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Secretos Entrelazados - por Moona

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Allí está Nadia, esperándome en el teatro, atenta al móvil seguramente por mi retraso. Siempre soy puntual, pero el tráfico hoy estaba imposible. Cruzo a grandes zancadas la calle y la sorprendo por detrás.

—Hola, princesa —digo besándola—. Perdona el retraso.

Me devuelve el beso fugazmente, aĂşn sobresaltada, y bajando la vista al mĂłvil, lo guarda en el bolso.

—No pasa nada —dice sonriendo y mostrando las entradas—. ¿Entramos?

La sigo, admirándola embobado. Aún no me creo la suerte que he tenido de conocerla. Llevamos juntos unos meses, y esta noche le pediré que se venga a vivir conmigo. En las dos últimas semanas nos hemos visto muy poco, y me ha hecho darme cuenta de que quiero verla cada día.

No soy mucho de teatro. Fue ella quien lo propuso y acepté. Nuestros asientos están centrados, en la quinta fila. ¡Vaya! Se acaba de desbordar en el asiento de mi lado un tío enorme. Ha hecho suyo el reposabrazos casi sin querer. Bueno, ello me permite acercarme más a Nadia. Está preciosa. Me habla, contándome su semana, y a veces pierdo el hilo de la conversación. Me pierdo en sus ojos, imaginando qué dirá a mi proposición. Estoy nervioso, la verdad. Me sudan las manos. Odio que me suden las manos. Nos apañaremos en mi apartamento, aunque el suyo es algo más grande. Si es necesario me traslado. Lo importante es estar juntos.

Se atenúan las luces y los murmullos de las conversaciones. Está a punto de empezar. Silencio. Se abre el telón. Todos los ojos en el escenario.

La obra va avanzando. Trata de una pareja en crisis. Ella sospecha que él es infiel. Ha contratado a un detective para asegurarse. Él, en efecto, se ha liado con su cuñada. A su mujer se le va la olla, está un tanto desequilibrada. Tiene cambios de humor sin venir a cuento, y es posesiva y celosa. Mi Nadia no es celosa. No le he dado motivos. Mírala, ¡qué guapa está! No quita ojo del escenario. Yo estoy medio en escorzo, porque el de la izquierda no hace más que darme con el codo. ¿Cómo puede estar tan gordo siendo tan inquieto?

Los actores lo hacen muy creíble. Esto es más cercano que el cine. El directo es el directo. Él está entre las cuerdas. En plena cena, su mujer le acusa de infidelidad y le tira a la cara las fotos en las que aparece con su hermana.

— ¡Y en nuestra cama, Javier! —grita dolida—.

— ¡Cálmate, Elena! —dice intentando tranquilizarla—. Hablemos civilizadamente.

Ella está como loca, y le pregunta insistentemente qué siente por ella. Él intenta zafarse, pero ella no ceja. Nadia está atenta, con sus grandes ojos verdes muy abiertos. Se ve todo tan cerca que es fácil sumirse de lleno en la obra. En el escenario, él va a confesar y se gira hacia el público.
— No fue premeditado, Elena. Surgió sin darnos cuenta.

— ¡Qué fácil mientras la pobrecita loca no se entera! —grita fuera de sí—. ¿La quieres, Javier, o es un pasatiempo? No me dejes, ¡por favor! —suplica ella, llorando desesperada.

— La quiero —dice él con la mirada baja—. Ha entrado en mi vida y todo ha cambiado. La amo —dice con mucha calma alzando sus ojos azules, que se clavan en nuestra fila.

¿Por qué mira nuestra fila? Debe darle seguridad. Pero, ¿por qué mira a Nadia tan insistentemente? Me vuelvo hacia ella, a ver si lo ha notado. Tiene los ojos colgados de los de él, la sonrisa en su boca, entreabierta. Está… abducida. Los gritos de la actriz me sacan momentáneamente de mis miedos.

—Está aquí, ¿verdad? Entre el público. ¡Lo sabía! —dice gritando—. ¡Dime quién es! —chilla.

El actor se gira, asustado. Intuyo que eso no estaba en el guión. El público también parece notarlo. Hay cierto clamor y nerviosismo. Nadia está asustada, revuelta en su asiento. Su grito y carrera hacia el escenario me arrancan de mi ensimismamiento. La actriz, completamente ida, tiene en sus manos un cuchillo sangriento, y se intenta zafar de la que interpreta a su hermana, que la retiene como puede. El actor, de rodillas, sangra por el vientre. Todo es caos. El público grita. Nadia está al borde del escenario, junto a él.

Me ahogo. Estoy aturdido. Necesito aire fresco.

La noche se llena de sirenas de policía y aparca una ambulancia. Casi me arrollan al entrar al teatro, pero no ven mi herida. Es mucho más interna.