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Líneas de cambio. - por Angy Miró M.

Web: http://escritoratrasnochada.blogspot.com.es/

A pesar de que mis recuerdos estén siendo ya desdibujados por el paso de los años y la vejez, nunca lo olvidaré.
Apenas habíamos entrado en lo que la historia conocería como los felices años veinte y aún se respiraba el ambiente de posguerra en el aire. En aquellos tiempos inestables en los que por mi tierra se soportaba a duras penas el hambre, lo que los nuestros llamábamos «el sistema opresor» no dejaba que cualquier obra de arte viera la luz. Solo conocían la libertad aquellas que acataban los cánones de rigor establecidos por personas que, estoy seguro, jamás habían leído a Joyce o a Byron. Y es que, sí, serían los felices años veinte, pero esa felicidad se ahogaba en el Atlántico cuando trataba de llegar a España.
Lejos del espectáculo, la fiesta y el charlestón, el caciquismo y la explotación a la que los obreros nos veíamos sometidos no dejaba mucho tiempo para cultivar la mente y los aficionados a la lectura no teníamos tiempo ni para leer el título de la obra. Eso sí, cada vez que se nos presentaba la oportunidad, los amigos de toda la vida, los del barrio, quedábamos para echar un tute, hablar de lo mal que estaban las cosas o de que el hijo de la frutera, que había salido poeta, se había ido a hacer las américas. Es ahora, al pensar en todo lo que soltábamos aquellas tardes de carajillo, cuando me doy cuenta de lo ciegos que estábamos y de lo vacua que era nuestra lucha. No nos dábamos cuenta de que la verdadera revolución no era insultar al jefe por detrás, sino ser artista. Ser algo que, aparentemente, no sirve al sistema; que no produce, que no rinde beneficios materiales. Algo que no es dinero.
Y yo me di cuenta, sí, pero tarde. Fue después de que Paco, mi mejor amigo desde que el mundo es mundo, se matara en aquella caída del andamio. Después de que a Rober se le llevase un camión por delante cuando iba a la fábrica cargado hasta los topes. Fue tras el accidente que dejó medio huérfanos a mis hijos y a mí con un lado de la cama permanentemente frío y solo. Pero me di cuenta.
Una noche, volviendo de la taberna en la que me ahogaba cada día, tropecé con un cartel medio arrugado que alguien habría tirado. Era uno de esos que se podían permitir los pudientes, con papel del bueno y hecho a máquina. Decía algo así como “Campamento de verano para jóvenes con inquietudes artísticas”. El fondo, de un sutil salmón, hacía que las letras azules resaltaran con fuerza. No sé si fueron los colores, los carajillos, la esperanza de un futuro mejor o la palabra gratis, pero allí decidí mandar a mis chicos el primer mes de verano. Mi Nando había sacado muy buenas notas, así que sabía que le interesaría. En cuanto a los otros dos cafres… por lo menos estaría un mes sin tener que rebozarlos con la chancla día sí, día también.
Lo recibieron como un premio, aunque en el caso de los dos pequeños no había nada que premiar, y una semana antes hicieron las maletas. “No se nos puede olvidar nada, padre. Para una vez que salimos del barrio…”. Y razón no les faltaba, porque, para ser sinceros, los pobres chavales llevaban toda su vida viendo lo mismo.
Un mes de cartas después, cuando volvieron a las calles que les vieron nacer, mis hijos no eran mis hijos. Eran unos chavales unos centímetros más altos, unos cuantos libros más listos y algunas líneas más revolucionarios. Me temía lo peor, pero no. Los tres supieron aprovechar ese mes y dieron forma a todas sus experiencias. El que no contaba en un papel cómo en los campos y las fábricas se nos explotaba, lo pintaba; aquel que no ilustraba al cacique de turno comprando votos, esculpía un bigotudo barrigón lanzando billetes con una mano y empuñando un revolver con la otra.
Estaba orgulloso de mis hijos. Estoy orgulloso de ellos. No llegaron a ningún sitio. No fueron famosos por sus obras. Su arte nunca vio la luz y jamás se conocieron sus nombres. Sin embargo, nunca se dejaron pisar. Prefirieron cruzar el charco, aprender sobre otra cultura y otro idioma que, seguir aguantando la vida que había soportado su padre.
Mis hijos, los artistas, decidieron luchar y vivir. Pintar y escribir. Prefirieron el arte al miedo.

Comentarios (9):

Theodor Baumann

17/12/2016 a las 19:10

Un tema reflexivo muy bien planteado. Digno de más letras. Existen algunas redundancias que no aportan a la extención y hacen que el final llegue muy rápido. El trabajo esta excelente. Exitos

Osvaldo Mario Vela Sáenz

18/12/2016 a las 03:28

Hola Angy. Estoy a tan sólo un renglón de tu sitio. Bajo estatutos a los que nos comprometimos como Literaturas me toca ser uno de tus comentaristas. Y creo que la suerte me ha favorecido: tu escrito me encantó. Tiene un atractivo especial por la fácil lectura que posee y una enseñanza todavía mas profunda; nunca te consideres vencido sin pelear. Usas como motivo el arte. Acierto que tiene muchos testimonios, entre ellos el de un servidor. El arte te da sabiduría, te regala libertad, te da fuerza y es un don tan tenaz que lucharás por siempre. Felicidades.

Angy Miró M

18/12/2016 a las 10:21

Muchas gracias a los dos.
Revisando el texto, me he dado cuenta de un par de errores que comento a continuación:
En la parte de “Después de que a Rober se le llevase un camión” ese le es en realidad “lo” (complemento directo). Se me debió de pasar ese leísmo en el repaso.
En esta parte: “Una noche, volviendo de la taberna en la que me ahogaba cada día, tropecé con un cartel medio arrugado que alguien habría tirado.” ha preferido quitar la palabra “medio” ya que acaba de aparecer recientemente.
Por ahora no he visto más fallos. Os agradezco los comentarios.

Luis Ponce

18/12/2016 a las 23:58

Hola Angy:
Muy bien conjugados los requerimientos del mes. Has logrado un relato con personalidad, colocando a tus personajes en un escenario claramente planteado desde el punto sociológico. Fácil de interpretar en el tiempo. Profundo en el aspecto sicológico y esperanzador en medio de la posguerra.
Extiendes la mano salvadora para una familia que se está ahogando y logras salvar materialmente a los tres muchachos y espiritualmente al padre que morirá con el convencimiento del deber cumplido.
Quizás una nueva lectura te permita eliminar un par elementos (difícilmente se puede entender que un obrero en esas condiciones, conozca a Byron y Joyce y sepa qué es el charleston).
Pero me ha gustado la trama y el desarrollo inspirado en esa esperanza de que el arte nos puede liberar.
Unas armoniosas festividades y que el año que viene nos leamos.

Angy Miró M

19/12/2016 a las 02:47

Buenas noches, Luis,
Bueno, lo primero, felices fiestas a ti también.
En lo referente a Byron y demás, la idea es que esto lo cuenta el propio padre tras haber ocurrido todo. En mi cabeza, que no en el papel por falta de espacio, lo que ocurre es que los hijos le van descubriendo cosas al padre. Por otra parte, también se menciona que es un lector aficionado. No obstante, sí que tienes razón en cuanto a que puede extrañar.
Muchas gracias por tu comentario. Todas costras aportaciones conforman una pequeña gran lección continua.

Raimundo

19/12/2016 a las 07:24

Hola Angy:
Según Eduardo Heras: “Porque narrar es contar una cosa (un hecho o un suceso) con habilidad”. Eso, lo has logrado en tu texto. felicidades.

Lady N

19/12/2016 a las 10:44

Buenos días Angy! Mientras leía tu texto me he ido internando en el contexto, en la situación del padre, que nunca tiene tiempo para nada, pero que esta sutilmente enamorado de la lectura y que por casualidad, encuentra un modo de que sus hijos saquen algo más de la vida. Me parece precioso el mensaje entretegido entre tus letras, ser uno mismo, poder expresar lo que te gusta y lo que no con lo que tienes a mano. Saber que rendirte y complacerte con cosas en las que no crees no es una buena opción. Que hay que luchar para encontrar nuestro sitio. No sé quizás estoy divagando, pero felicidades, este texto es de los que te mueven algo, además del pensamiento.
Espero que pases unas muy felices fiestas y ya tengo ganas de leer tu texto el mes que viene.
Felices letras y hasta pronto ♡

Rosalia DS

21/12/2016 a las 07:22

Hola Angy.

Antes que nada agradecerte tu comentario sobre mi relato. Tengo que darte toda la razón en lo que se refiere a mi gramática. Tengo que mejorarla un poco más y re estudiarla. Pero para eso os tengo a vosotros para que me recordéis que escribir no es solo plasmar una historia sino también saber transmitirla de forma correcta y con un buen léxico.
No voy a destripar tu historia ni mucho menos. Para mi a sido un viaje por el tiempo y me has echo recordar historias que me contaban mis abuelos sobre esa época donde la censura era lo que predominaba.
Me a encantado la manera con que lo has llevado, la manera con que has explicado lo que el buen hombre hace para salvar a sus hijos de una dictadura y poder a llegar ser esas personas con sus propios pensamientos y creencias.
Y por eso me encanta el desenlace que tiene.

Rosalia DS

21/12/2016 a las 08:00

P. D.
Dejame desearte unas felices fiestas y un prosperó año nuevo.
A sido un placer leerte.
Hasta la próxima.

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