas, árboles muertos y vehículos oxidados.
A lo lejos se ve una cabaña que desentona con el paisaje, parece nueva, asombra ver la cocina, la mesa con el mantel impecable, la olla sobre el fuego y Federico, el único habitante del pueblo.
Un día de invierno, una pareja de turistas confunde el camino y llega a ese pueblo por casualidad. Fascinados con la belleza del lago se acercan y se detienen sin advertir que estaban sobre un charquito.
En pocos minutos el agua comienza a subir de nivel, las ruedas de la 4 X 4 quedan debajo del agua, y el lago empieza a tragar la enorme camioneta de doble tracción y gran capacidad para sortear obstáculos en la que ellos viajan.
Temerosos abren la puerta y salen de la camioneta, empiezan a pensar que hacer ahí, en medio de la nada, con su camioneta hundida, sienten miedo.
En ese momento llega Federico manejando un tractor, toma una soga, une la 4×4 al tractor y la rescata.
Pablo y Estela están muy agradecidos, le preguntan que pasó en el pueblo, dónde está la gente, porque se ve casi todo arruinado menos él, el tractor y la cabaña sobre la colina. Federico les cuenta lo que ocurrió hace 20 años, que todos los habitantes se fueron porque el lago creció y tapo todas las viviendas, la gente subía a los techos para no ahogarse, la prefectura llegó con lanchas y los trasladó a todos hasta un pueblo cercano, las aguas permanecieron por 20 años.
Un día, sin saber porque empezaron a retirarse, aunque cada tanto sube el nivel, como pasó hace un rato y solo el tractor le permite rescatar lo que el lago pretende devorarse.
El es el único habitante del pueblo, nunca quiso irse, vivió muchos años casi sin nada, construyó su cabaña en la colina, sembró la huerta, rescató las gallinas y las vacas que sobrevivieron a la inundación y siguió su vida, completamente solo por mucho tiempo, hasta que las aguas del lago se fueron retirando.
Ahora todo cambió, a veces recibe visitas inesperadas, casi siempre es gente que llega sin saber a dónde va, algunas veces llegan periodistas ávidos de investigar cual es el secreto del lago de los mapuches, pero no hay secreto, simplemente un hombre, que decidió quedarse allí, enfrentarse al lago y vencerlo.
Amilcar Barça
25/03/2020 a las 20:53
Vivo en una tierra que sabe mucho de pueblos abandonados. Unos lo fueron forzados por las circunstancias y otros forzados a secas.
Se hace de noche en un pueblo de la España desierta. Una mujer se pone de parto y su marido prepara el coche para salir hacia la capital, al hospital, distante 60 kilómetros del municipio. Comienzan a caer los primeros copos que en cinco minutos cubren como un mantel la carretera. Nieva como si nunca lo hubiera hecho, con furia y el aire arremolina la nieve impidiendo la visibilidad.
El hombre intenta usar el móvil para alertar a emergencias; inútil, no hay cobertura. Llegan a la entrada de un pueblo que se presume desierto, ni una casa abierta, ni un refugio abierto. Permanecen en el coche en tanto arrecían las contracciones. La calefacción durará lo que la gasolina aguante.
Al poco, llega un trineo tirado por renos con un personaje de cuento de Navidad.
—En toda mi larga vida me había ocurrido un desastre como este; nunca había hecho esta ruta y ahora estoy perdido.
—¿Puede ayudarme a buscar un refugio? Mi mujer está de parto.
Encuentran un corral semihundido y en la parte del tejado que permanece intacta, preparan un fuego con las maderas de la techumbre caída. Los renos protegiendo con sus cuerpos a la parturienta, crean una atmósfera de intimidad. La nieve en el exterior, no amaina.
A medianoche, viene al mundo el bebé. Arropan a madre y criatura con la casaca del repartidor de juguetes perdido.
Al otro día, puestos en alerta los servicios de emergencia de la no llegada de los viajeros al hospital, llegan al pueblo abandonado rescatando a los transeúntes. Papá Noel, está consternado por no haber cumplido con su misión.
A la recién nacida, la van a llamar Nieves. ¿O Noelia?
Chara Rafael
25/03/2020 a las 21:01
En un poblado que ahora solo arrastra polvo; de lo que antes era una ciudad de concreto la cual se fue borrando a medida que sus artistas la abandonaban porque ahora ya no suenan los conciertos,ni las pinturas se exponen en los museos,tampoco las obras de teatros se presentan. Solo queda la sombra de algo que fue abandonado por los financistas y la convirtieron en una caricatura olvidada sobre un mantel de una mesa de lo que antes era el Museo de Bellas Artes.
María Kersimon
25/03/2020 a las 21:46
Retorno a origen
Sobre la mesa el teclado mudo y negro, un estuche de acuarelas a medio llenar. Faltan colores que se han gastado (aquí no llega el correo, hay que ir a por ellas a la gran ciudad), una lata de cerveza Heineken arrugada. Siempre que la acabo estrujo la lata para que caigan las últimas gotas y se forman burbujas que a veces permanecen segundos reflejando la sinfonía irisada de la luz.
Sobre el papel, la sombra de la mano que se afana laboriosa sin obedecer a una orden clara. Esta vez no. Más bien el movimiento surge de la urgencia, de la necesidad de plasmar algo, aunque sea el ritmo del corazón, de la mente que holgazanea y se pierde en los meandros yermos y circulares de su propio funcionar. No hay hacer sin voluntad, sin la chispa del querer. Sólo la aleatoriedad que pende del hilo que la araña teje a medida que se despeña viga abajo me conmueve. Sería capaz de tejer una tela completa sin importarle que de un manotazo se la pueda romper. ¿Me ve la araña? ¿Es consciente de que un ser intruso amenaza su obra y su vida misma? Desde que nació conoció la casa deshabitada, territorio suyo por completo. Seguramente todas las arañas, de una casa a la otra, deben transmitirse el conocimiento ancestral de que el pueblo siempre fue suyo.
Es útil el lápiz con goma de borrar pues permite eliminar las palabras malsonantes al instante. Malsonante suena a insulto, a taco, pero no. Son las que no casan con el resto, que no caen en gracia. ¿De quién? Del que escribe, ciertamente, pero del que escribe pensando en un lector a quién le sonará bien o mal esa palabra. ¡Qué sé yo cómo se recibirá!
Escribir en un cuaderno sin rayas es agradable. Es libre. Free. Freak. Puedes ir a tu bola. La rectitud la marcas tú. La tienes interiorizada de sobra, igual que en tu vida. Por esto te cuesta tanto crear. Crear es salirte del camino recto a ángulos calculados, salirte de la lógica de la rectitud. La creación es tuerta, coja, polifacética, deforme, irreverente. He pasado demasiado tiempo prisionera de mi piso-jaulita de ciudad. Tengo las rectas incorporadas, los ángulos de 90 grados se aferran a mi retina. Se irán a la fuerza. Aquí los ángulos bailan a su aire. Las paredes se inclinan hacia las otras con reverencia.
En el lateral de la mesa, una acuarela empezada, abandonada a su suerte. Las transparencias del mar empezaron a aflorar, sin mucha definición, pero aún sin comprometer el resultado. Todo depende. Crear es arriesgar, jugártela, partirte la crisma si es necesario. Necesito otra Heineken verde y plata. Atravieso la sala de vigas altas. ¿Cómo llenar el espacio hasta hacerlo mío, flotar en él, nadar en mi pecera tan libre como para crear? El espacio me responde «ocúpame, sólo te espero a ti, a que te decidas a hacerme tuyo, a domarme, a imponerme tu ritmo y tu canción, tal como se doma un caballo». He vuelto a atravesar la sala en penumbra para buscar el sacapuntas y he notado como el espacio me desea, me recibe y me invita a llenarlo más y más. Como el cuaderno de hojas impolutas que quiere mi escritura, el espacio desea que lo penetre, lo ilustre, lo dibuje, para darle vida y sentido por fin tras todos estos años de abandono. Hace veinte años que estas paredes no tienen identidad pues no hay nadie que se las dé. Suspiran por mí, sólo por mí. Me esperan para recuperar existencia y carácter, y yo me hago rogar. Me adentro en la casa lenta y pausadamente como quien vadea un río, tanteando cada piedra, cada raíz debajo del agua, sintiendo el agua que se abre bajo la presión de las piernas a cada paso. Mi impronta es única. Sólo yo abro el agua de esta manera. Las piedras del suelo resuenan a mi carga genética. ¡Abuela, cuando te casaste y entraste aquí por primera vez, enseñaste a las piedras mi melodía! ¡La recuerdan!
No puedo reproducir las transparencias del agua pues son insondables. En el fluir se van unos colores y aparecen otros. ¿Cómo apresar las transparencias del agua? Qué absurdo, el agua no tiene color, refleja los objetos que se miran en ella. La luna, por ejemplo. El cielo, las nubes. También las algas del fondo y los berros de la fuente de los caballos… Acabo de derramar el agua de la acuarela en el mantel de hule a cuadritos blancos y negros y ha empezado a empapar las tapas del cuaderno donde aún no he escrito ni una palabra. Rápidamente lo seco, acaricio la página en blanco, y lloro de emoción porque siento que la casa me ha reconocido.
Pablo Jesús Sesma
25/03/2020 a las 23:21
Mi primo me contó que había ido a un pueblo abandonado en el área de Agreda. La nostalgia me vino de improviso formándome imágenes mientras él me relata con todo detalle los pormenores de aquella aldea “sin memoria”. Las ruinas son abundantes, alguna caseja estaba en pie, pero el techo agujereado por el paso del tiempo. Había una mesa destartalada y con un mantel que en su día era blanco, lo encontró sucio y agujereado. Me trajo el periódico “Informaciones” de la siniestra Falange Española de las JONS. Estaba en el suelo frente a la mesa, amarillento y letras borrosas por el efecto temporal…
Teresa Fernández
26/03/2020 a las 02:43
Desplequé el mantel en el césped y me vino a la cabeza aquel pueblo abandonado donde pasé mi infancia. Porque no siempre estuvo tan solo. Ahí pasé los mejores momentos de mi primera infancia. Ahí viví con mi tía qurerida. Ahí conocí a una familia maravillosa. Lástima que ya no quede nadie. Empecé a poner los cubiertos, los vasitos, los huevos duros, la cesta con el pan, y en eso oí el maullido de los gatos, que siempre acompañaban a Isabel. Isabel mi vecina ahora protegida, adoptada. Sus hujos corriendo atrás. Nuestras amistades. Igual que antes, pero con otros. Nadie está del todo abandonado mientras tenga con quién compartir y sentirse amada. Eso me dije mientras me viraba a verla, y no era ella, no eran ellos, no eran esos gatos, pero me despejaron igual los malos recuerdos y me trajeron el buen ánimo que necesitaba.
MT Andrade
26/03/2020 a las 03:42
PUEBLO BLANCO
Había que mejorar la convivencia y a los López no se les ocurrió mejor idea que salir a visitar un pueblo abandonado, de esos que la carretera formó hace doscientos años y que el siglo XXI dejó de lado. El furgón grande no llamó la atención en la carretera.
Bajaron, corrieron por la plaza, tomaron muchísimas selfies. En los otrora verdes bancos tuvieron su picnic.
Puertas y ventanas tapiadas, incluyendo la prolija capilla de plaza de pueblo chico.
Supusieron que los antiguos pobladores habrían emigrado a la ciudad, o al campo. Esos campesinos miedosos… Todo por otra gripe.
Todo estaba vacío, ni las almas de los difuntos moraban allí.
Entraron en el bar. Una sola mesa prolija, una sola mesa con mantel. Habían permanecido inalteradas las botellas detrás del mostrador. Un extraño y mal escrito cartel indicaba: “sírvase usted mismo y deje el importe en la caja”.
El día pasó muy rápido, lo opuesto de lo que sucedía dentro de su sitiada casa. Anocheció de pronto. ¡Qué fastidio! Volver a la prisión.
Pero entonces: ¡cuánta mala suerte! Una rueda pinchada.
Desde la carretera, próximo al cartel que indica pueblo blanco, no se percibe el olor a muerte.
Syöna
26/03/2020 a las 10:50
Llamó a la puerta de la casa con un golpe firme y decidido. No obtuvo respuesta y, a pesar de no recibir ningún tipo de invitación, movió la hoja de madera y se adentró en la vivienda. Nadie le esperaba, tampoco nadie le recibió. Sobre el mantel no había platos que le enviaran el mensaje de que alguien le espera a comer. Recorrió toda la estancia, abrió armarios, en su paso tiró un par de frascos de cristal que cayeron de manera estrepitosa al suelo, rompiéndose en mil pedazos. No le importó y siguió tocando todo lo que encontraba a su paso. Era descarado, nunca había pedido permiso para hacer lo que quería y no iba a detenerse ahora. Se iba sin dejar pruebas que evidenciaran su presencia y entraba en otras casas para proceder de igual modo. A veces entraba sin llamar porque ya encontraba las puertas abiertas para él y en ocasiones empleaba las ventanas de cristales rotos. Hasta una grieta podía serle de utilidad para colarse donde quisiera y es que, desde que la radiación había vuelto aquel pueblo tan peligroso, solo el viento se atrevía a seguir paseando por sus calles y visitando las casas de una en una como un niño travieso buscando tesoros olvidados.
Yubany Checo
26/03/2020 a las 21:20
Cuando mire el reloj eran las seis en punto. Revise la ruta que me sugería el navegador. Sabia no era la mejor porque se alejaba unos kilómetros de mi destino. Aun así prefería intentarlo. Atravesar la ciudad me tomaría más tiempo y hoy era el cumpleaños de Leonor.
El día se presentaba como esos con nubarrones grises y lloviznas. En algún momento debía detenerme a comprar el bizcocho. A ella le gustaban las sorpresas más cuando eran de chocolate con crema. Decía que las velitas las pondría cuando se considerara una mujer vieja.
La imagen de un local, un tanto borrosa, me vino a la cabeza. Tenía la sensación de no estar lejos. Pero cuando veía los arboles a ambos lados, con las ramas entre lazadas, formando una especie de túnel, me confundía. Y luego volvían las curvas, la señal que indicaba reducir la velocidad y el puesto de orquídeas para hacerme sentir familiar otra vez.
Podría jurar que en algún tiempo de mi vida anduve por esto lugares. De repente me llegaban imágenes en ráfagas, después dispersas. Me abstraía por segundos y por otros tantos las interrumpía.
Regresé con toda mi atención puesta en la carretera. El carro producía un sonido que hacia el maletín en el asiento del pasajero vibrara. Miraba a la derecha cada cierto tiempo, no quería pasar de largo por aquella tienda que según mis cálculos no estaba lejos de aparecer en mi línea de vista.
La noche venia detrás. No supe cuando el navegador dejo de marcar la ruta. En verdad no lo usaba cuando conocía el camino. Me guiaba de mi instinto que muy pocas veces fallaba. Además, la señal de las telefónicas se pierde entre tantas montañas. Concluí debía estar a la mitad del recorrido. Respire. A Leonor no le gustaban las demoras y más si sucedían en su cumpleaños.
Las luces de mi Toyota se perdían en la oscuridad. Las lámparas de la carretera no eran suficientes. Me dolían lo ojos cuando mire el reloj y aun eran las seis. El día había sido largo y sin buenos resultados. Hoy los clientes no compraron ni pagaron sus facturas atrasadas. Tampoco les interesaron los nuevos productos. Les hablaba y contestaban cosas sin relación, a veces sin sentido.
La tienda aparecía ante mis ojos. Su letrero de luces rojas y verdes era inconfundible. Me estacione. Salí del carro tan pronto como pude. Noté unas abolladuras que no había percibido antes, una rotura del parabrisas que podía calificar de consideración y de la que tampoco me había dado cuenta.
Empuje la puerta. Las campanillas sonaron y una joven delgada salió a mi encuentro. Daba pasos cortos como si arrastrara sus pies para no resbalarse en el piso.
― ¡Bienvenido! En que puedo ayudarle.
―Busco un bizcocho de chocolate con crema. También algunas velitas.
―Necesitara un mantel. Uno de plástico que diga “Feliz Cumpleaños”.
―Qué curioso, no había pensado en un mantel. Pero si, inclúyalo. A Leonor no le gusta ensuciar la mesa del comedor con nada dulce.
―Por eso lo digo.
Me tomo tiempo darme cuenta y preguntarle.
― ¿Usted la conoce?
La joven plegó sus labios como si me recriminara la pregunta. Las luces dentro de la tienda estaban a media intensidad.
―Voy por el biscocho y regreso en breve.
Vi como su sombra se alargaba por el pasillo hasta perderse. La mía estaba quieta, pequeña, interrumpida con las luces que tintineaban, confundida con otras que salían de los anaqueles pegados a las paredes.
Empecé a escuchar un zumbido, fuerte, penetrante. Miré el reloj. Aun eran la seis. Entonces entendí que se había descompuesto. Sus manecillas estaban detenidas. Había olvidado cambiarle la batería. Escuché los pasos de la joven que venía de regreso.
―No tenemos bizcocho, velitas ni mantel.
Sentí el calor recorrerme el cuerpo. Miré hacia la caja registradora.
―Esperé todo este tiempo para que me dijera que no tenía.
―No se preocupe por ese sonido. Luego se acostumbrara. Así les pasa a todos.
Otra vez escuchaba algo sin sentido. Traté de entender pero no demoré en eso. Me había hecho perder tiempo. Llegaría tarde a la celebración con Leonor.
―Es temprano aun.
― ¿Qué hora tiene usted? Mi reloj no camina.
―No hay reloj aquí. Pero no se preocupe, no tiene porque. Siempre hay tiempo para todo.
Salí de aquel lugar con la aprensión de haber perdido algo, algo más que tiempo. Solo pensaba en que llegaría tarde a la celebración de Leonor.
Por alguna razón, abandoné esta carretera. La señal del navegador regresó y las manecillas de mi reloj volvieron a marchar. Llegue a la ciudad en menos del tiempo estimado. Lamente no traer conmigo el bizcocho. Pero pensé que sería mejor invitar a Leonor a comer a algún restaurante. Eso le gustaría como a cualquier mujer joven.
Entre y llame sin obtener respuesta. Camine por la sala, la cocina. Trate de no hacer ruidos. Encendí la luz de la habitación. Me acerque a la cama. En las sabanas, envuelta, una mujer arrugada descansaba vestida con un atuendo de fiesta.
Mercedes
27/03/2020 a las 13:53
De aquella tarde tan solo quedaban ya un recuerdo lejano y unas migas en el mantel
Inés
27/03/2020 a las 13:54
Cuando la raza humana pudo regresar al planeta que la vio nacer, inició la exploración del terreno en un antiguo pueblo. Pocos objetos les resultaban familiares, borrado ya el rastro de la época terrestre de sus mentes. Entre ellos no estaba ese trozo de tela que cubría la mesa, esa sí, reconocida. No entendieron por qué al tocarlo quisieron sentarse todos alrededor. Hacía ya mucho que los seres humanos no comían. Pero eso, tampoco lo sabían.
Gladys Moreno
01/04/2020 a las 04:34
¡Jooorge! ¡¡Jooorge!! ¡espérame por favor!, ¿no ves que estoy cansadisima?.
Este ni siquiera da vuelta a mirarme.
¡Oh, gracias Señor! por fin se detuvo.
¡Jorge, no te escucho! este piensa que por estar de mochileros este verano, tenemos que caminar todo el día.
-Anita, eres muy lenta nos estamos perdiendo de recorrer este sitio histórico de punta a punta.
Quieres decir lo que queda de este pueblo abandonado, mira las calles o lo que queda de ellas, polvorientas, las casas se caen solas, no hay ni un solo árbol…
-Pero Anita, ¿cómo nos ibamos a perder esta visita? Es única en nuestro recorrido por el norte
¿Qué opinas tú, Rafa?
Rafa es mi hermano, el opina lo mismo que yo, por solidaridad o por lealtad a la familia, ¿verdad Rafa? Dile que es poco atractivo el paseo para un día de vacaciones, casi son ruimas, además hace mucho calor…
-Momentito, Anita estas equivocada; ambos pongan atención, por lo que sé esta salitrera es de 1899 y fue unas de las más importantes y por eso tuvo los primeros adelantos de la época, ¿se imaginan que hasta cine hubo aqui?
¡Nooo te puedo creer! ¿y qué pasó? Que no siguió por esa senda del progreso, porque internet no tiene, ni 4G, tampoco tv cable.
Anita, hoy andas de graciosa por la vida. Te explico, porque me doy cuenta que no pusiste atención a las clases de historia. Sucedió que los alemanes inventaron el salitre sintético y la industria del salitre tan boyante y próspera se vino a pique. Y la gente que habitaba estas estaciones y oficinas salitreras quedaron sin trabajo por el bajo precio del producto, se acabo la demanda. Se fueron a buscar mejor fortuna a otras ciudades y se fue apagando el pueblo, al punto del abandono.
-Miren esas cruces.
Jorge, Rafa ¿vamos?
-Este es el cementerio del pueblo y de otros cercanos, porque no en todos los campamentos mineros tenian ementerios. ¿Cómo fueron estas personas? Ni se distinguen los nombres de las personas que enterraron aquí.
-Rafa, hermanito tú siempre tratando de imaginarte la vida en el pasado. Ahora imagina tú: un portal del tiempo, para visitar el pueblo en el 1900, sus calles con el bullicio de sus habitantes, el almacen con los trabajadores comprando sus cosas con fichas y anotando el vwndedor algu pedido especial. Y ni pensar en bolsas plásticas para llevar los productos, todo envuelto en papel y amarrado con pitilla. Las mujeres con esos vestidos largos y con sombrero o sombrilla, porque aqui siempre fue caluroso. Ni pensar en baño y ducha como las conocemos. Ves Rafita que la vida era muy distinta.
-Anita, Jorge en este lugar se ve mejor el pueblo ¿tomémonos una “selfie”?
-¡Sii!
Ya bueno reconozco que todo es interesante pero estamos en medio del desierto, yo no quiero que acampemos aquí, no hay n8 servicio básicos. Y no he visto en horas pasar un bus o un auto por la carretera, camiones si han pasado. Completamos el recorrido, ahora les propongo que caminemos a donde nos dejo el bus a medio día
-Yo quiero tomar las últimas fotos de lo que queda en pie y de este paisaje desolador
– A mi tambien me faltan fotos para el instagram, el face..
De acuerdo, pero apurense
Rafa, Jorge se esta haciendo tarde ¿caminenos?
Allá se ven unas luces que se acercan ¡¡uuyy!! Pasó de largo a toda velocidad.
-Anita, yo creo que debemos hacerle señas en cuanto lo veamos y cualquier vehículo, porque yo tampoco quiero pasar la noche aqui
– Ya sé voy a hacer señas con esto.
-Anita, ¡¿ese es el mantel?!
-Si, desde lejos parece bandera de partida de carreras
-¡¡Ahi!! ¡¡Ahi!! Viene un camión
¡Vamos! ¡vamos a correr! Nos paro el camión
Verset.
01/04/2020 a las 19:25
#7
Con las ventanas y puertas abiertas de par en par, el cuatro por cuatro parado frente a la puerta de casa, el maletero se colmaba de cajas y cajas según pasaban los minutos. Resguardando en su hueco los últimos enseres de aquella grande pero humilde casa de piedra, parado en la acera de una calle por la que no pasaba ni un alma. Una calle asfaltada, dominada por el silencio sepulcro, ofrecido como único testigo de su último abandono.
Tan solo rompiendo su dominio se encontraban los últimos habitantes, con sus pasos, voces y numerosos ruidos, salidos por los poros de un hogar que nunca dejaría de serlo por más que insistieran en crear otro nuevo. Éste siempre sería el primero.
―Cristian, ¿te falta mucho? –le preguntó su esposa desde la escalera
―Cinco minutos. Estoy terminando una caja –voceó él desde arriba
―Date prisa o nos darán las tantas. Y no quiero viajar de noche –advirtió ella, para luego retirarse
Cristian terminó de embalar la última caja y, rendido por el cansancio, sentó su cuerpo al borde de la cama, frente a la ventana. Con la mirada puesta en la repisa, su mente comenzó a divagar por los recuerdos que el olor de aquel hogar le inspiraba. Recuerdos especialmente de la infancia, o de la adolescencia, en los que casi todos discutía con su padre. Padre anciano, fallecido en aquella misma cama días atrás. Su muerte vino anunciada meses atrás, por un cáncer imposible de paliar. Ahora con su rostro plasmado en una foto sobre la mesita, los ojos castaños de Cristian se aguaban y lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Con sutil cuidado tomó la foto, recogiéndola entre sus brazos. Y la apretó contra su cuerpo, mientras sin poder evitarlo gemidos escapaban de su garganta.
―Papá, papá… He vendido nuestro rebaño. Procuré ser minucioso como dijiste y las ovejas han quedado en buenas manos. Ahora están lejos de aquí –decía en alto, inhalando aire a trompicones y humedecidos labios. Con las manos retiró el agua salada de su cara, procurando sosegar su pesadumbre. Era duro, perder a un padre. Mas si éste se había convertido en tu mejor amigo. Porque no sólo perdía a su padre, sino al mejor compañero de su vida.
Una vida a la que Cristian decidió acompañar en sus últimos días. Dejando su clínica veterinaria en Madrid, convenciendo a su esposa Marta de aparcar sus oposiciones a maestra y marchándose con los niños, dejándoles sin colegio. Al principio fue duro, pero sus hijos pasaron los primeros años de su vida criándose en una granja, junto a un sabio como su abuelo, conociendo los montes y animales de aquel lugar. Tras unos instantes de dolor que se le hicieron eternos, Cristian fue recogido por los brazos de Marta.
―Gracias, Marta –le dijo él, cuando consiguió recuperar el aliento
―De nada, cariño. Ha sido una maravilla vivir aquí contigo, los niños y el abuelo. Pero ahora debemos marchar. El último hombre en este pueblo era él. Pero no está. Ya nada nos ata a este lugar
―Sí, lo sé. Los niños deben ir a la escuela, tú encontrar trabajo y yo…volver al mío –le contestó él, reincorporándose anímicamente
Con ayuda de Marta, Cristian se puso en pie dispuesto a marchar de la habitación, cuando se percató del pequeño mantel cubriendo la mesita de noche de su difunto padre, justo sobre la que estaba la fotografía entre sus manos. Hizo un dobladillo, la apoyó sobre el hombro y asió la última caja que quedaba por llevar al maletero.
Los niños, que jugaban con soltura en la calle con un balón, se resistieron a abandonar su esparcimiento pero finalmente montaron en el vehículo. Tras echar la llave a la puerta de madera principal de aquella vieja casa, Marta encendió el motor y se pusieron en marcha. Una vez salieron el pueblo, sus hijos se quitaron el cinturón y haciendo caso omiso a las instrucciones de su madre, se posaron sobre el respaldo de los asientos, observando cómo las casas se hacían más pequeñas y la alta torre de la iglesia desaparecía la última de su vista.
―Adiós, abuelo –pronunció el hermano mayor, sacudiendo la mano y siendo imitado por el menor, despidiéndose del hogar que tanto les enseñó y del abuelo que tanto amor les dio. De un pueblo fantasma en el que tras su muerte, ahora era, sí, un pueblo abandonado. Un pueblo que jamás olvidarán, y el calor de un hogar que aunque no era suyo sintieron como si lo fuera.
#7
Andrea
08/04/2020 a las 14:10
«El 204 de Witch’s Town»
La última persona en caminar por aquellas calles lo había hecho décadas atrás. Coches abandonados a su suerte en medio de la carretera, jardines convertidos en junglas de malas hierbas y vallas ennegrecidas por el moho. Eso era lo que quedaba de aquel pueblo.
Sus amigosle habíandicho que estaba encantado, pero Ismael no les había creído. Ahora, frente a la niebla que difuminaba su alrededor, que creaba sombras danzantes allá donde mirara, el chico pensó que tal vez se había equivocado.
La brisa le hizo tiritar y dio un respingo al escuchar el siniestro ulular de una paloma. Levantó la cabeza y la vio posada en una farola.Ella fijó sus ojos vacíos sobre él y dobló la cabeza en un ángulo imposible.
El vello de la nuca se le erizó e Ismael clavó la vista a su espalda. Contuvo el aliento. Unabrisa con olor a sal removió la brumay trajo consigo el rumor de las olas.
El joven inspiró a trompicones mientras intentaba que sus dientes dejaran de castañear.Se calentó los dedos con el aliento y se ajustó el mantel que tenía por capa para abrigarse un poco mejor.
Se dio la vuelta y apuró el paso. Tenía que encontrar la casa. No podía marcharse hasta que lo consiguiera.
La paloma echó a volar y se sumergió en el mar de nubes.
Jaime Salcedo Muñoz
15/04/2020 a las 03:00
Aquí estoy, 20 años después, en el lugar donde crecí. Al parecer queda nada de lo que un día se tuvo aquí. Hoy no es más que un pobre pueblo abandonado. Parece como si mis antepasados nunca hubiesen hecho sus vidas en estos mismos suelos sobre los que ahora me mantengo. Este pequeño apartamento que ha conservado el olor a meados de gato; gatos que crié y cuidé hasta que se convirtieron en unos varones desobedientes y desagradecidos. Entonces fue cuando los eché de la casa. Uno terminó en un parque y el otro en un veterinario. Nunca volví a saber de ellos, pero todos los días pienso en los buenos momentos que pasamos juntos.
Pánfilo Gil
24/05/2020 a las 16:43
Cada domingo, la familia constituida por los padres y tres hijos, degustaban los platillos preparados por Elena, la mamá, que, eran colocados sobre una mesa rectangular para seis comensales. La mantelería toda blanca contrastaba con la vestimenta de los contertulios.Era un ritual dominguero, momento cumbre para hablar trivialidades sin interrupciones.
Este domingo, la mesa rectangular presentó una característica diferencia, estaba cubierta con un mantel rojo, color que estimuló el rechazo de los comensales a comer allí. Según creencias ancestrales era de mal agüero comer en un mesa cubierta de ese color. Todos se acomodaron por la cocina; no hubo conversaciones, el teléfono celular fue el gran protagonista.
Perla preciosa
21/04/2021 a las 18:25
No hay futuro sin esperanza
21/04/2020
Alicia se levanta temprano todas las mañanas para ir a trabajar. Después abre la ventana y mira el horizonte, pintado de gris en invierno y de azul en verano, para hacerse una idea del tiempo atmosférico y salir a la calle con ropa adecuada. Esta mañana lo ha hecho como todos los días, pero, al alzarse de la cama y ver el retrato de su madre muerta sobre su mesilla, le ha parecido ver algo anormal en él, que ni siquiera ella acertaba a explicar ni a dar crédito: la cara estaba más triste y pálida que de costumbre, y ella no ha sabido descifrar tal jeroglífico para darle una interpretación adecuada: ¿iría a sobrevenirle una desgracia?
Se arregló y desayunó como habitualmente solía, y salió a la calle para coger el suburbano.
Cuando llegó a la oficina se sentó a trabajar como de costumbre, sin que nada turbara su atención ni su calma. Sin embargo, tanto en su interior como a su alrededor, percibía un aroma a rancio que no le resultaba natural, y por momentos, que el embarazo le estaba trastornando un poco los sentidos. Se sentía intrusa esa mañana, cual pirata que invade un territorio con ansias de apropiarse de lo ajeno.
Cuando terminó de imprimir el último informe al final de la mañana, la directora la llamó a su despacho, a lo que ella obedeció enseguida. Tras elogiar su belleza y su buen aspecto, pese a su estado avanzado de gestación, comenzó su discurso:
—Como bien sabe, señorita López, la empresa va a trasladar sus dependencias a Madrid por motivos de espacio, y ha decidido igualmente reajustar la plantilla. Ha sido usted una buena trabajadora y una gran compañera para todo el personal. Sin embargo, dada la escasa cantidad de recursos humanos de los que dispone la empresa, así como su situación laboral, y lamentándolo mucho por nuestra parte, hemos decidido despedirla desde hoy, deseándole mucha suerte para el futuro. Tal vez hasta le hacemos un favor, dado que está a punto de dar a luz, si no me equivoco.
Alicia no daba crédito a lo que oía, ni tenía fuerzas para pronunciar respuesta alguna. Recogió el finiquito y se marchó. Cuando llegó a su casa, tiró los papeles sobre la mesa y se tumbó pesadamente en el sofá, donde lloró amargamente durante un largo rato. Cuando consiguió calmarse, descolgó el teléfono y comenzó a marcar el número que más le gustaba, pues le traía mucha suerte, y según ella, tenía un poder mágico especial.
—¿Qué tal, Alicia? –saludó alegremente una voz femenina al otro lado del teléfono.
—Regular, ¿y tú?
—Tranquila y sin novedades. ¿Qué te pasa?
—Ani, me han echado del trabajo.
—¿Te han dicho por qué?
—Por falta de recursos humanos, según su versión. Yo no me lo creo, pero Al parecer, están reajustando la plantilla, y han aprovechado que estoy embarazada. ¡Hasta me lo han hecho notar, aludiendo a ello de manera expresa, y alegando que tal vez me hacían un favor echándome. ¡Me he reído para mis adentros por no llorar!
—¡Qué malnacidos! Yo me asesoraría por el sindicato, por si se trata de un despido improcedente. De cara a un juicio y si alegas que estabas embarazada, quizá ganarías.
—El mes que viene salgo de cuentas, Ana. ¿Cómo piensas que puedo presentarme así en ningún sitio, y mucho menos meterme en temas de abogados, juicios, etc. Etc.? Por si esto fuera poco, estoy sola en el pueblo, a nivel familiar.
—Precisamente por eso, Alicia. La empresa ha jugado con todas esas desventajas, pero si no la denuncias, estarás dándole la razón, y seguramente decidiendo en tu contra sobre tu propio futuro para el resto de la vida. La edad no perdona, querida. Piénsalo bien, Alicia: te juegas tu porvenir y el de tu propia hija.
—Si se entera mi padre, Ana, es capaz de venir y darme una paliza, además de echarme un sermón del tipo “¿cómo se te ocurren estas cosas sin un hombre? Vosotras solas no podéis hacer nada.” Tengo mucho miedo y vergüenza, Ana: no sé qué hacer, y no me animo a dar ningún paso.
—Pues es relativamente fácil, mujer: si aún te queda un mes para dar a luz, adelanta, y ve antes a comisaría, que, mientras la denuncia llega al juzgado y te convocan a juicio, habrán pasado unos meses, y tú estarás cobrando el desempleo y habrás tenido tiempo de criar, seguramente. Mientras tanto, yo conozco a una abogada laboralista que podría ayudarte. No tienes que salir del pueblo para nada.
—¿Tú me acompañarías, Ani? ¡No me digas que no es bochornoso, y en exceso antiestético, personarse a poner una denuncia por despido laboral en este estado! ¿No dirán que vamos dando pena, para ver si nos llueven las bondades desde arriba?
—Los prejuicios sociales y los decires particulares o públicos, siempre van a estar ahí, Alicia, eso es inevitable. No obstante, debes sobreponerte a todo ello y dar el primer paso enseguida. Yo estoy libre todas las tardes de esta semana.
Esta conversación dejó a Alicia mucho más tranquila y segura de sí misma, aunque aún necesitó algunos días más para decidirse. Cuando finalmente lo hizo, ella y Ana se personaron una tarde en la única comisaría de la que disponía el pueblo, y entregaron la carta de despido.
—Ya verás como todo va a salir estupendamente, cariño –le decía Ana-. Celia es abogada de Comisiones Obreras, y en mi empresa ya ha llevado bastantes pleitos con mucho éxito.
Tras el trámite amargo de la denuncia, se sentaron en una terraza y tomaron un café para endulzar la situación y descargar tensión. Tras ello se despidieron y partieron cada una a su casa. Si algo tenía claro Alicia, es que de esto su padre no debía enterarse, y sin embargo, no encontraba la forma de evitarlo, pues en los pueblos, el correr de las intimidades de boca en boca y con independencia de su contenido, no era fácil frenarlo. Sin madre, ¿quién la protegería de todas estas vergüenzas? Si pudiera fabricar una barrera, tan fina como una tela de araña, que, a modo de candado, acallara los rumores y blindara con ello la opinión pública… mas no lo veía tan fácil. ¿Cómo se le habría ocurrido ser madre soltera en un pueblo? ¿No la tacharía su familia hasta de puta verbenera? Porque la apertura de miras es lo último que se lleva entre las gentes humildes, pese a los escasos recursos de los que disponen y las gans de progresar y hacerse un hueco interesante en la vida. Sin trabajo y sin una mano amiga que la arropara a diario con sus afectos, ¿qué sería de su hija? ¿No crecería como una vulgar salvaje?
Estas y otras consideraciones hacía Alicia a diario, sin importar la hora, y sin saber cómo conducirse ante tan lamentable panorama. Dar lástima, ya no en público, sino hasta sentirla por sí misma, era algo que la superaba.
Clarita nació al fin, una mañana de primavera, y Alicia sintió dentro de sí tal alivio que le pareció ser ella quien nacía. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan ligera y tan relajada, y llegó hasta el punto de olvidarse de su problema laboral y de sus conflictos internos.
Los días pasaban tranquilamente y sin contratiempos que destacar, hasta que a los dos meses recibió una cita para acudir al juzgado próximamente. Llamó a su amiga y le pidió los datos de Celia. Cuando ésta se los dio, la llamó por teléfono y le pidió la primera visita, con el fin de explicarle con detalle el problema.
—Mañana mismo estoy disponible toda la mañana –le dijo la letrada.
Alicia acudió a su despacho al día siguiente.
—Tengo una niña pequeña –empezó diciendo, pues era el argumento que se le figuraba menos embarazoso para empezar a desvelar su historia, mientras pensaba en la forma de explicar la parte más complicada-. Un mes antes de dar a luz, me despidieron del trabajo, alegando falta de recursos humanos, traslado a otras dependencias y ajuste de plantilla.
—¿Cuánto tiempo llevaba trabajando en la empresa?
—cuatro años.
—Entiendo entonces que tenía ya un contrato indefinido.
—Así era.
—Es obvio igualmente, que sabían de sobra que estaba embarazada. ¿Fue la primera vez que supo que estaba despedida? ¿No se lo dijeron antes con ninguna indirecta, ni le hicieron ninguna broma pesada que pudiera dar indicios de acoso?
—Nunca.
—¿Sabía con anterioridad del traslado a nuevas dependencias y del ajuste de plantilla?
—El tema del traslado, sí lo oí comentar en alguna ocasión, aunque sin muchos más detalles; del resto, no sabía absolutamente nada.
—Pues sería interesante saberlo, de cara a pensar que se trata de un despido premeditado, sin previo aviso, en el que ellos tenían a su favor su avanzado estado de gestación. Yo me encargo de averiguarlo, y entretanto, le recomiendo que se relaje y acuda tranquila a la vista con Su Señoría: solo le hará unas preguntas para tomar contacto con usted y hacerse una idea, aunque sea somera, del caso. Después se investigará lo que ella o él decida. Sea usted fuerte, pues puede tocarle en suerte un hombre, y hacerle preguntas intimidatorias, relacionadas con su maternidad y su soltería, pero usted responda sin miedo si procede; de lo contrario, diga que es un asunto estrictamente personal. Sus señorías varones son a veces bastante entrometidos en nuestra vida íntima, para comprobar nuestra estabilidad interna y nuestra seguridad propia.
Así pues, Alicia salió bastante reconfortada de la consulta de la letrada recomendada por su amiga, pero con todo, no veía las cosas tan claras como ellas: ¿y si la jueza o juez de turno le daba la razón a la empresa y no cobraba ni siquiera una indemnización, por pequeña que fuera?
Dos días después llamaron a su puerta sin previo aviso. Cuando la abrió, quedó sin palabras, al sentir una de las emociones más intensas que pocas veces sentía. Era una amiga de la infancia.
—¿Qué tal, Claudita? ¿Qué es de tu vida, guapa? –acertó a decir al fin, mientras se abrazaban intensamente-. ¡Cuánto tiempo sin verte!
—Pues me fui a París al terminar la carrera, y allí he estado trabajando durante todos estos años. Ahora estaré excedente durante uno. Lo pedí yo misma para venir a casa por una temporada larga, y disfrutar tranquilamente de mi familia, de mis amistades más queridas y de mi Madrid natal y añorada. ¡Ya tenía ganas de volver, chica! ¡No sabes cuánto se echa de menos el pasado, cuando ha dejado honda huella, y positiva, en una!
—¡Cuánto me alegro! ¿Y has venido hace mucho?
—Hace dos días. Aún estoy pasando lista a todas vosotras, y de gira por cada uno de los sitios donde estáis cada una, que estáis muy repartidas.
—Es cierto. ¡Fíjate lo que es la vida, querida: tú excedente del trabajo, y yo despedida!
—¡No me digas! ¿Por qué?
—Me quedé embarazada hace unos meses, pues ya estaba indefinida, y uno antes de nacer la niña, me llaman a última hora, y me dicen que están reajustando plantilla y que han decidido prescindir de mí, por falta de recursos humanos.
—¡Qué desgraciados! Seguramente fue el argumento que usaron para no pagarte la baja. ¡No sería la primera vez!
—Ya estoy esperando la vista con el juez o la jueza. Me acompañó Ani a denunciar, pues, ¡si me llegas a ver entonces!… No tenía palabras para expresar la indignación que sentía, ni fuerzas para dar un paso sola, y sí la impresión de mendigar favores a todo el mundo, dando lástima en exceso! ¡Hasta estuve a punto de abortar!
—Pero no lo hiciste, ¿verdad?
—Ahí está Clarita, hecha un sol! Es muy guapa y graciosa, y duerme muy bien de noche.
—¿Quién es el padre? –le preguntó Claudia, tras acariciarf y besar a la niña.
—Según referencias de la clínica, son los chinos quienes más semen donan.
—¡Lo mejor que hiciste, querida! Los hombres son un estorbo en casa, y dan muchos dolores de cabeza como para crearse compromisos con ellos.
—¿Te inseminaste en una clínica privada?
—No gana una tanto como para eso, mujer. Pero he tenido mucha suerte: me han tratado de maravilla durante todo el proceso, y Clarita no tiene ningún problema.
—¡Qué maravilla! Y de Ani, ¿qué sabes? Aún no la he visto.
—Está en Getafe también, trabajando y luchando por su supervivencia y la ajena, como siempre ha hecho. Ella fue quien me puso en contacto con una abogada conocida suya para el juicio.
—¡Qué buena gente! ¡qué gusto da ver a personas tan íntegras, pese al paso del tiempo y de los contratiempos!
—Precisamente hace poco, via a Aida. ¡Si vieras cómo ha cambiado desde que se casó y se separó…! Parece otra: nos mira a todas como si no nos conociera; parece sentir mucha envidia por lo que ella juzga que es nuestra buena suerte, y pone cara de asco cuando nos ve. Debe de pensar que, por haberse casado embarazada y después haber sido maltratada por su pareja, es la única desgraciada del mundo.
—¡Ah, sí! ¡Qué lástima de gente! Yo me deprimo cuando veo a alguien en esa tesitura. ¡Con lo bonita que es la vida y lo fácil que es pensar que hay personas de todo tipo en el mundo y situaciones para todos los gustos!
—¿Te apetece un café o prefieres que demos un paseo cuando se despierte Clarita?
—Lo que mejor te venga, cariño: yo ya ando demasiado a diario.
Y cuando Alicia le sirvió el café, siguió diciendo.
—Deberías, no obstante, buscar trabajo: si pierdes el juicio te quedarás en la calle.
—Lo sé, Claudia, y he pensado mucho en ello, pero mi padre no puede cuidar a Clara, y por aquí cerca no hay ninguna guardería.
—¡Qué raro –decía para sí Claudia-. ¿Y dónde está la más próxima?
—En el centro.
“Cuando los hijos son la cárcel en la que debe sumergirse más de una madre y a cuyhos cuidados debe someterse en exclusividad, debería haber algún aliciente más que las mantuviera vivas. Cuidar de los hijos está muy bien, pero perder su propio futuro por eso, no es nada deseable”.
—¡Qué lástima! –le dijo su amiga tras estas consideraciones íntimas-. Quizá podrías intentar poner un anuncio para que alguna mujer viniera a cuidarla a casa, igual que se hace con los ancianos.
—Uff, no lo tengo muy claro! ¿Tú lo harías?
—Si no, no te lo aconsejaría. Piensa que no has tenido derecho a baja, y el paro se te acabará enseguida.
—Lo que ocurre es que un bebé es una cosa muy delicada para dejarlo solo en casa en manos de una persona desconocida.
—Mujer, no serías la primera que lo hace. Todo es animarse y empezar. No puedes jugarte el futuro por vivir toda la vida pendiente de una criatura.
—Fíjate que en mi caso, nadie me mandó tenerla; las parejas al menos, pueden decir que se quedaron embarazadas accidentalmente.
—En cualquier caso, Alicia, ahora está en juego tu futuro: tienes a la vista un juicio y, antes y después, debes sobrevivir. No puedes hacer ahora esas consideraciones.
—No lo tengo muy claro, Claudia. Tendría que pensarlo bastante. ¡Si al menos conociera a alguien de confianza…!
—Pues merece la pena. Piénsalo, mujer, que seguro que no te arrepientes.
Y así fue como Alicia empezó a despertar de su letargo, tras haber perdido el trabajo. No conocía aún la fecha del juicio, y sin embargo creía ver con claridad lo que su amiga le mostraba: si perdiera, tendría que empezar de nuevo, por lo que era mejor hacerlo cuanto antes.
Así pues, tras varias mañanas perdidas en las redacciones de varios periódicos, recibió una llamada telefónica.
—Buenos días –dijo tras descolgar el teléfono.
—Buenos días. ¿Es usted Alicia Sánchez?
—Sí, yo soy. ¿Quién es?
—Soy Patricia Expósito, jefa de recursos humanos de un periódico local realizado en Galapagar. La llamo porque necesitamos una persona que corrija los textos que a diario se publican en el mismo. Puede venir aquí a realizarlas, o bien trabajar desde su casa y mandárnoslas por correo electrónico.
Alicia no necesitó oír más: era para ella un gran alivio poder trabajar sin moverse de casa, con el fin de no abandonar a su pequeña Clara.
—¿Podría ser a jornada completa?
—Por supuesto. Pero, antes que nada, debe personarse en nuestras dependencias para realizar una entrevista personal.
Dos días después, Alicia viajaba hacia el lugar que le había indicado por teléfono la jefa de recursos humanos. Cuando llegó se sentó en la sala de espera, algo nerviosa de cara a la entrevista, así como pensando en su Clarita, a la que había dejado con otra de sus grandes amigas de otros tiempos. Finalmente la invitaron a entrar en el despacho.
—Tome asiento, si es tan amable –le didjo la señora Expósito cuando entró-. ¿Ha trabajado alguna vez como correctora?
—Hice un curso, cuando era más joven, en la Escuela de Escritores. Tras ello, realicé unas prácticas en SM de dos meses de duración. Eso es todo lo que puedo contarle.
—Necesitamos, cuanto antes, cubrir una vacante por jubilación, dejada hace varias semanas. La contrataríamos durante ocho horas diarias por 1200€, incluidas seguridad social, vacaciones y días de asuntos propios. Si está interesada, empezaría a trabajar dentro de tres días. Cerca de la oficina hayu una guardería donde tienen preferencia los hijos de las personas trabajadoras de los alrededores, por si es de su interés.
Hasta ese momento, Alicia pensaba trabajar desde casa, pero al oír este detalle cambió de idea, y tres días después comenzó a trabajar de correctora en Galapagar. Se sintió tan tranquila y animada, que se olvidó hasta del juicio que tenía pendiente con la empresa anterior, hasta que una mañana recibió una llamada telefónica de Celia, para avisarla de la celebración próxima del mismo.
—Debe acudir a juicio el día 15 del mes próximo. Como le dije en la ocasión anterior, no descarte preguntas intimidatorias, y asista relajada.
Obtenido el permiso en el trabajo, Alicia acudió a las dependencias judiciales algo nerviosa. Cuando se sentó frente al juez, palideció y enrojeció a la vez, para expresar el miedo que sentía ante semejante trance.
—¿Se llama usted Alicia Sánchez Sánchehz, ¿no es cierto?
—Así es –respondió ella.
—Cuénteme, ¿qué tareas realizaba usted para la empresa en la que trabajaba?
—Proporcionaba informes administrativos y recados, por teléfono y por vía presencial, a mis superiores.
—¿Recibió alguna amenaza o insinuación por su parte que le anunciara tal despido?
—Nunca.
—Deduzco entonces que, hasta ese momento, fue bien tratada.
—Cierto.
—¿Se sintió en algún momento acosada o intimidada por algún compañero a cualquier nivel?
—Durante los cinco años que he estado trabajando con esta empresa, solo en una ocasión, no precisamente próxima a la fecha del despido, tuve que frenar a un compañero que se me acercó, con insinuaciones intimidantes de tipo sexual. No pasó de ahí el percance.
—Visto para sentencia.
Alicia se marchó a casa tranquila y confiada. Sin saber por qué, tenía la impresión de que la suerte estaba a su favor. No conforme con su pensamiento sin embargo, y algo impaciente por el tiempo que había pasado desde que ocurrieron los hechos, llamó a Celia.
—¿Se sabe algo de lo mío? ¿Tienes algún indicio de lo que puede pasar?
—No lo sé con exactitud, Alicia, pero creo que tenemos muchas posibilidades de ganar, dado que este juez es bastante progresista. No obstante, aún no he oído nada.
—Lo pregunto por mi hija, más que nada, con el fin de calcular qué le puede ocurrir en el futuro. Si solo de mí dependiera, me hubiera marchado de esta porquería de país, en el que el trabajo está en condiciones tan deplorables.
—Mi consejo es tener paciencia y estar preparada para todo, como te decía la primera vez: podrías ganar, que parece bastante probable, pero podría no ser así también, y te quedarías con la cruda realidad de que la justicia no es siempre lo que gobierna el mundo, de forma que, después de lo que te ha ocurrido, podrían darle la razón a la empresa, bajo la máxima de que es libre de contratar a quien quiera, y no corresponderte ninguna indemnización, después de haberte dejado en la calle tras estar fija.
Así lo vio también Alicia, y decidió dar tiempo al tiempo y esperar tranquilamente a que su señoría la requiriera de nuevo en el juzgado. Mas pasaban los días y nada nuevo se vislumbraba bajo su horizonte, más allá de la rutina de levantarse a diario para realizar el trabajo desde casa y atender a su hija, cuyo porvenir la atormentaba, diciéndose que, pese a ser muy pronto para pensar en ello, los años pasan en seguida, y los cambios no transcurren a una velocidad tan rápida. Por momentos soñaba, imaginándose de su mismo tamaño y compartiendo sus juguetes como cuando era niña, y recuperaba un poco la calma y la alegría que no recordaba tener desde hacía ya unos cuantos años; en otras ocasiones divagaba, haciendo consideraciones sobre su porvenir y el de las generaciones venideras, llegando siempre a la misma conclusión: Madrid, al menos, se había equivocado en la orientación de su gobierno, y lo pagaría muy caro, y durante muchos años; algunas mañanas finalmente, se levantaba desconsolada, sin ánimo para emprender nada, y sin esperanza de tener perspectiva alguna próximamente. Lloraba entonces desconsoladamente, sin poderse contener. Tanto en el pasado como en el presente, la vida había sido muy dura con ella: de niña era ridiculizada y objeto de todo tipo de bromas y risas, por su baja estatura; de adolescente, la falta de atracción que experimentaba hacia el sexo contrario la llevó a más de una exclusión festiva y a fingirse quien no era en no pocas ocasiones, con el fin de no quedar marginada por completo. Y de mayor, cuando parecía que la fortuna comenzaba a sonreírle, empezaba a creer que para ella no se hizo la alegría y el disfrute que está al alcance de cualquiera, y que, sin saber realmente por qué, estaba condenada al fracaso y al sufrimiento permanentes, así como a la autoflagelación interna. Había llegado a pensar incluso qué sería de ella el día de mañana, de continuar en esta situación social y en este estado personal tan lamentable: sería quizá la lástima de todo el mundo, y de su hija antes que de nadie, por no decir de sí misma, quien la miraría con pena, para decirle acto seguido, conteniendo su amargura, que no podía hacer nada por ella. Si esto era así, ¿qué sentido tenía seguir adelante?
Una mañana finalmente se levantó, y, como de costumbre, salió a la calle a comprar lo indispensable para pasar el día. Caminaba meditabunda, como tantas otras veces, y en una de las esquinas coincidió con el cartero, quien le entregó una carta del juzgado. Se le aceleró el pulso, de forma similar a lo que le ocurría cuando recibía un disgusto, pero después se tranquilizó, repitiéndose para sí las palabras de Celia: “Hay que estar preparada para todo.”
Tras desayunar, leyó la carta: debía pertsonarse al día siguiente en el juzgado nuevamente. El juez la llamaba para entregarle el veredicto.
El día señalado, Alicia salió muy de mañana de casa, arreglada como convenía para la ocasión. Dejó a Clarita en una guardería próxima, con mantel y comifa por si tardaba en volver, y se presentó en el juzgado. Tras un cuarto de hora, le ordenaron pasar a la sala.
—Señorita Sánchez, este es mi veredicto –le dijo el juez cuando la tuvo enfrente, entregándole el documento. Después hizo lo propio con la empresa, y tras tras realizar las gestiones protocolarias oportunas, todos se marcharon. Alicia volvió a casa tras recoger a su hija, con el pulso agitado por la emoción y la impaciencia. Cuando llegó, acostó a la niña y comenzó a leeer:
“Yo, don Justo Suárez Conde, juez del juzgado de instrucción número 15 de estas dependencias, en calidad de instructor del caso acontecido a dª. Alicia Sánchez, ordeno lo siguiente:
Que dª Alicia sea readmitida a su puesto de trabajo en la empresa Ramstad, restituyéndole todos los privilegios de los que disfrutaba hasta la fecha del despido, debiendo indemnizarla dicha empresa asimismo por haberla despedido y dejado desprotegida durante estos meses.
Ordeno asimismo que la citada empresa sea custodiada y penalizada si procede, con el fin de que no efectúe despidos a personas vulnerables, por su situación social o por sus características personales, durante un período de cinco años.
Contra esta resolución puede interponer recurso en un período máximo de un mes.
Y para que conste y sirva a los efectos oportunos, expido esta sentencia.”