Aunque para muchos ahora mismo todos los días son iguales, empezamos la semana con una nueva propuesta. Escribe una historia protagonizada por una mujer vestida de ejecutiva que da de comer a las palomas en un parque.
Al contario que con el taller de escritura, aquí no ponemos límite de palabras ni otro tipo de restricciones. Tampoco hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis. ¡Escritura libre y creativa!
¿Te sugiere algo? Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (23):
Chara Rafael
23/03/2020 a las 14:47
En la Plaza revolotean
En apenas unos minutos bastaron para que toda la ciudad entrara en pánico,la gente corría de un lugar a otro,dejaban sus automóviles en la vía,todo estaba cerrado,las calles, las tiendas de comida y gasolinera ,entre otros. Ya el virus se había propagado y muchos cuerpos estaban esparcidos en el pavimento. La señora Rosmary salio del edificio,ya su traje largo,parecía que viniera de una fiesta,pero era en su oficina que luego de tanto trabajo se quedo dormida entre tantos papeles por firmar.
Camino dos cuadras y se encontró con algunas aves que revoloteaban en la plaza Bolívar,se acordó que en su cartera tenia arroz y lo esparció al aire,cayendo al pavimento,donde las palomas se juntaron para alimentarse,luego de tanta carestía.
Ch.L.
Esther
23/03/2020 a las 15:54
Ava salió del enorme edificio y se dirigió como tantos días hacia el parque, vestida con su traje gris marengo de ejecutiva y su bolso Louise Vuitton, conjunto que correspondía a los lunes. Se fue al puesto de Papa Smithies y pidió un perrito caliente big size con su Coca-cola. El amable señor Smithies le puso más kétchup y mostaza que de costumbre, pues era obvio que Ava no había tenido un buen día.
– Hoy no hay muchas palomas por aquí, señorita. Parece que va a llover, y eso las espanta.
Ella asintió con una leve sonrisa, y se dirigió hacia el banco más cercano. Justo al sentarse, se dio cuenta de que tenía dos carreras en sus medias de seda. Cerró los ojos por un momento e intentó no pensar en nada. Al abrirlos, se encontró con tres palomas casi encima de sus Manolos, esperando que alguna miguita de pan cayese al suelo. Ava sintió una extraña compasión por esas palomas, de repente. Y empezó a tirarles trocitos de pan. Otras muchas comenzaron a aproximarse, salían de todas partes e invadían todo el espacio alrededor del banco. “No volveré por aquí hasta que pase un tiempo”, pensó Ava. “Seguro que otros os darán de comer, estaréis bien”.
Como si las palomas le hubiesen leído el pensamiento, por unos segundos se le quedaron mirando. Iban a echarla de menos, después de tres años acostumbradas a su presencia en aquel banco, casi a diario. Con lágrimas en los ojos, Ava se levantó y las miró con ternura. Poco a poco se fue alejando de allí, sin volver la vista atrás, sabiendo que su traje gris marengo se quedaría en el armario guardado por mucho tiempo.
María Jesús
23/03/2020 a las 18:00
No se lo esperaba. Llevaba dieciocho años en la empresa, siempre al pie del cañón, nunca la pillaron en un renuncio. Entraba de las primeras y se iba de las últimas. No se lo esperaba.
Llevaba tiempo oyendo rumores de crisis, rumores que iban y venían, y de vez en cuando algún que otro despido, cosas que pasan en todas las empresas pero que estaba segura a ella no le iban a afectar. Por eso se sintió como una idiota cuando esa mañana el jefe de recursos humanos le comunicó, con toda el tacto del mundo, eso sí, que iban a prescindir de ella.
Sintió las miradas compasivas de todo el personal de la empresa sobre ella mientras abandonaba, con la cabeza bien alta, la oficina.
Sin darse cuenta, sus pasos le llevaron al parque cercano, necesitaba recomponerse antes de volver a casa y se sentó en un banco junto a una anciana que alimentaba a las palomas. Liberó su cabeza mientras miraba, absorta a la mujer que repartía rítmicamente, miguitas a las aves.
-¿Quieres probar?- le preguntó la anciana viendo su interés.
Poco después se vio a sí misma echando pan a las palomas, como lo hacía la anciana, a trocitos menudos, disfrutando, deleitándose al comprobar que para alguien en ese momento sí era útil.
Otronumeromas
23/03/2020 a las 18:16
Siempre al pie del cañón, dando lo mejor de sí misma para medrar en la empresa y que su trabajo fuera reconocido por los altos ejecutivos. Había empleado más años de los que recordaba, pero al fin alcanzó ese puesto tan ansiado: Directora de Recursos Humanos. Sin embargo, ese momento no era como se lo esperaba, porque un detalle empañaba la felicidad ansiada.
Quizás no debió emplear tanto tiempo de su vida pensado únicamente en el trabajo; nadie la esperaba en casa después de cada jornada. Había perdido a los amigos por no cuidarlos, y su familia ni se acordaba de ella. No tenía nada en la vida, excepto su empleo.
Así que aquella mañana, tras salir de la consulta con el médico, se dirigió hacia un parque cercano para disfrutar unos minutos de algo que no hacía desde pequeña. Necesitaba despejarse antes de volver al único sitio donde la esperaban.
Puede que las miradas que atraía se debieran a su indumentaria, su traje habitual de alta gama, o puede que fueran las risas desenfadadas que emitía cuando una paloma se le acercaba a comer de la mano. El caso es que no le importaba que la gente se fijara en ella; a un enfermo de cáncer terminal solo le importa disfrutar de la vida que le queda.
MARÍA LUCRECIA
23/03/2020 a las 18:38
Pobre mujer, se viste todos los días de ejecutiva, pasa al salón de belleza para estar bien peinada y maquillada. Luego compra su café y camina de prisa. Se dirige al Museo Metropolitano de Arte. Entra, recorre los salones, sonríe a cada una de las personas que encuentra. ¡Cuántos años haciendo esto cada mañana! Llega a la puerta de su oficina, pero algo la detiene. No reconoce a nadie. ¿Qué ha pasado aquí? se pregunta. ¿Me habrán despedido? Los ojos se le llenan de lágrimas y sale corriendo, atraviesa la calle y ya en el Central Park, compra comida para las palomas. Se sienta en la banca de siempre y comparte con ellas sus dudas mientras las alimenta. Mañana será igual. Las palomas lo saben, ella nó.
Mª Gracia Morales Jiménez
23/03/2020 a las 22:26
¿Te acuerdas de aquella ejecutiva de alto nivel, que se sentaba en el parque a dar de comer a las palomas….? Era muy curioso verla…
Hace poco me enteré de que, en realidad estaba tan estresada, que esperaba encontrar algún día la paloma de la Paz entre los ejemplares que acudían a recoger las migas de pan que les echaba… Y la debió encontrar, porque hace tiempo que no la veo…
Amilcar Barça
23/03/2020 a las 23:16
La vecchia signora caminaba trabajosamente arrastrando los pies por la orilla de aquel viejo mar un día gran protagonista de sus grandezas. Sus hijos, alocadamente se dedicaban a dilapidar el legado de sus ancestros. Se sentó en un banco esperando que no volviera a amanecer. No fue así, al poco tiempo unas gentes ajenas la recogieron y con amabilidad le dijeron: hay que resistir, no está sola.
Inés
23/03/2020 a las 23:37
No podría decir cuánto tiempo llevaba mirando las migas de su camisa. Absorta. Como tonta, no. Tonta entera, le decía su madre. Alelada y mancha al canto. Le pasaba desde cría. Quedarse en la nada, sin saber por qué, con la mente en blanco y ensuciarse mientras comía. Con 45 seguía igual. Con menos frecuencia, pero el mismo hábito. Volvió en sí y se sacudió el pecho. Las migas acompañaron a las del suelo, esas sí, cumpliendo su misión, alimentar a las palomas.
Una mañana más, tras el enésimo “ya le llamaremos”, había terminado en el parque. Con ese traje de ejecutiva que llevaba ya años siendo tan solo un disfraz. El uniforme que encadenaba un fracaso con otro. Y que intentaba calmar dando de comer a las palomas. Como cuando era niña, sintiéndose, por un momento, útil. Válida para algo. Y en paz.
Aunque esa mañana no le funciona. Nada le sirve. A nadie le sirve. Y se pregunta si su vida sirve de algo.
En un banco alejado, una anciana se mancha el abrigo. Pero no se da cuenta. Le gustaría caminar hacia la mujer y hablarle, decirle que todo irá bien. Pero no se levanta. Sabe que hay esfuerzos que no sirven de nada. La anciana que la mujer terminará siendo sigue yendo al mismo parque, Y mira, absorta. Como mirando a la nada.
MT Andrade
24/03/2020 a las 04:53
TRABAJO
Con su vestimenta de ejecutiva desalineada, con un enorme tapabocas celeste, deambula por las calles vacías. Demasiados días de teletrabajo la adormilaron.
¡Al fin un día de trabajo real! El sol se alineó con la avenida y enrojeció los plátanos tempraneros, pero solo ella despertó.
Toda la noche soñó con volver a compartir con otros humanos y solo ha visto rostros serios, escondidos, lejanos, menos expresivos que los de sus odiadas imágenes de ordenador.
Las cortinas metálicas se han erigido en murallas a las puertas de los comercios. Apenas, en la plaza, las palomas reciben sus migajas y aun ellas han perdido, en parte, la confianza.
Debe conformarse con tomar decenas de fotos y elegir una para contarle a las redes que ella salió.
Pablo Jesús Sesma
24/03/2020 a las 20:04
El sueño de la ejecutiva prejubilada. Una señora a punto de jubilarse vestida de ejecutiva, cada vez llevaba un traje de alta costura como si fuera ministra, escaló desde una simple secretaria hasta llegar a directora general. Ya le faltaba dos años para la jubilación, pero sus sueños de grandeza e imperio se trucaron. Un nuevo consejero delegado de la empresa sucursal la llamó ante la suspicacia de extender más los tentáculos. Le extendió la hoja de servicios para sustituirla por otra más abierta y dinámica. La discusión se hizo acalorada, pero la despidió con una indemnización inferior a la pactada por desobediencia y desacato al más alto dignatario empresarial. En plan de enfado se fue al parque y en el bolso encontró restos de migas de pan aun a medio de comer, las palomas volaron por encima manchandola de caquitas blancas. Ella empezó a reírse tras un mal trajo pasado
Pablo Jesús Sesma
24/03/2020 a las 20:32
Los políticos del planeta camaleónico.
¿Qué representan los políticos? No digas chorradas, ellos a la mierda son de otro planeta, tal vez de los simios. A mí me suena como el camaleón que cambia de color cada vez que sueltan mentiras piadosas. Me da cosa para abofetearles con estruendos de sartén. A molerlos a palos. Yo que sé, prometen basura. Nada cambia, solo cuentacuentos chinos. Tras tanta cháchara se quedó de piedra el que lo escuchaba, una lágrima empezó a asomarse…
El principiante
24/03/2020 a las 21:02
Ejecutiva
Sus párpados se movieron. El aroma del café molido pobló sus sentidos, entonces abrió los ojos. Estaban abiertos pero, la débil claridad que llegaba desde el ventanal, evidenciaba que su mente se mantenía en una somnolencia. Estiró el brazo derecho hacia un costado, sus manos buscaron a un lado y al otro. El espacio vacío en la cama la trajo a la realidad. Acarició las sábanas blancas de seda y la llanura del verde esmeralda en la mirada se llenaron de lágrimas. El vacío también se extendía hasta lo más profundo de su alma.
La chica le acercó el café y las tostadas en una bandeja que dejó sobre el gran escritorio de roble en la sala contigua al dormitorio y se retiró.
Frente al espejo del vestidor la mujer se puso la camisa blanca y la abotonó, la silueta tomó su forma marcando las curvas, y estiró las faldas de la misma dentro de la pollera de tiro alto, cerrando la cremallera del costado. Pintó sus labios con un color rosa suave que resaltaban el verdor de sus ojos. Observó por un instante la imagen que devolvía el espejo. Sintió sus manos tomándole de la cintura y el perfume de la loción de afeitar inundó el espacio cuando notó el dulce besó en su cuello. Advirtió que los sentidos se estremecían con los recuerdos de aquel hombre. Un hombre que no estaba y nunca más regresaría.
Los altos edificios vidriados reflejaban un sol que hacia esplendorosa a Buenos Aires. Un lunes, como siempre, con sus calles cargadas de autos. El taxi transitaba por la avenida Rivadavia. El semáforo detuvo la marcha y el vehículo quedo al costado de La Casa Rosada. Entre los cientos de taxis que circulaban por la misma arteria, la mujer pudo ver La Plaza de Mayo. El ruido generado por las bocinas de abrumados conductores alborotó al inmenso grupo de palomas que se levantaron en vuelo, practicando un precioso espectáculo en un fondo celeste inmaculado. La imagen de aquellas aves trajo a su memoria momentos vividos con aquel hombreen la pasividad de serenos paseos. Él la tomaba de la mano y andaban por los caminos de la plaza. Se detenía en algún banco. Entonces sacaba una pequeña bolsa de papel y esparcía el maíz muy cerca de ellos. Era cuestión de minutos nomas para que estuvieran rodeados de aves. En su mayoría palomas.
El coche continuó el viaje pasando por la majestuosa Catedral Metropolitana, la Calle Florida, Maipú, y antes de llegar a Esmeralda, de nuevo detuvo la marcha provocada por un embotellamiento. Tomó el maletín apoyado en la butaca junto a ella, apartó el dinero y pagó el traslado. Bajó del auto. Sacó las gafas oscuras de un bolsillo de la cartera y se los colocó. Una mañana diferente.
Ella no olvidaba al hombre que había amado. Pero ese día cada objeto, cada aroma, cada sonido lo transportaba a su memoria. Debía transitar por la calle Esmeralda para llegar al edificio de oficinas en donde es gerente de ventas, la misma que rodeaba todos los días para llegar a su trabajo. Pero esa mañana decidió caminar por esa vereda, pasar por esa plaza.
Algo le decía que tenía que entrar, la intuición, la sensibilidad, la nostalgia, el amor. No sabía la razón.
La plaza en la esquina de Esmeralda y Rivadavia estaba rodeado por rejas. Los portones estaban abiertos. Se detuvo solo por un instante frente a la entrada. Caminó por la senda de cemento. Con total seguridad fue pasando por los bancos vacíos hasta quedar delante de uno en particular. Tomó una varilla de los anteojos oscuros y los deslizó sobre el dorso de la nariz. Agudizó la vista y advirtió y que las manchas en el respaldo ya no se distinguían. Tomó asiento. Por media hora se mantuvo quieta en el banco, las manos una encima de la otra sobre el maletín en el regazo. Entonces saco del mismo, una bolsa pequeña de papel. Esparció las migajas de maíz adelante de ella, solo pasaron un par de minutos y varias palomas comían cerca de los finos zapatos de la dama. Se acercó a una, sus movimientos eran torpes y parecía tener una pata lastimada. La mujer sacó un libro cargado de páginas y liquidó de un solo golpe al ave.
Guardó el libro manchado y con plumas adosado en la contratapa. Se levantó al tiempo que se acomodaba los anteojos. Se pasó las manos para quitar alguna ocasional arruga en la parte de atrás de la falda y con pasos serenos, abandonó la plaza.
Syöna
26/03/2020 a las 10:52
Seis en punto de la mañana. A pesar de lo lejos que su dormitorio quedaba del salón donde el reloj de pared había dado las correspondientes campanadas, acordes a la hora, una mujer joven, de no más de veinte años despertaba antes de que los ecos del último “dong” se perdieran por los pasillos de la casa. Se acicaló de manera minuciosa pero sin pausa ante el espejo del tocador que tenía en su dormitorio, observando las facciones tan similares a las que su madre poseía a su edad. Hermosa, con unos bucles dorados enmarcando un rostro fino y blanco como si de una muñeca de porcelana se tratara. Los zafiros que formaban su mirada la observaban desde la lisa superficie del espejo y unos finos labios, suaves y rosados dibujaban una sonrisa para ella, a modo de buenos días. Se terminó de vestir, colocándose la chaqueta color vino a juego con la falda que cubría sus largas piernas y recogió su cabello en un moño alto, para que le fuera más fácil fijar con alfileres su sombrero y evitar que el viento se lo arrancara como ya le sucediera la semana anterior.
Su desayuno constaba de una taza de té y una rebanada de pan con mantequilla derretida que mordisqueaba de manera desinteresada mientras se ponía al día con las noticias locales leyendo el periódico que la esperaba junto a su servilleta de hilo. Su hermano solía aparecer cuando ella estaba a punto de salir por la puerta. Los hombre no necesitaban tanto tiempo como las mujeres para estar listos para salir a cumplir con su horario laboral, tampoco nadie les examinaba de manera tan concienzuda como a ellas, quienes debían lucir siempre perfectas, porque aún se valoraba más su físico que su capacidad intelectual. Por eso ella sabía que ser una de las mejores economistas de su época con un puesto en el banco de Londres no era suficiente si no lucía perfecta exteriormente. Daba igual que hubiera conseguido el puesto de subdirectora por méritos propios y no por herencia familiar, como era el caso de su hermano, quien a pesar de no ser un as en las finanzas, era quien ostentaba el título de director. Pero ella no podría odiar a su hermano por algo así. Él no había dictaminado las leyes sociales y la quería y la admiraba por su inteligencia, como todos sus compañeros, aunque él era el único que lo expresaba en voz alta.
Cuando comenzó a trabajar en ventanilla atendiendo a los clientes, sus descansos eran como un segundo trabajo. Sus colegas le pedían con palabras amables que velaban una orden autoritaria, que fuera a la cafetería de la esquina a traerles café y algo de comer. Al principio, ella obedecía con una sonrisa pero pronto descubrió que esa amabilidad y sometimiento le impedían disponer del mismo tiempo libre que ellos gozaban. Se rebeló. Una mañana se fue a la cafetería, ignorando sus peticiones y se sentó sola en una mesa a tomar un café con leche, con media cucharadita de azúcar y dos pastas de mantequilla. Fue delicioso, disfrutó más de su libertad que del sabor de la comida. Desde entonces, siempre almorzaba sola, disfrutando de su tiempo libre, sin regalárselo a quienes no sabían apreciarla.
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Cuando le entregaron la bandejita plateada con el cambio, sonrió ante lo que vio. Dos pequeñas monedas de bronce con el rostro de Su Majestad la Reina en perfecto relieve. Dos peniques. Los guardó en su bolsillo y su sonrisa no se borró en el resto de la mañana. Al día siguiente pudo ver a un muchacho descalzo, con las ropas raídas, vendiendo periódicos, baratijas probablemente robadas y pequeñas bolsas de papel con migas de pan para que los niños dieran de comer a las palomas.
—Chico —lo llamó un día desde la puerta de la cafetería, cuando salía con sus dos peniques en el bolsillo—. ¿Qué puedes darme por esto?
El muchacho extendió una de las bolsas con migas de pan y ella aceptó el trueque. A fin de cuentas, siempre salía con aquellos dos peniques en el bolsillo. Dos peniques con los que cada mañana comenzó a hacer lo mismo, de manera rutinaria. Compraba migas de pan al chiquillo que mendigaba por la zona y las guardaba en un cajón de su despacho hasta que terminaba su turno de trabajo. Era entonces cuando las metía en su maletín y salía con una sonrisa en los labios en dirección al parque donde en su niñez paseaba de la mano de su hermano y bajo la supervisión de las múltiples niñeras que tuvieron.
Sus pasos la llevaban continuamente al mismo banco, aunque diera vueltas sin rumbo fijo, antes o después aquel banco de hierro forjado se cruzaba en su camino. Limpiaba minuciosamente la superficie de este con su pañuelo para evitar ensuciar su traje y, con calma se desabrochaba los botones de la chaqueta para poder sentarse cómodamente. Colocaba su pequeño maletín de piel sobre el banco, a su izquierda y dejaba sus guantes en su interior para posteriormente sacar la bolsa con las migas de pan. No recordaba qué día comenzó a entonar aquella vieja canción que antaño le cantaran a ella para conciliar el sueño pero era parte del ritual.
La anciana de las palomas ya no estaba en las escaleras del templo, hacía más de diez años aquellas aves habían quedado desatendidas pero ella tomó el relevo y sabía que, mientras arrojaba esas mismas migas de pan a las palomas que revoloteaban y se congregaban a su alrededor, en algún lugar del cielo Mary la observaba y Jane sonreía.
Carmen Pérez
26/03/2020 a las 11:36
La plaza estaba desierta a primera hora de la mañana. Brillaba el sol. Desde mi ventana alcancé a ver a UNA MUJER VESTIDA DE EJECUTIVA DANDO DE COMER A LAS PALOMAS.¿ Se había saltado el confinamiento? ¿Se iría al trabajo?. Me picaba la curiosidad.
Aparté los visillos y me apoyé en el alféizar de la ventana. Deslumbrada por un rayo de sol, no acerté a ver las patrullas de policías que habían rodeado la plaza.
¡ Fue toda tan rápido!
Los agentes se abalanzaron sobre ella, la derrumbaron, a duras penas consiguieron ponerle las esposas, la introdujeron en el coche a empellones…¡Anonadada!
Las noticias se suceden en el televisor, interminables y allí estaba la mujer de la plaza repitiendo la escena:
Un hombre contaminado se escapó del hospital disfrazado de mujer- decían los titulares
Alonso García-Risso
26/03/2020 a las 17:46
La mujer ingresó al parque central. Era hora de colación, mediodía. A la legua se notaba, por pulcritud y gestos que, era una ejecutiva de alguna de las empresas del sector. Concertada, tal vez para un breve encuentro; pues, se dirigió resuelta hacia un escaño apartado de miradas indiscretas. Tomó asiento e inmediatamente unas palomas se descolgaron de los árboles cercanos. Ella tomó su cartera y buscó en su interior una bolsa con semillas. Luego la dejó en el respaldo del banco y se dispuso a alimentar a sus invitadas con cariñosas palabras.
Un joven observó todo el accionar y se dispuso a entablar relación que daba por hecha. Dijo: “hola” amistoso y sugestivo.
La muchacha lo miró de arriba abajo desaprobando la inoportuna intromisión y respondió sarcástica: “Ellas están primero”, cortando la comunicación para seguir con su cometido primordial.
Yubany Checo
26/03/2020 a las 23:45
Se levantó a la hora de siempre. Extraño que durante la madrugada nada perturbó sus sueños. La calma fue absoluta. Desayunaría y hablaría un rato con su madre por teléfono antes de salir a la oficina. Si salía demorada de casa, el tráfico de la hora pico le haría llegar tarde. Y hoy no podía permitirlo. El día era de presentaciones y reportes, discusiones de estadísticas y estrategias de lanzamientos.
La mesa del salón de reuniones estaría llena de las colegas que no soportaba. Por eso se vistió con su traje de ejecutiva y zapatos bajos. Había practicado la presentación delante del espejo hasta el cansancio. Leyó algunas tendencias para poder responder las preguntas necias de las que ya había visto en su última presentación y de la que no salió satisfecha. Pudo haberlo hecho mejor.
Se arregló el pelo que le empezaba a crecer. Toco con un poco de maquillaje las ojeras y las comisuras que venían pronunciadas en la frente. Tenía la manía de fruncir el ceño.
Cerró la puerta del apartamento. Por primera vez el sonido se replicó en todo el edificio. Noto con cierta rareza que el camión de la basura no vino a recogerla, ni el señor que recortaba la grama recogió las tijeras del pequeño almacén, ni el portero estaba en la salida como todas las mañanas a esta misma hora.
Encendió su carro. Cambio el dial para escuchar su programa preferido mientras conducía hacia la oficina. Percibió el ruido de las emisoras cuando no están transmitiendo. Lo movió hacia otras consiguiendo el mismo resultado. Frunció los labios. Tomo una barra de granola que traía cerca de la palanca de los cambios. La abrió, comió la mitad y la otra la coloco en el lugar donde la había sacado. No era fanática del sabor artificial a manzana. Se retoco los labios.
Empezó a repetir un saludo para cuando llegara a la oficina. Según la neurolingüística bajaba las animadversiones. Un toque de perfume suave con olor a frutos ácidos y las unas sin pintar. Había preparado la estrategia cuidadosamente. No podrían rechazarla.
Espero el cambio de la luz en el semáforo. Revisaba las redes sociales. Las informaciones eran las mismas de ayer. Tenía señal para la data. Cruzó la calle principal. El retrovisor le indicó que no tenía carros detrás tampoco a los lados. La calle estaba despejada cuadras al frente. El semáforo funcionaba a la perfección. Espero. Le echó de menos a las bocinas que días atrás la apuraban para cruzar las intersecciones. Buscó otra vez las emisoras. Esta vez recorrió el dial completo. Ninguna funcionaba. Recordó que debía llamar a su madre. El teléfono timbró una, dos, tres veces. La voz de su madre nunca respondió. Lo intentaría cuando saliera de la reunión y así aprovechaba para darle las buenas noticias.
En la siguiente esquina estaba la bomba de gasolina. Desierta. Los precios de ayer aún intactos.
Me estacione. Confirme la hora: un cuarto para las ocho. Repasé en mi cabeza los puntos más importantes de la presentación. Hale la puerta de cristal. La secretaria no estaba pero de seguro ya me esperaban arriba. Tome el ascensor que no demoro en llegar. Nadie dentro. Entro al salón. Las tazas de café de ayer aún estaban ahí. Conectó su laptop y se sentó a esperar.
Horas después miro por la ventana de cristal. El parque le quedaba al frente. El sol del mediodía no
penetraba las sombras que producían los árboles. Bajo. Se sentó. Recordó el pedazo de granola que había guardado. Fue por él. Grano a grano se los fue echando a las palomas mientras esperaba escuchar una voz, un ruido de algo con carácter humano.
Mercedes
27/03/2020 a las 13:52
Allí estaba, un día más, con su mejor traje de chaqueta, dando de comer a las palomas. ¿Será hoy? Se preguntó. Y sí, fue.
María
27/03/2020 a las 14:05
Siete de la mañana, llevo en la comisaría desde las once de la noche, mi turno acaba ahora, pero tengo que esperar a que mi compañero Nate llegue, una absurda norma de mi jefa, Bronwyn, pues en este pueblo nunca pasa nada, bueno, de vez en cuando llaman porque uno de los abuelos de la residencia se ha desorientado y ha acabado deambulando por la ría. En cuánto oigo el sonido del motor de Nate me dispongo a salir tan rápido como pueda, Nate no es muy hablador y siempre parece que va sonámbulo por la vida, en este pueblo la gente no corre a no ser que un asesino les persiga, aunque más de uno pasaría de correr.
Justo antes de abrir la puerta y poner un pie en la calle, llaman al teléfono, me giro para indicarle a mi compañero que lo descuelgue, pero este sólo se molesta en señalarme el reloj, son las seis y cincuenta y nueve, supongo que quiere decirme que técnicamente mi turno no ha acabado, de verdad me saca de quicio, ni siquiera corro a cogerlo, seguramente se hayan equivocado o un abuelo ha acabado no sé dónde.
– Comisaria de Bayview ¿Cuál es la emergencia?
– ¡Las palomas! ¡Las palomas! – Es una voz familiar de un hombre mayor que no deja de gritar y con problemas para respirar, detrás se oye un desagradable ruido. Se me había olvidado comentar que desde que CNN sacó el documental “las palomas te están vigilando”, en el que aseguraban que las palomas en realidad eran un invento del gobierno para espiarnos y saber quiénes son criminales potenciales, la gente se ha obsesionado y se ha expandido una histeria contra las palomas, ya nadie las da de comer, huyen de ellas, yo misma tuve que ir a la residencia y diseccionar una para demostrarles que no eran ni un robot ni tenían cámaras dentro.
– Bernie, ¿eres tú? Por millonésima vez, las palomas no te están espiando ni persiguiendo ¿tú cuidador sabe dónde estás? – entre las bromas de los niños y la gente mayor desorientada, el tema ya me estaba empezando a sacar de quicio.
– ¡Mi cuidador! ¡Thomas! – que manía con llamarlo Thomas, se llama Tomás, vino de México
hace un año, pero Bernie es un hombre mayor cuyo sudor huele a supremacía blanca – ¡lo
han matado! ¡ya está empezando!
– ¿el qué está empezando? ¿cómo que está muerto?
– Venga rápido, estoy en el Parque Bacon Hill
Seguramente no haya pasado nada, Bernie es un veterano de guerra y siempre se imagina que sus cuidadores le quieren matar, especialmente si son extranjeros. A pesar de todo, tengo que ir a buscarle, me giro para avisar a Nate, pero se ha dormido sobre el teclado y ya lleva como 1000 letras escritas en el informe de la semana pasada, decido irme sola.
…
Aunque quedan unos metros para llegar al parque, desde el coche puedo observar la horrible escena, cientos de palomas volando sobre lo que parece el cuerpo de Tomás, son blancas y grises pero no se pueden distinguir bien porque están manchadas de sangre, se han vuelto locas, no consigo ver a Bernie, no puedo dejar de mirar las palomas, vuelan
descontroladamente hacia el suelo, en busca del cuerpo de Tomás y emiten un sonido horrible, no me extrañaría que se lo estuvieran comiendo, llevan dos meses sin que nadie las alimente y la mayoría ya se estaban muriendo de hambre. Aviso a mi jefa y a Nate, bueno a este le dejo un mensaje, tampoco nos ayudará mucho. De repente, diviso a Bernie, está abrazado a un árbol, corro hacia él y aunque algunas palomas se han percatado de mi presencia prefieren seguir con su buffet libre. Aparco el coche lo más lejos posible de la escena y corro hacia Bernie.
– ¡no se mueva! – en la voz de Bernie se percibe que está horrorizado- ¡no se mueva!
¡perciben el movimiento!
– ¡Bernie! ¿Qué ha ocurrido? ¡Son solo palomas hambrientas, no te harán daño, vamos, la
inspectora Bronwyn está mandando refuerzos! – el sonido de las palomas es tan ensordecedor que casi no me oigo a mí misma.
– ¡no!, ¡no me moveré de aquí hasta que hayan acabado!
Miro de nuevo a Tomás, o lo que queda de él, no consigo asimilar lo que está pasando, es imposible que unas palomas hayan matado a una persona, tienen que habérselo encontrado casi descompuesto y puede que Bernie tenga pensamientos racistas, pero no mataría a nadie ni aunque quisiera, sus problemas respiratorios han aumentado en el último mes.
Pasan dos minutos y mi jefa llega con unas bolsas, las abre y aparecen como diez barras de pan, es esta circunstancia, es un suicidio asegurado, pero me lanza la mitad y me ordena que las esparza por el parque, no consigo entender la tranquilidad con la que actúa, como si fuera algo rutinario que un ejército de palomas se coma a una persona. Hago lo que me ordena y cuando creo que no mira aprovecho a comer un poco de pan, no he comido nada en toda la noche y parece recién horneado, pero en cuanto el pan roza mi lengua siento que voy a vomitar, está asqueroso, sabe a una mezcla entre comida de perro y esmalte de uñas.
Me giro, veo a mi jefa, lleva un traje y tiene el pelo muy bien peinado para ser las siete de la
mañana y suponiendo que hoy era su día libre. Todo lo que está ocurriendo es muy extraño, el pan ya en el suelo se empieza a volver negro y a desprender un olor a químicos irrespirable, sin embargo, parece que a las palomas les gusta y se van alejando de su víctima en busca del nuevo objetivo.
Una vez que se han repartido por todo el parque y se queda todo en silencio, mi jefa nos indica a Bernie y a mí que nos acerquemos al cuerpo, está mucho peor de lo que me imaginaba, tiene heridas por todas partes y la cara desfigurada, nunca hablé con él, parecía una persona simpática e inofensiva.
– A ver, ¿Qué es lo que ha ocurrido exactamente? – pregunta mi jefa con impaciencia, como si todo esto fuera normal.
– Pues… – Bernie parece conmocionado- estábamos Thomas y yo paseando y él no paraba de hablar, su maldito acento no me dejaba entender ni una palabra, estaba nervioso, me
señalaba que teníamos que volver, pero yo no había acabado mi paseo y no iba a acelerar el
paso por él y de repente, ¡PAM! Una paloma le ha picado, y luego otra y otra…
– ¿Y usted no ha hecho nada? – ya me ha cabreado, ni a mi jefa ni a Bernie les parece gran
cosa que Tomás este muerto a nuestros pies.
– ¡Sí! He seguido las indicaciones que daban al final del documental, quedarse quieto junto a una superficie y esperar a que se alejen, me he quedado quieto junto a una superficie y he esperado a que se alejen.
Esto era de locos, de verdad la gente se había creído todo ese documental, perdió toda
credibilidad cuando CNN empezó a vender camisetas y gorras con escenas del documental.
Busco en mi jefa alguna explicación, pero se limita a ordenarle a Bernie a que vuelva a la
residencia, le promete que el gobierno le agradece lo que ha hecho por el país y Bernie parece totalmente satisfecho, se va orgulloso de sí mismo, seguro que piensa que Trump le enviará una medalla o algo.
Intento hablar con mi jefa, pero está llamando a alguien, espero que sea el FBI o algún
naturalista que explique todo esto.
-tranquila, ya me encargo yo de todo, vuelve a casa a descansar, Nate está de camino- no
quiero irme, tengo curiosidad por lo que ha pasado, pero estoy demasiado cansada, así que
dejo mis preguntas para más tarde.
Vuelvo a mi coche y miró el móvil, Nate no ha leído el mensaje, ni siquiera está conectado.
Decido esperar a que vuelva, pero el sueño me puede y me quedo dormida. Al rato, me
despierta un ruido, una paloma ensangrentada está picando la luna de mi coche con mucha
intensidad, quiero ahuyentarla, pero Bernie me ha transmitido su terror y me quedo quita
pegada al asiento, miro a la calle y veo tres furgonetas negras junto al parque, la paloma impide ver con claridad, pero distingo cómo se bajan varios hombres trajeados y hablan con mi jefa.
Pinta de naturalistas no tienen, tampoco llevan ningún tipo de placa, me fijo en el parque, unos hombres están envolviendo el cuerpo, ¿serán forenses? No han precintado la zona ni nada, la paloma no para de picar, acabará rompiendo el cristal, vuelvo a buscar a Bronwyn, está hablando con los de las furgonetas, uno de ellos lleva un aparato, la paloma sigue sin intención de volver con las demás, el señor del aparato alza su mano y presiona un botón, de repente, la paloma se para, se ha quedado petrificada, el resto también, es como si las hubieran dado pausa. Meten al cuerpo de Tomás es una furgoneta y el señor vuelve a presionar el botón, las palomas vuelven a moverse, pero no de forma natural, caminan hacia las otras dos furgonetas, antes de que la paloma que casi me rompe el cristal se aleje, la cojo y la meto en el maletero sin que nadie me vea, no ofrece resistencia pero sigue andando, veo como se choca contra un lado del maletero pero allí se queda, cierro la puerta y me meto en el coche, creo que mi jefa se piensa que me ido hace rato y no veo rastro de Nate, las palomas suben una a una a las furgonetas, no entiendo nada de lo que está sucediendo, necesito observar más de cerca, estoy dispuesta a descubrir lo que pasa, pero la paloma del maletero ha empezado a sonar como una sirena de ambulancia, parece que las están contado así que salgo de allí corriendo y me dirijo a mi casa. Pienso resolver todo esto por mi cuenta.
Gladys Moreno
30/03/2020 a las 07:28
Los viernes siempre salimos temprano del trabajo y por eso escojo el traje que me queda mejor, porque la mayoría de las veces tengo algo que hacer, que ir donde tía Bety que me ha invitado a tomar té, o bien que alguna compañera de trabajo quiere prenstarme algun muchacho, puede ser amigo o pariente, piensan que me pierdo de mucho por estar sola; o en otras ocaciones alguna amiga me invita a comer algo y arreglar el mundo en compañia de una cerveza o de una taza café, pero hay ciertos viernes que termino aquí, sentada en el parque dándole comida a estas palomas; ustedes son muy interesadas, me acompañan solo porque les doy de comer y ese ruido que hacen no sé si es por agradecimiento o para exigir más…
“Hola, ¿que tal? ¿puedo sentarme aquí?” Aquel que pregumta es un joven alto, de mirada apacible y rostro común, así yo denomino a las personas que no sobresalen ni por belleza ni por fealdad, son comunes, iguales a la gran mayoría, inclusive a mí. El parado al costado de la banca, indicándome el espacio vacio de ésta, ha interrumpido mi monólogo sin sonido con estos pajaritos, que aún estan a la espera de otras miguitas.
El parque no es mío y la banca tampoco, decido aceptar que se siente. Lo miro de reojo al igual que él a mí, se nota que trabaja en oficina, viste de traje y porta un maletín, lo abre y saca una bolsita que parece contener maiz o ¿es trigo? Mi curiosidad supera mi prudencia, porque no suelo hablar con extraños, le preguntaré porque las palomas prefieren ese alimento ante los restos del pan que yo les traje.
Lo miro y cuando me mira pregunto: ¿Que les da de comida? Y él al mismo tiempo pregunta “¿hace mucho que viene al parque? Nos sonreimos y hablamos de nuevo a un tiempo.
Él: “son restos de curagua” Yo: “solo algunos viernes”
Nos volvimos a reir, él añadió “yo te he visto antes aquí y me he preguntado ¿que hace esa chica ejecutiva en el parque? Y solo hoy me animé a acercarme”.
Yo dije: “entonces por vestirme como una mujer ejecutica ¿no debiera dar de comer a las palomas?”
El dijo no es eso y comenzamos a hablar del ¿por que les damos comida a las palomas?, luego pasamos ¿que hacen ellas? O ¿que función cumplen? ¿quien aparte de nosotros les da de comer? ¿donde viven? ¿para dónde van cuando llueve? Y un gran etcétera y en conclusión teniamos más suposiciones que certezas. Fue una conversación tan fluída y simpática que despues de ponernos de acuerdo para encontrarnos al siguientes viernes nos preguntamos los.nombres. El me dijo yo soy Rodrigo y ¿tu nombre? Yo Amalia
Casi acepto encóntrarme con Mariana el viernes, pero recorde a Rodrigo él del parque y las palomas.
Hoy me puse mi chaqueta azul con mi vestido gris, cambie para que no sea repetido. Llegue primero y a los pocos minutos llego Rodrigo; él me dijo: “fuiste muy bonita hoy a la oficina” Yo respondí con un si, iba a explicar algo más sobre mi vestuario pero comenzaron a llegar nuestras primeras beneficiarias que parecen reconocernos por la cantidad que acude, y sacamos sus menú, ahí nos dimos cuenta que los dos cambiamos las comidas para las palomas, Rodrigo trajó maiz triturado yo llevé arroz. Ese fue el tema la comida, primero la de las palomas, luego la que nos gustaba a nosotros, que el arroz, que las pastas, que la carne al jugo, asada, a la cacerola, que se pollo es mejor cocido o asado, que el punto de ka carne, no soy vegetariana pero me gusta poco la carne, igual es un punto a favor gustar de lo mismo, despues la comida de otros países pero que sabiamos hacer y nos quedaba sabroso. ¡uuy! Nos reimos bastante contando nuestras experiencias en la cocina. Aqui la frase prueba y error estuvieron en su máxima expresión. Todo eso rodeados de nuestro público que co sumia arroz y.maiz. Nuevamente paso rápido el tiempo nos despedimos citandonos en el mismo lugar, para luego ir a un restaurant. Antes intercambiamos números de teléfono.
La semana anduvo bien en el trabajo y yo pensando en la cita con Rodrigo, pero el día jueves nos avisan que haremos horas extras el viernes para completar un pedido que vendran a buscar a la hora que se termine ese día. Estaba pensando en como contarle a Rodrigo para que no pensará que me arrepentí a última hora, cuando era Rodrigo quien me avisaba q no podía asidtir a la cita por trabajo, presentación de unos presupuestos o algo así, cosa de planilla y números. Yo solo dije que quedaría pendiente para el próximo viernes
Al otro día el pedido de ropa interior esyaba super atrasado asi que las máquinas de “overlock” parecia q se iban a desarmar, y mis compañeras y yo, las que revisamos, deshilachamos y etiquetamos las prendas nos colocamos la camiseta por la empresa (eran delantales) es un modo de decir, asi como los futbolistas que dejan todo en la cancha, y no salimos almorzar por terminar durante el día.
A las 21 horas terminamos, estabamos cansadisimas, un rato más tarde entra la jefa nos dice “llegó la camioneta a buscar las cajas, ¿ustedes pueden ayudar a cargar? porque viene solo el chofer”
Con tal de irnos luego por supuesto que vamos, dijimos todas las del etiquetado.
Abren el portón entra la camioneta de cola, se detiene y comenzamos a dejar cajas. Antes de mi turno sacudo un poco mi pelo que de éste también colgaban algunos hilos al igual que en mi delantal, tomo la caja y la acerco al chofer, él me mira de arriba a bajo me sonrie yo hago lo mismo y nos decimos “el próximo viernes nos encontramos sin falta donde las palomas:
Jaime Salcedo Muñoz
31/03/2020 a las 21:02
Había una mujer morena, alta y hermosa sentada en una de las bancas de un parque. Vestía como toda una ejecutiva, pues en el trabajo se le exigía. Le gustaba estar sola. Alimentar a las palomas en aquel parque era lo mejor que hacía en su vida. Del resto, cada acción suya le parecía monótona.
José luis
02/04/2020 a las 18:20
El despido fue fulminante, y de nuevo me encuentro sentada en un banco dando de comer a las palomas del parque. Pero esta vez vestida de ejecutiva y con las oficinas de una gran compañía de seguros delante de mi.
Desde aquí veo las ventanas del despacho donde he trabajado estos tres últimos años. La Torre Zúrich.
Me siento como una novia abandonada en el altar, como una oveja sin pastor, como un perro sin amo.
Siento pena, rabia, furia, o todo a la vez.
“No hay nada que hacer,si no la despides tú, lo lamentaremos todos”.Eso fue lo que me dijo mi padre, y eso fue lo que le dijeron en la junta.
Fueron más los si que los no, y sin apoyos y todos los informes en mi contra… me quedé fuera.
No entiendo por que nadie me apoyó, Ni siquiera Victor, un amigo en el que creía, un compañero del que he aprendido mucho.
Necesitaba salir de allí, huir de la trampa que alguien planeo con el fin último de que me culparán a mí.
Sabia que no saldría bien, esto no es lo que yo quiero. Pero por mucho que se lo decía a mi padre, siempre me presionaba para que aceptase un puesto de ejecutiva en la compañía, con un sueldo astronómico.
Para mí padre esa era su idea de éxito, y lo que esperaba de mi.
“El arte del buen vivir”, lo llamaba el.
He sido una idiota al pensar que con el tiempo las cosas cambiarían y sería feliz, pero ni siquiera me gustan los zapatos que llevo puestos.
El informe decia, que pague una suma millonaria a un abogado importante e influyente. Al parecer, desconocido por la compañía…
Mostraron unas fotos de mis encuentros con el, y unas grabaciones en mi propio despacho.
Dijeron que no existía dicho abogado, ni magnate, ni ejecutivo, ni cliente con ese nombre.
Incluso llegaron a insinuar que tenía encuentros que iban lejos de lo profesional.
Uno de los ejecutivos que fueron a la junta de investigación de sonrisa sórdida y sin ningún pudor, mostró ropa interior mía que aportó un abogado que contrató la compañía diciendo que demuestra que el cliente fantasma, y yo, teníamos “muy buena relación “.
Ahora, aquí sentada en el parque, me siento fatigada y cansada de la vida que he llevado hasta ahora.
De niña, siempre quise ser espía… pense y sonreí.
También pensé, en lo maravilloso que es elegir el camino que quieres seguir. Recorde cuando desde niña sonaba con tener una granja de animales, en recoger perros abandonados en la calle. Pensé en una asociación para niños desprotegidos abandonados, necesitados.
Y pense en mi perrito Wally, al que tanto echo de menos. Desde que se fue me siento más sola.
Queria construir una casa de campo donde hacer actividades para niños, escapadas turísticas, a caballo, en barcas, o a pie. Hacer excursiones nocturnas…
Abandone mis sueños por cumplir los de mi padre.
En frente se sentó un abuelo que me miró por unos segundos y sonrio
Su sonrisa era dulce. Llevaba baston y gorra y en la mano unas migas de pan. Todas las palomas acudieron a el. Hacia rato que yo deje de darles de comer mientras pensaba en lo sucedido.
Le devolví la sonrisa, me levanté, me sacudí la falda, me desabroche un botón de la camisa y me fuy sonriendo soltando migas de pan y viendo como las palomas me acompañaban a mi nueva vida… a mí nuevo destino. Sin más…
Andrea
08/04/2020 a las 14:06
«En bancarrota»
Carmen desmenuzó un trozo del pan de su bocadillo y se lo tiró a las palomas. Había perdido el apetito así que lo dejó a un lado.
Se frotó su sudorosa coronilla y decidió quitarse la chaqueta de su traje. No fue suficiente. Se desabotonó el cuello de la camisa y se arremangó. Se reclinó en el banco y contempló la fuente que tenía delante. Por un momento se planteó meterse en ella, pero descartó la idea. Ya había hecho el ridículo en la reunión de aquella mañana, mejor no repetirlo.
Echó la cabeza hacia atrás, estiró las piernas y contempló las copas de los árboles que tenía encima. Las hojas ondeaban sin preocupaciones mecidas por la brisa. Tenían algo de hipnótico…
Su móvil comenzó a sonar y arruinó su momento de paz.
Se incorporó, rebuscó en su bolso y, tras ver quién le llamaba, resopló. Javier. Rechazó la llamada. No tenía ganas de que un señorito repeinado le echara en cara que no sabía cómo dirigir su propia empresa.
Era consciente de que la había cagado, no necesitaba que se lo recordaran. La empresa de su abuelo se iría a pique y aquella mañana había arruinado su última opción para salvarla.
Su teléfono volvió a sonar. Rechazó la llamada de nuevo pero Javier no perdió tiempo y lo siguió intentando.
Carmen puso los ojos en blanco y terminó por aceptarla.
—¿Qué narices quieres?
—He encontrado un inversor. Ven a la oficina ya.
Le colgó antes de que añadiera algo. Con el bolso en una mano y la chaqueta en la otra, dejó su bocadillo a merced de las palomas.
Perla preciosa
13/05/2021 a las 22:27
Si se quiere, se puede
Todas las tardes la veía pasar, mientras realizaba su jornada de comerciante. Vendía boletos de lotería, a precio poco asequible, con la fimra de una multinacional capitalista muy agresiva y de pésima catadura.
Aquella tarde, como otras tantas, la vio pasar. Iba elegantemente vestida, con su gabán de cuadros y su pantalón amanerado, del mismo estilo que el de los ejecutivos. Llevaba una gran bolsa con comida de pájaros, que empezó a esparcir por el pavimento ante cualquier paloma a la que veía pasar volando, mientras huía de los criminales zapatos que intentaban pisarla. La detuvo un momento y la saludó cordialmente, pues era en verdad la primera vez que tomaban contacto estrecho, pese a conocerse desde hacía tiempo:
—¿Qué tal, Balbina? ¿Dónde vas tan guapa?
—Me ha dicho tu compañera que hoy venga a venderle la lotería al Retiro, pues hay mucho aforo. Nunca me lo había planteado, pero, pensándolo bien, y considerando la postura detenidamente , tal vez lo haga en futuras ocasiones con cualquier otra clienta: veo que hay mucha gente, y que, regateando un poco y enhebrando un buen discurso, quizá se puede hacer clientela. ¿No tendrás ninguna fruta para cenar esta noche? Se me ha olvidado comprar esta mañana, pues he tenido que ir a liquidar a primera hora, y tengo la nevera vacía.
—Entra en esa tienda y compra, sin pasarte, lo que necesites, que yo lo pagaré cuanto vaya. Ya sabes que no vivo cerca. Por cietrto, aún me debes los cupones del viernes pasado. Andas mal de dinero, por lo que veo.
—Lo siento: como tengo que ayudar a tantos, casi no me queda para mí, pero no te preocupes: en cuanto me pasen la pensión, te pagaré.
Balbina era siempre así: aparentaba lo que no era para gozar de buena reputación entre las gentes de todo tipo. La necesidad la obligaba a ser generosa y abnegada. Cuando hacía un poco de caja, se compraba algúna prenda de marca para presumir, pero la realidad es que era una pobre mendiga que vivía en una casucha fea y vieja a las afueras de la ciudad, con dos gatas y algún que otro nido de palomas o de bencejos.
Al día siguiente volvió al parque y, tras vaciar la bolsa de comida ante los pájaros cantores, se presentó de nuevo ante Gladys.
—Toma tu dinero, hermosa, y disculpa la tardanza.
Ella empezó a contar.
—Me falta algo, Balbina. Dámelo todo de una vez, que yo también tengo que liquidar.
—Lo tienes todo, guapa.
—Balbina, no me hagas enfadarme y dame el dinero, por favor.
—Déjame llamar un momento a Julia. Tal vez se lo he dado a ella por error.
A la tercera llamada descolgó el teléfono.
—Julia, perdona que te llame a estas horas: necesito que hables con Gladýs. Dice que le falta dinero, y que lo tienes tú.
—¿Qué tonterías dices, Balbina?
—¡Lo que oyes! ¡Habla tú con ella, por favor, y compruébalo por ti misma! –espetó muy enfadada.
—¿Qué tal, Gladys? ¿Qué ocurre con Balbina?
—El viernes le di sesenta cupones para que me los vendiera. Me los ha pagado hoy, pero solamente cincuenta y cuatro. Le digo que me los pague todos, y me dice que está todo correcto y que quizá te los ha dado a ti por equivocación.
—¡Caray, ya lo siento! La culpa fue mía por no decírtelo antes. Esta mujer, como sabes, es una mendiga que pasea por las calles vendiendo juegos de distintas entidades para ganar algo de dinero, pues la pensión que recibe es muy pequeña.
—¿Y entonces?
—De cada sesenta euros que vende, se queda con seis. Es lo que hay, querida: si quieres que te ayude ella a vender, tienes que contar con eso. Solo siento no habértelo dicho antes.
—Gracias, Julia. Perdona por llamarte a estas horas, un poco intempestivas para ti, supongo.
—No te preocupes.
Tras colgar el teléfono, dio media vuelta y se dirigió a Balbina.
—¡Primera y última vez que hacemos negocios juntas, Balbina! ¡Márchate enseguida!
—¿Lo tienes claro? Entonces, ¿no necesitas ayuda para vender más cantidad de productos?
—No, gracias.
—Si quieres, piénsalo, y vuelvo mañana.
—No sé si vendré por aquí.
—¿Se lo pregunto a Julia entonces?
Apenada, se marchó. Su avanzada edad y sus escasas facultades mentales no le daban para mucho más, de forma que toda su actividad consistía en menesteres tan menudos como estos.
Días después volvieron a encontrarse. Balbina tenía el mismo aspecto y actitud que de costumbre, pero Gladys en cambio acudió puntual al verla, acompañada de una amiga.
—Balbina, esta mujer quiere hablar contigo. Tiene un albergue para pobres, y distintos puestos de trabajo por una cantidad aceptable.