Una nueva propuesta para amenizar el fin de semana. Escribe una historia con las palabras: Rueda, caricia y tijeras.
No hay más límites ni de número de palabras ni de otro tipo. Tampoco hay una hora máxima para entregar los textos, podéis publicarlos cuando os vaya mejor. Ya bastantes restricciones tenemos ahora mismo, así que siéntete libre de escribir cómo y lo que quieras.
¿Te animas a participar? Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!
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Comentarios (30):
Amilcar Barça
22/03/2020 a las 11:56
Difícil se me hace asumir este reto. Quizá si fuera un político al uso, no tendría inconveniente en hacerlo pues aplicar recortes en una rueda que aplastara a mis semejantes siendo yo quien manejara el vehículo –la tijera-, daría igual que fuera el troncomóvil de Pedro Picapiedra o un Rolls Royce de último grito, estilo Yabba Dabba Doo, cabalgado por un irresponsable pelirrojo que dice estar tocado por la mano del dios (del dinero).
Donde encuentro difícil encaje es para la palabra caricia. Ese tipo de recortadores solo conocen el gesto sumiso, la cabeza inclinada ante el gran bwana, que si intentan levantar la vista sus sicarios te la rebanan. Es como intentar acariciar a un tigre, un leopardo o incluso a un cocodrilo; si pones tu mano a su alcance, no es que pierdas la mano, es que detrás va el resto.
Hoy, la humanidad está sufriendo una plaga bíblica de dimensiones incalculables y efectos quizá peores. Si repasamos la actitud de quienes debiendo ser los guías incuestionables e incuestionados de la sociedad y sus protectores máximos, veremos que las virtudes arriba enumeradas, los visten a casi todos ellos.
Van a remolque de las soluciones, no les importan que mueran millones de personas –una bendición del cielo por el ahorro en pensiones que eso va a suponer- y con toda seguridad están maquinando como quedarse con las migajas que queden tras la devastadora pandemia. Si existiera justicia divina, en la que no creo, ellos debían ser los primeros en desaparecer y sus millonarias fortunas, robadas en el mejor de los casos a la humanidad, empleadas en mejorar el bienestar de la sociedad para que nadie tenga necesidad de comer animales que, supuestamente, puedan transmitir esos virus, no malignos sino letales, para el ser humano.
salu2 hermanos, que la suerte os acompañe.
Chara Rafael
22/03/2020 a las 13:45
En un laberinto siento que ruedan mis pensamientos en medio del virus al que busco escapar y a mi paso, solo encuentro tijeras que me permiten recortar tantas tragedias que no resultaron ser ciertas.
Inés
22/03/2020 a las 14:43
Como un hámster en su rueda. Las caricias traían después los golpes. Los golpes, las caricias. Hasta que, por fin, apareció una tijera. Decida quien lee qué hacer con ella. A: cortar la relación B: clavárselas a algún personaje C: destrozar este texto como si estuviese en papel
Mercedes
22/03/2020 a las 14:44
Decidió que la rueda de su depresión dejaría de girar aquella mañana. Sintió, después de tanto tiempo una caricia en el corazón. Cogió unas tijeras y se cortó a la vez el flequillo y los miedos. Aquel fue el principio del fin.
Esther
22/03/2020 a las 14:52
Tu alma es la rueda de molino que me regala la caricia que ansío cada mañana. Mientras yo, en la incertidumbre de la noche oscura, corto nuestros silencios con las tijeras de arrimar posturas.
Scott
22/03/2020 a las 16:09
La rueda y las tijeras del infortunio, se han instalado en nuestras vidas. Ni tan siquiera, a una ligera caricia podemos aspirar. Este virus lo ha cambiado todo.
Pablo Jesús Sesma
22/03/2020 a las 17:35
En medio de profundos sueños, el “coronito” (vaya redundancia para llamar al temible coronavirus) rueda por el espacio sideral.
Respirando penetrando en mis débiles pulmones, el cirujano toma las tijeras como las de podar los corta, un miedo paralizante me despierta dando una sacudida. En mi cabeza una mano me acaricia…
Pablo Jesús Sesma
22/03/2020 a las 17:37
En medio de mis profundos sueños, el “coronito” (vaya redundancia para llamar al temible coronavirus) rueda por el espacio sideral.
Respirando penetra en mis débiles pulmones, el cirujano toma las tijeras como las de podar los corta, un miedo paralizante me despierta dando una sacudida. En mi cabeza una mano me acaricia…
(corregido)
Mª Gracia Morales Jiménez
22/03/2020 a las 19:17
Mis manos no pueden tocarte, mis labios no pueden besarte. Una rueda gigantesca pasa entre nosotros separando nuestros corazones, cortándonos cual afiladas tijeras… pero yo guardaré mis caricias y mis besos para zurcir nuestras almas cuando todo esto acabe…
Ana Yacoel
22/03/2020 a las 19:17
Paren el juego
Sentada junto a mi padre en la Rueda Gigante del parque Rodó sentí miedo, gritaba cada vez más fuerte, él intentó calmarme, una caricia, muchas palabras y después su mirada severa pero mis gritos eran cada vez más fuertes, estaba asustada, quería que pararan el juego y bajarme.
De pronto me quedé muda, intentaba gritar pero no podía, pensé en tirarme pero no tenía unas tijeras para cortar el cinto que me mantenía amarrada a la silla, mientras pensaba como salir el juego se detuvo.
Algunos años después volví al parque, me subí al péndulo, a la montaña rusa y a otros muchos juegos pero a la Rueda Gigante nunca más, el pánico me domina, no puedo.
Laura
22/03/2020 a las 19:49
El camino era angosto y empezaba a anochecer.A lo lejos se divisaba el horizonte con sus curvas sinuosas que dibujaban las casas de la aldea.Llevabamos ya dos horas de viaje .El cansancio se evidenciaba en el rostro de Raúl que conducía con sumo cuidado.Yo ,a su lado ,intentaba hacer llevadero el viaje conversando con el .Detrás del coche,Irene canturreaba con su alegría contagiosa.Se entretenia durante el trayecto con sus manualidades ,recortando con las tijeras muñecas de papel.
De pronto oímos un ruido en el lateral del coche.Era la rueda delantera que parecía había impactado con las piedras del arcén.Proseguimos el camino con la certeza de reencontrarnos muy pronto con Ana y Pablo.Deseabamos volver a recibir un abrazo y una caricia de nuestros amigos que tanto queríamos.
CassiaLaReco
22/03/2020 a las 19:52
El juguete estaba debajo de la cama. Katy, nerviosa, llevaba buscándolo toda la mañana, porque sabía que si no lo encontraba cuando Tony volviera del cole la iba a volver loca.
Tony adoraba ese coche de carreras rojo Ferrari, aunque le faltaba una rueda. Se lo había traído Papá Noel a su hermano, las últimas mejores navidades de nuestra vida. Aquella Navidad de frío helador, de estar en casa todos juntos alrededor de la chimenea, El abuelo, con su bata de cuadros y su armónica; las abuelas, discutiendo en la cocina la manera de hacer los langostinos; los primos enganchados a sus móviles (mejor así porque de esta manera no discuten mucho), la tía y la mama en la cocina preparando “picadillo” y los cuñados, en el bar echando la última. Y Tony correteando por el pasillo con su hermano.
A su hermano le trajeron el coche rojo Ferrari y a él el azul Mclaren. Tenían seis años.
Pero en enero, la vida familiar dió un vuelco inesperado, Tavo, su hermano Gustavo, empezó a sentirse cada vez más cansado. Ya no le apetecía corretear por el pasillo, ni jugar con los coches de carreras. Los papás, cada vez más preocupados empezaron a peregrinar por el pediatra, traumatólogo, neumólogo, cardiólogo, casi todos los especialistas acabados en “-ologo”. Tony no entendía qué pasaba, porque su hermano no quería jugar, porque su familia estaba cada vez más triste, porque sus padres estaban “a la que saltaba”; incluso ya no tenían para él ni abrazos, ni besos ni caricias.
Pasó una triste primavera, que devino en un cruel verano, el de la muerte de Tavo.
Katy se trastornó. Con unas tijeras, recortó la imagen de Tavo de todas las fotos que tenían en casa. Un día, decidió tirar a la basura toda su ropa y, todos sus juguetes. Tony salió corriendo tras su madre cuando los iba a lanzar al contenedor y solo pudo recuperar ese coche de carreras rojo Ferrari, que, con la rabia de su madre al echarlo a la bolsa, perdió una rueda.
Ese día su padre los abandonó. Demasiados recuerdos y tristezas.
María Jesús
22/03/2020 a las 19:59
Yo era la rueda que giraba en torno a tí buscando tus caricias, hasta que las tijeras del engaño cortaron el hilo que nos unía.
Ana Roda
22/03/2020 a las 20:40
Estaba cosiendo una falda cuando empezó la rueda de prensa.
Se había sobresaltado al ver que interrumpían la programación y a punto estuvo de clavarse las tijeras.
Cuando terminó la comparecencia, apagó la televisión y le hizo una caricia a su gato: “Fred, me voy a quedar en casa contigo durante bastantes días”.
Isaac Roales
22/03/2020 a las 22:02
“La vida es una rueda”. Tantas veces me lo habías dicho, que incluso con el tiempo fue perdiendo fuerza y sentido.
Es curioso como el paso del tiempo se encarga de transformar aquello que un día es de vital importancia, en irrisorio.
Lo mismo pasó con nuestras caricias, que pasaron de ser vitales alimentos a puras anécdotas de nuestras manos.
Y lo más curioso de todo, es ver que todo nos pasaba por delante, mientras los dos nos sentábamos cada noche delante del televisor.
Siempre tuve la duda de si mirábamos a aquellos actores de esas series, o quizás eran ellos los adictos a nosotros. Una dosis de fantasía para no luchar por nuestra realidad.
Veinte años, quince días, tres horas, veinte minutos y dos hijos después de empezar nuestra historia de príncipes y princesas; me veo aquí recortando la cinta para no ver el final, con las tijeras de la derrota.
Mava
23/03/2020 a las 01:35
ADIÓS
Estoy decidida, no hay vuelta atrás. Pero todo conspira en mi contra, de tres tijeras que tenemos en casa no encuentro ninguna. Abro el cajón de su escritorio y allí está una de las tres, la llevo conmigo. Me tiemblan las manos, sin embargo no dudo en tomar a mi víctima (la primera). No puedo perdonar otra infidelidad más, otras mentiras. En cuatro años de matrimonio nos separamos y reconciliamos muchas veces. Siempre lo pensé pero jamás pude hacerlo. Tomo valor, agarro la tijera y separo cada foto en las que estábamos juntos, empiezo por aquella, la del día en que nos conocimos… Atrás quedan las caricias, los besos apasionados, las traiciones, la bronca… Siento paz, mucha paz mientras rueda por las escaleras la última foto donde parece despedirse con su cínica sonrisa. Del mismo modo (aunque no quiera) ruedan lágrimas por mis mejillas.
MT Andrade
23/03/2020 a las 04:11
MENSAJE
No es un eufemismo. Hoy no he visto una sola persona en la calle. ¿Seré un Robinson Crusoe de la gran ciudad…?
Las tijeras han dado forma de pájaro a un papel sin ruedas. Escribo.
Como caricias, como mensaje marino encerrado en una botella para que llegue a ti, alma de niño amigo esta propuesta: «El mensaje contiene el plano de… »
Crezca en ti la idea de redactar otro mensaje o continuar éste y escríbelo. Quizá un día vuelva a mí.
Carlos G. Esteban
23/03/2020 a las 11:49
Llega un momento en la vida de todo chaval en el que tiene que afrontar ese momento. Ya llevábamos más de un año y, con esa edad, nos parecía que hubiésemos estado juntos media vida. La relación ya era seria. Todo lo seria que puede ser para unos posadolescentes. Ella había visitado ya mi casa. Había sido testigo de las locuras de mi madre y de los chistes de mi padre. De las travesuras de mi hermana pequeña, todo un trasto. Incluso había jugado con el gato, y eso que suele ser bastante huraño con las personas nuevas. Pero Raquel era un sol. Enseguida se metía en el bolsillo a todo el mundo, animales incluidos.
Era mi turno. Tocaba corresponder la visita y conocer a su familia. Vivían en un pueblo cercano a nuestra ciudad. Me puso en aviso antes: papá es un poco particular. Ya lo conocerás. Pero en el fondo es muy buena persona. Y con todo lo que os quiero, seguro que acabaréis llevándoos bien. Mientras lo decía, me hacía caricias en la cara para tranquilizarme. Era un gesto que me calmaba inmediatamente. Sentir su piel deslizándose suavemente sobre la mía me instalaba al momento en un estado de trance, en el que me podía convencer de que la Tierra giraba alrededor de la Luna, o de que los elefantes no volaban por el simple hecho de que hacerlo les parecía demasiado vanidoso para una especie seria como la suya.
Salimos de casa con tiempo de sobras para llegar al vermut, pero algo en la carretera había decidido que aquel día yo, que siempre he presumido de llegar a tiempo, fuese impuntual. Sería un clavo, o una piedra afilada, o la espina de alguna planta, o tal vez el destino que me avisaba de lo que se me venía. Una de las ruedas se pinchó y paramos en la cuneta a cambiarla. Si no hubiese sido por Raquel aún estaría aflojando tuercas. Mientras yo solo sudaba y miraba el reloj, ella se hizo con el gato, el coche, la rueda de recambio y hasta puso los embellecedores.
Pulsamos el timbre de casa. Buenos días. ¿Qué tal? Mira mamá, te presento: éste es Ramón, mi chico. Dos besos. Parecía una mujer agradable. Lucía una simpática sonrisa entre dos carnosos y colorados carrillos, algo brillantes por el sudor fruto de una cocina mal ventilada. Pasad, pasad. Ya nos hemos tomado medio vermut, claro. ¿Habéis conseguido solucionar lo de la rueda? ¡Ya es mala suerte! Luego si quieres, que le eche un vistazo tu padre al coche.
Llegáis tarde. Fue la primera frase que oí en la voz del que iba a ser mi suegro. Al contrario que su esposa, la boca era una línea recta, perfectamente paralela al suelo, carente de cualquier expresión afable.
– Hay que revisar las ruedas antes de salir. Seguro que las llevabais flojas.
– Calla gruñón, y dame un abrazo.
Por un segundo me pareció ver un gesto de cariño. Una leve mueca en su cara justo antes de que su hija le rodease con sus brazos. Pero al instante, su ojos se fijaron en mí. Me analizaron de cabeza a pies. Me sentía como en una revisión médica. Tal vez incluso pudiese adivinar mis niveles de colesterol con esa indagadora mirada.
– ¿Así que tú eres el que se lleva a mi pequeña?
Antes de que pudiese contestar algo, con el cerebro trabajando a toda máquina para buscar una respuesta ingeniosa, me alcanzó en el hombro con un puñetazo mientras emitía una fuerte risotada. Tal vez a él le pareciera leve, pero aún siento el golpe cuando rememoro ese momento. Después, con el brazo todavía dolorido, me asió del cuello y me condujo hacia la cocina.
– Vamos a echar una cerveza, que aún le falta un rato al arroz.
– Yo no debería. Tengo que conducir de vuelta… – murmuré
– No te preocupes, que el fin de semana la Guardia Civil no se pone a la salida del pueblo, que están en el de más arriba.
Los cuatro nos sentamos en la cocina. La madre de Raquel iba sacando cosas de picar mientras acababa de hacerse la paella. Mi pareja, su hija, monopolizaba la conversación, afortunadamente. Les contaba cómo nos iba en la universidad, los problemas con su compañera de piso, la manía que le tenía el profesor de Mecánica de fluidos y cuestiones así. Mientras mi futura suegra se interesaba por cada uno de los temas de los que informaba Raquel, su padre parecía estar en otro mundo. Con la mano derecha daba cuenta de la comida que iba pasando por la mesa, mientras que con la izquierda jugueteaba con unas tijeras. Las abría y las cerraba. Luego introducía un dedo en uno de sus ojos, y las hacía girar.
Intentaba atender a la conversación, pero me era imposible. El tic-tic de las tijeras me distraía continuamente. Se abrían. Tic. Se cerraban. Tic. Giraban. Tic. Mientras su padre masticaba el jamón. O los anacardos. O las olivas. Tijeras abiertas, tijeras cerradas. Abiertas, cerradas. Girando. Vuelta a abrir. Vuelta a cerrar.
– Perdona, ¿puedes parar con las tijeras?
¿Qué acababa de decir? No me lo podía creer. ¿Cuándo había decidido mi cabeza soltar semejante despropósito? ¿Cómo se me ocurría decirle eso a mi futuro suegro? Raquel y su madre, centradas en los entresijos de la vida universitaria, ni se dieron cuenta de mi error. De mi falta de respeto. De aquella grandísima catástrofe que acababa de ocurrir.
El que iba a ser mi suegro, aquel de quien me había avisado mi novia acerca de su carácter, no articuló ni un solo sonido. Solo cerró una última vez las tijeras y, con un gesto delicado, como de bailarín de ballet, las apartó a un lado de la mesa en la que tomábamos aquel agradable y familiar vermut. Después juntó sus manos, entrelazando los dedos para impedir que se movieran hacia las tijeras y me miró. Unos ojos que se hundían en mi mente y me recitaban un poema cargado de ira. Supe, en ese mismo segundo, que nunca tendría otra oportunidad. Que no era el primero de una serie limitada de avisos. Que cualquier cosa que hiciese a partir de entonces para ganarme su simpatía sería inútil. Mi futuro suegro ya me odiaría para siempre.
Ramón Reyes
24/03/2020 a las 01:39
La ciudad se disfraza para no ser coronada, que ironía,la corona es el tope de la ambición, evadirla ¿Es no tener ambiciones? o ¿Es algo tan aciago?. La verdad, no se, lo que se es que hay una cosa que rueda por todo el mundo como una nube ensombreciendo a las ciudades que se vuelven sombrías y
solitarias. Las caricias se esconden, la angustia reboza, la duda altera, la esperanza calma y la solución no aparece.
Esta corona esclaviza, una razón para ser evitada,si fuera de papel se cortaría con unas tijeras, pero no, es una corona que significa pérdida y no ganancia.
Andy Choro
24/03/2020 a las 06:49
Ya estaba asomando el otoño y la inauguración era inminente. De hecho, según los murmullos y comentarios de los asistentes, ya debería estar funcionando.
En la mesa, Clara y Gabriela preparaban todo para que Fernando pudiera empezar a trabajar.
Pasaron unos minutos, y el intendente de Granada mirando a su alrededor, decidió tomar una de las tijeras, cortó la cinta roja e inauguró el Centro Grey.
Fernando entró a paso rápido, llegó justo para ver la lenta caída de la cinta roja.
Su aspecto llamaba la atención, desalineado, con una mirada dura, fuera de sí, con adrenalina.
La pinchadura y el cambio de la rueda lo habían dejado exhausto. Con la camisa ensangrentada y un dolor que no entendía bien de dónde venía, tocó su vientre con una suave caricia, porque le dolía mucho y su mano se llenó de sangre. Se trataba de una herida de bisturí, que el mismo accidentalmente se había clavado al agacharse para cambiar el neumático.
La funda parece que había quedado abierta y por eso se subió la hoja con filo y cortó la parte alta del estomago. Fernando se desmayó, un poco por la pérdida de sangre y otro poco por el dolor.
Ya desvanecido, Gabriela, una residente, ordena que lo lleven a la mesa, toma el bisturí y por primera vez opera por su cuenta justamente a Fernando, su mentor.
Leiden
24/03/2020 a las 19:20
Después de tanto soñarla, su caricia no fue lo que esperaba. Fue más parecido a una ráfaga filosa, un silencio tajante, ese sonido intransigente de las tijeras despidiendo algo para siempre.
Horas antes habían entrado al parque, cada uno en aparente rutina pero siguiendo las señas acordadas en el mensaje de la noche anterior.
-Al mediodía en punto en la fila del tren que le da la vuelta a la feria. Yo de rojo, tú de azul. No demores.
Nadie notó cuando salieron de la línea de espera y entraron a la caseta de vigilancia. Nadie notó cuando cerraron las ventanas y pusieron llave. Nadie más sabía que esos segundos eran para ellos un libro entero. Entre el sol de la tarde y su antojo ya se había escrito el incendio.
Después siguió la alarma, un tren extraviado, una rueda de la fortuna desorientada, gritos perdidos, golpes, alboroto, estallido.
Cuando todo pasó no hubo abrazo ni ceremonia, sólo una brusca partida, ese sonido intransigente de las tijeras despidiendo algo para siempre.
Cristian Gutiérrez
25/03/2020 a las 20:10
Ella sigue en cama, sin fuerzas. Yo la miro y pienso en la difícil decisión que ha dejado en mis manos.
– La vida gira como una rueda – dijo agarrándose la cien por el dolor que le causaba el habla – pero la mía debe dejar de girar ahora.
Acaricié su mejilla una última vez, tomé las tijeras que estaban en su mesita de noche y lo hice, sin meditarlo si quiera, tal como ella me lo suplicó.
De vuelto.
27/03/2020 a las 08:42
INCOMPRENSIBLE FILOSOFÍA DE ALTA COSTURA
– No puede ser cierto que me hayan prohibido hablar en
espanol (con EÑE). ¿A quién le afecta? ¿A quién le importa? ¿Qué tiene de malo que quiera sentir la caricia de mi lengua (nunca tan literal) sobre su espalda?
Siguió empujando su silla de ruedas por los pasillos del museo, absorto en sus propios pensamientos. Ella señalaba con los dedos (más de uno, menos de dos, un número incierto) cada figura que reconocía y mascullaba el nombre de la persona/animal/cosa: -Car. Tree. Girl. Water… Cada vez intentó volver la cabeza y se quedó esperando su respuesta. Él, por su parte, seguía intentando satisfacer sus deseos (los de ella… ¿y los de él?), pero apenas movía los labios marcando las palabras en el aire.
– Ya tiene bastante con sus dificultades.
– No queremos que se confunda.
– Hay que perseguir otros objetivos.
– Puede malinterpretarse. Es mejor apegarse al procedimiento – le dijeron. O al menos eso entendió.
Semanas después la llevó de nuevo. Nunca cambió su mirada perdida, no sonrió, no volvió a levantar la mano para señalar. Qué bien se corta con tijeras propias y tela ajena.
De vuelto.
27/03/2020 a las 09:00
CassiaLaReco (#12): Aunque le recortaría un par de frases, tu relato es el que más me ha gustado! Gracias por compartirlo.
Gladys Moreno
30/03/2020 a las 04:34
Hoy voy a ver cual es el resultado del trabajo que hizo este grupo de profesionales, tan prestigioso y que tanto me recomendaron. Hoy es el día que cambiará mi vida, será una mejor vida, dejaré de sentir esas miradas de lástima y compasión, olvidaré decir esa frase que he ocupado como mantra desde el accidente: “soy invisible, nadie me ve”, tantas veces la repetí que algunas veces me pareció que las miradas traspasaban mi cuerpo. La gente no se da cuenta cuando juzga sin decir una palabra, cuando un gesto es un murmullo, hoy será distinto.
La rueda de la fortuna hoy esta a mi favor, lejos esta la noche de aquel sabado de salida con amigos, solo diversión, solo disfrutar de la vida, pero en un desgraciado instante, en momemto que alguien comete un error vino solo un violento golpe al auto, un giro veloz y al segundo siguiente la furia de las llamas convertió todo en un horror.
Hoy espero ver el rostro al cuál den caricias de amor y suavicen las cicatrices del alma, porque serán las unicas más difíciles de borrar, aquellas que se producen por el dolor causado a los demás y que uno mismo no se perdona, ¿será que se puede?.
Siento que se acercan a mi habitación y mi corazón se escapa de mi pecho.
“Permiso, ¿esta lista?”
– Si
“Nada de que preocuparse, porque hoy es el gran día
Entra el doctor y a la enfermera que se acerca con tijeras y espejo en mano Cierro los ojos, calmo mi respiración un tanto agitada y pienso “soy invisible, madie me ve”
Jaime Salcedo Muñoz
31/03/2020 a las 00:38
En el pasado estuvieron tus caricias a punto de matarme. He descubierto que me robabas la energía con tus patrañas, con tu inteligencia indeleble y madurez elevada me hacías sentir diminuto, miserable, poca cosa ante ti. Cortabas mis ilusiones y me reducías a ser esclavo de tu amor. ¡Rogaba para que me abrieras las piernas! ¿Lo recuerdas? Incluso intenté forzarte varias veces. Que lastima… no sabía. No tenía ni idea que pasaría el tiempo, que llegaría alguien más y suplicaría por tenerme dentro. Gracias por irte, por bajarte de este tren y dejar de ser rueda de un transporte en el que siempre fuiste pasajero con destino a ninguna parte.
Andrea
08/04/2020 a las 14:04
«El coche bordado»
El hombre terminó de coser y cortó el hilo con unas tijeras.
Le dedicó una caricia con el pulgar a la rueda del coche que había bordado. Era casi idéntico al que él había tenido. Sonrió y levantó la cabeza.
La cuna atrajo su mirada como si de un imán se tratase. Dejó el material de costura a un lado y se levantó.
El bebé se removió, se despertó y, al ver a su padre, agitó sus bracitos al aire mientras balbuceaba para pedir que le cogiera.
El hombre le hizo caso y le acunó. El pequeño le enseñó sus encías sin dientes y le observó con sus ojazos. Eran iguales a los de su abuela.
—Buenos días, Óscar, ¿vamos a saludar a mamá?
Indra
03/09/2021 a las 18:02
Siempre creí que la vida en Inglaterra sería fácil. Me veía a mi hermana y a mí, vestidas con unos hermosos vestidos de encaje, viviendo una vida de reinas, tomando el té en las tardes, yendo de compras y ambas sonriendo luego de un largo tiempo sin hacerlo. No me había equivocado, la vida en aquel lugar si era muy distinta y para bien… por lo menos, para mí. Mi hermana gemela, Jane, no parecía nada contenta con nuestro cambio. Su rostro siempre parcia estar sin emoción, nulo. Sus ojos verdes se contemplaban siempre apagados y estaba continuamente inversa en sus pensamientos, como si su mente no dejara de dar vueltas. Sí, dar vueltas, como si un pequeño animalito no parara de correr en su rueda constante e interminable. Una vez mi vestido favorito se rompió, en alguna de las compras lo debía haber enganchado y Jane al verme tan triste, no dudo en ayudarme. Ella era así, siempre ponía a los demás enfrente de ella. Ese día, cuando ella estaba buscando una aguja e hilo, encontramos una hermosa biblioteca dentro de lo que era el estudio de nuestro padre, donde estábamos buscando. Jane, fue corriendo y tomo el primer libro que encontró. Reí por lo bajo antes de que me comenzase a leer.
– Oh, dios mío, corta este sufrimiento eterno con aquellas tijeras largas y finas, evita que mi corazón siga con este delirio, dale una caricia mi alma y deja que este sufrir se extinga…
Eso fue lo último que dijo mi amada hermana antes de fallecer en aquella biblioteca de un ataque al corazón. Luego, impactada, con un mar de lágrimas en los ojos, tomé el libro que me estaba leyendo y sonriendo vi que las paginas solo tenían garabatos, era una libreta de papá. Y si aún les queda alguna duda, mi hermana, mi Jane, también quería ser escritora.
elvocito
04/09/2021 a las 20:53
Vaya llevamos más de un año paralizado este taller…
Ame
05/02/2022 a las 04:55
Las ruedas de mi bicicleta están desinfladas, por lo que tendré que ir a pie. En mi bolsa de nailon ya puse las hojas, el cuaderno, el estuche de lápices y creo que no me falta nada más. Bueno, estoy tan límpido que brillo y visto como se debe, así que me voy: salgo contra viento y llovízna de camino al taller de doña Magnolia.
Al tiempo que me pongo la chaqueta azul, te veo bajar las escaleras como si fuera la cosa más divertida del mundo y sonrío. Cuando ya estás en el primer escalón, corres hacia mí con una ancha sonrisa pegada en la cara y besas mi mejilla, una caricia que te regreso besándote en los labios. Me deceas un buen día y desapareces en la cocina, de seguro para prepararte un desayuno tan saludable que convierta a mi madre en una bola de celos. Salgo de nuestra bella casita y me aventuro en las calles de la ciudad, sin recordar que en ningún momento puse las tijeras en la bolsa como me dije que haría al despertar. En fin, claro está que muy bien no me fue, ¿verdad?